jueves, 3 de enero de 2008

De lo que no se puede hablar, mejor callar


A Dipi lo conocí en 1990, en Tandil, cuando veraneaba con un amigo, también escritor. Nosotros nos hospedábamos en el Hotel Alfa, por la calle Rodríguez, un sitio inhóspito pero que en ese momento parecía el palacio de Buckingham. Frente a ese hotel, había un bar donde Dipi se reunía solo o con parroquianos a tomar cerveza. Nosotros lo habíamos interceptado en la calle, casi sin desearlo, debido a una alergia irrefrenable al cholulismo, de cualquier tipo. Él cruzaba de vereda cuando le dije a mi amigo, con un tono demasiado reservado: "Ése es Di Paola". Inhalación, impulso, y un breve saludo con presentación fue suficiente para graduar su cordialidad. Había leído tiempo atrás "La virginidad es un tigre de papel" y "Hernán", su obra de teatro. "Minga!" había salido un par de años antes, y estábamos maravillados. Así que se lo dijimos. No hablamos mucho de Gombrowicz, sobre todo porque una persona que escribe debe escuchar de sus lectores aquello que hace a su escritura. De lo contrario, es como si nunca pudiera desprenderse del todo de sus influencias. Eso se respetó, así que no lo incomodamos con preguntas pre-escolares. La impresión que me dio fue la de estar compartiendo un trago, o un instante, con una persona que se sabía débil hasta la sabiduría, pero con la idea de tener parte de un camino recorrido que no se lo deseaba a nadie. Recuerdo que era simpático, cabrón, y con esa franqueza de aquellos que saben por qué eligen, en un momento de su vida, las compañías esporádicas. Tenía la barriga inflamada. Suponíamos que esa hinchazón era producto de la constante ingesta de cerveza. De todas maneras, era un detalle que no viene al caso, aunque llamaba la atención semejante abdomen en una persona de estatura pequeña. El poco tiempo que estuve con él, siempre tuve la sensación de estar examinado, pero sin desborde alguno de parte suya. Había una sonrisa burlona, no despreciativa, con relación a algunas opiniones vertidas. Todo muy inocente, del lado nuestro. Estábamos ante un escritor en serio, lo sabíamos. Pero también intuíamos que las celebridades literarias se desmarcan de su estrella mítica, o al menos eso quieren hacer, y mientras te escrutan van orientándote, para luego quererte. A mí y a mi amigo nos apodaba "FM". Así, "efeéme". Obvio, hacíamos programas en la entonces novel FM Universidad 107.5 mz. Para nosotros, ese trabajo era parte de un mundo; para Dipi, ese mundo era una excusa para llamarnos a compartir una cerveza en el bar El Cisne, donde Jorge era la figura hipervinculante. A Dipi le gustaba aquello de la radio. Creo que algo de ese oficio de emisor había despuntado en Tandil. Por esa conexión radial hubo, claro está, una frecuencia de afecto. Fueron diez o más días, ya no recuerdo con precisión, en los que nos cruzábamos en todo momento. Quería que conociéramos el Tandil de los detalles. No sé si había tiempo para forzar ese experimento, y no sé si habría tantos detalles. Por lo pronto, supongo que el Tandil de Di Paola podría ser, en ese momento, una excursión hacia los sujetos, demostración que en La Plata sería imposible porque, como se sabe, en una ciudad universitaria (es decir de inmigrantes-emigrantes universitarios) y de empleados públicos, el sujeto se convierte de inmediato en un objeto de intercambio. Allí no existen