miércoles, 2 de enero de 2008

No es un poema de Michaux, pero (Pacquement)

El siglo XX quedará como el de las diferencias;

lo sencillo, lo discreto, lo radical
lo grandioso.

Un estilo atrapa al otro, lo envuelve
antes de que resulte más bello, ampliado
por el olvido del que ha sido objeto.

Nada es más difícil que proseguir contra viento
y marea;

modos sucesivos;

nada es más fascinante que interpretar la coherencia;
oculta los presentimientos, como si se disipara la bruma.

Su lugar queda al margen.
La historia del arte parece construirse sin él.

Por un instante forma parte de la moda
para aislarse de nuevo. Su pintura
es diversa: no asignarle un solo término.

Busca la emergencia de visiones interiores,
no el informe de una realidad trivial o incluso
la invención de signos sólo abstractos.

Sus estilos según la técnica que emplee, son el resultado
de una intuición estética, un compromiso de escuela.

La mirada puesta en pequeños formatos.
Se sienten las dudas y la fragilidad del resultado final.
Una pintura al servicio de los materiales.

Líquidos o resistentes, es lo que determina
la variedad de matices. A simple vista se podría creer
que una mano diferente les había creado.

Pero ninguna obra es coherente, puesto que se da
como único objeto pintar al hombre por fuera,
tomar su espacio. Un creador sin programa,
sólo desea acostumbrarse a las apariciones que suscita.

Nadie supo mejor que él explorar la germinación
del signo.

Esta introspección del sujeto privilegiado
de la literatura, no puede ser ignorada
frente a las pinturas acabadas.

Su inmovilidad parece todavía inestable
en tanto está presente el movimiento
que las crea.

Vibración del trazo en los dibujos
mezcalinianos, gestos sofrenados
de la tinta esparcida; incluso capas.

“Es el cine lo que más aprecio en la pintura”.

No es tanto el cuadro acabado lo que le interesa
sino el momento en que aparece la imagen.
Cuando se forma se deforma, pasando
por un rostro u otra figura evocadora.

Algunas veces es una carrera de velocidad
la que se disputa con el material fluido.

Plasmarlo en el momento justo, incluso
si este instante es pasajero. Emplea
la fórmula de “rápido abstracto”, pues
en este mundo sin imágenes hay que poder
reconstruir la visión instantánea.

La pintura es un fenómeno, o sea, un objeto
de experiencia. Las multiplicará pero sin sucumbir
a un sistema: siempre en lo desconocido,
en el asombro. Experiencias como los movimientos,
millares de signos antropomorfos ocupando
el espacio como en una página;

frente a estas manchas la perplejidad.

¿Descifrar alfabetos ilegibles? Es eso
un animal, una criatura, un rostro.

Por el contrario hay que quedar
más allá de la imagen visible, como
si se penetrara en otro universo.

El espacio no es interior.

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