detalles por recorrer. La cosa es que mi amigo se compró "Minga!", en una librería de Tandil. Yo ya la había leído, y no puedo decir que me la conocía de memoria, porque ese tipo de texto (el que no la leyó se dará cuenta de lo que digo apenas termine de leerla) no está escrito para ser reunificado por la memoria. Conocimos distintas personas que le rondaban como si él mismo estuviera reificado. No recuerdo el nombre con precisión, pero uno de ellos era un pintor, muy joven en aquel momento, muy talentoso. También muy bebido, casi al borde de la corrosión hepática. Cuando nuestro tiempo en las sierras se terminó, el propio Dipi fue a despidirnos en la terminal. Nosotros seguíamos viaje a Necochea, donde me ampollaría por completo las piernas después de quedarme dormido en la playa y sin pantalla solar. Como se verá, es cierto que conocí a Jorge Di Paola, pero no con la profundidad de quienes años después pueden trazar un homenaje donde se justifique el acontecimiento del afecto. En verdad no lo conocí con ninguna profundidad, lo que hace que el recuerdo de Dipi se mueva hacia distintos lugares, pero siempre encontrando un cauce en el momento de leer algún cuento o novela suya. Rememorar siempre será retomar la primera operación básica de un ejercicio de repetición; como si se tratara de volver a nuestra infancia y repasar mentalmente una hipotética lista de almacén, donde la precisión del orden de la compra fuera un salvoconducto para la próxima paz familiar, sobre todo la propia. Siempre repaso los momentos de esa "lista", y ahora lo hago con Dipi. Hay un texto sobre Di Paola, escrito por Sergio Bizzio, en Perfil, que es brillante, y es una demostración cabal de cómo, desde la segura tristeza, se puede igual resaltar la obra y el personaje de un escritor que aún no ha sido debidamente leído. Y bien, la muerte de Jorge Di Paola me hizo regresar a ese viaje, que fue una travesía por ese estilo pulcro, muy sutil, y con una fuerza cómica que no le rehuía a la elegancia de una escritura. ¿Qué por qué tardé tanto en hablar con él o referirme a él? Siempre me pareció una persona que no deseaba ser molestada, aunque sí sorprendida por todo lo que su mundo pudo reunir. Ojalá pueda leer otra vez sus libros con la misma gula con que un día este lector, al entrometerse en sus textos, supuso que escribir es un proceso de años, y el estilo el suceso comprimido de una mirada sobre lo otro. De explicarse qué cosa es el estilo, o mejor, cómo se identifica aquello cuyo relieve es el estilo, recurriría a nombres como Aira, Lamborghini, Puig, Gombrowicz, Copi, Bernhard, Danilo Kis, Abdelkader Benali, o Bellow. También llamaría a Dipi para integrar esta biblioteca de las explicaciones. Habrá más, of course, porque una búsqueda no se amortigua con el encuentro de una excepción. No fue mi amigo, tal vez porque yo era su lector, su lector consciente, y aún no me comprendía qué era ser escritor sin importar el acontecimiento de una obra. Pero también no haber querido conocerlo a fondo es una forma de preservarse contra la propia estupidez. Hubiese sido mejor callar, antes que hablar, pero la reversión de lo dicho también es parte de un ministerio de la lengua, para nada absuelta, o mejor, salvada.
Como un recuerdo de él, lean un artículo suyo, exquisito, a fondo, casi sin puntuación, como ocurre por lo general con los buenos libros:

"¿Le creerían al autor de esta nota si pidiera perdón porque Martín Fierro fue un desertor? En todo caso ¿no hubiera debido pedirlo José Hernández a su tiempo? Una ola de arrepentimiento por el pasado de otros, con sus peculiares motivaciones que son el tema de la Historia y sus inquisiciones, aqueja a los líderes mundiales. ¿Querrán que la gente olvide también los errores del presente? ¿O se trata de diseñar un mundo lejos de la verdad histórica, ese proceso de pensamiento que nunca termina?
Hoy en día no es tan difícil imaginar que alguno de nuestros dirigentes se arrepienta de la Revolución de Mayo y le pida a Zapatero perdón por ello. En realidad ¿ha valido la pena degollar tantos españoles? Ni siquiera fue una acción elegante. En lugar de mandar varios navíos atestados de soldados para formar una brigada de colonias para enfrentar a Napoleón en defensa de Fernando 7º, lo que hubiera sido muy caballeresco, nos dedicamos a inventar tormentosamente las Provincias Unidas Del Sur en nombre acaso del libre comercio y de otras libertades irrelevantes, dejando por añadidura a nuestro Rey de entonces en la estacada. Si bien el rey del pasado era injusto, Carlos, el rey actual, luce muy bien y parece ecuánime.
Esos recursos de razonamiento contrafáctico, que suenan humorísticos, han sido esgrimidos con gran éxito hace unos años por el Papa Juan Pablo II y hace un mes por el presidente George Bush. El primero pidió perdón por la Inquisición y el segundo lo hizo por el pacto de Yalta, que permitió a Stalin apoderarse de media Europa.
El género de la abjuración suele ser más político que literario, y creo que tiene fines interesados que intentaremos descifrar. El Papa Wojtyla pidió perdón 300 años después por la Inquisición y particularmente por el juicio a Galileo, que le costo la reclusión después de proclamar arrepentimiento por la dirección de sus investigaciones y su adhesión al sistema copernicano, que
Giordano Bruno, (el verdadero autor de la frase célebre “Epur si muove”),sostuvo como verdades que se negó a desmentir, auque por ello fue quemado en la hoguera
Esas injusticias del pasado no podían sostenerse más a fines del siglo XX en un mundo profano casi totalmente diseñado por la ciencia. Pero la Iglesia, después de la teoría del Big Bang encontró una forma de reconciliarse con la cosmología uniendo el origen místico con el origen fáctico, asimilando esa hipótesis sobre el origen del Universo, la Gran Explosión, a la figura bíblica de la creación del mundo: “Y se hizo la luz”, porque en el principio era El Verbo y más tarde las cosas.
Pero aún así, en la reconciliación, ecos del viejo orden empujaron a Wojtyla(2) a recomendar a los astrofísicos, en una conferencia que inauguró en el Vaticano en 1981, no investigar sucesos que ocurrieran “durante” la Gran Explosión, sugerencia que aterró a Stephen Hawking, el físico inglés que ¡oh! casualidades, se encontraba en ese entonces metiendo el dedo donde no debía, imaginando(escribiendo las ecuaciones de) un tiempo finito y un espacio que no tuviera frontera, es decir sin principio, sin Creación. (Por mi parte nunca entendí bien que la creencia en Dios dependiera del acto de creación del mundo ¿por qué Dios y Mundo no pueden ser simultáneos cuando aún no ha sido inventado el Tiempo? Esas preguntas exceden nuestra posibilidad actual de certidumbre.
En “Historia del Tiempo”, el libro más conocido del experto inglés en Agujeros Negros, Hawking cita al Papa Wojtila no sin inquietud, diciendo: “(…) que no debíamos indagar en el Big Bang mismo porque se trata del momento de la creación y por lo tanto de la obra de Dios” Por si esto fuera poco, el científico recuerda a los lectores:“¡Yo no tenía ningún deseo de compartir el destino de Galileo con quien me siento identificado por la coincidencia de haber nacido exactamente 300 años después de su muerte.”
En ocasión del 60º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, George Bush afirmó que los tratados de Yalta, consecuencia de la conferencia del mismo nombre entre Churchil, Stalin y Roosvelt, habían sido un error, y pidió perdón por todo lo que Occidente decidió a principios del 45, abstrayendo la complejidad y las motivaciones históricas y políticas de la época. El tío rico menosprecia a los tres sobrinitos de Donald que se repartieron el mundo según el territorio de las luchas y el costo de su sangre.
Es cierto que la Europa dividida entre el Este y el Oeste, la partición de Alemania y de su capital, la existencia de los países satélites fue un derivado de esa decisión. Pero esa decisión derivó a su vez de la fuerza de los hechos. Hitler no hubiera sido derrotado sin la Unión Soviética, y ésta a su vez aportó 20 millones de muertos en ese combate, incluyendo el casi sobrehumano heroísmo de Stalingrado. Toda esa extensión de territorio europeo del Este hasta Berlín fue conquistado palmo a palmo por la sangre soviética. No se podía pensar en ese entonces en otra opción inmediata y se decidió una estrategia sin tiempo.
La otra opción era continuar la guerra con otro enemigo que había sido amigo. Con una Europa destruida casi por completo. Con economías exhaustas, con el parque industrial destrozado, la población masculina—la carne de cañón –diezmada, la voluntad de combate agotada. No fue la mejor opción, fue la única, y trajo inmensas injusticias que al final concluyeron con la caída del muro, efecto de las estrategias que adoptó Occidente desde hace justamente esos 60 años, pues nunca ignoraron que esa amistad tenía un fin que deseaban acelerar.
Los historiadores tratan de interpretar los hechos y las circunstancias y luego, los que ganan las guerras, escriben los textos. Es una tarea siempre inconclusa.
Pero no les basta ganar el pasado y el presente y van por más. La reescriben a su modo y conveniencia, sin miedo de adulterar a sus predecesores pues el objetivo es el futuro. Por eso ahora las batallas tienen lugar en nuestras mentes más que nunca antes: somos el nuevo territorio intangible a conquistar, en Nueva York o en Tandil.

(1) Cualquiera puede pensar que Bush debió pedir perdón por sus acciones, como las guerras de Afganistán y de Irak. Aunque ya sabemos que lo hará el presidente americano del 2050, acaso su bisnieto.
(2) Pudo haber pedido perdón por intentar poner límites a los descubrimientos científicos del siglo XX. Benedicto tiene tarea, o quien lo suceda. (2bis) También pidió perdón por las víctimas aborígenes de la colonización. Pero en una visita a América los líderes incas le devolvieron la Biblia
(3) Más honesto, Stephen Hawking reconoció recientemente que era muy difícil que pudiéramos entender al Universo."





Jorge Di Paola




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