miércoles, 9 de enero de 2008

Sobre "El cutis patrio" *, de Eduardo Espina

HACER AL SER CONTRARIO AL SENTIDO
1- Si parafraseáramos a Gilles Deleuze, diríamos que la ambigüedad de la poesía radicaría en que no puede pensarse (y escribirse) más que estableciendo una moral exterior, indiferente a la cultural preexistente. Por eso, en la poesía de Eduardo Espina, cualquier intento de sumarse a esa inestable generalidad no se da como la manera de una impronta estilística determinada, sino como una escritura que no sobreimprime práctica alguna que pudiera ser reproducible. Y al decir esto, corrijo aún más: su escritura no se plagia a sí misma, se desentiende de sus posibles manipulaciones, y busca alejarse de sus propios límites. Existe sí, afinamiento e integración; y eufonía, entendida como proporción. En ese sentido, se puede decir que los objetos y el sujeto en El cutis patrio se dan como variables inmanentes del enunciado, ajustados al rigor verbal que infecta todo el texto. Del libro de Espina, no obstante, se deduce el estatuto de su poética: que escribir es experimentar y problematizar, y que agredir la superficie lingüística no es sino hacer derrapar al lenguaje del que se inviste el poeta.
El cutis como piel primera, membrana del disfraz que toma la “palabra cuando aplana el plural de la / montaña, se quita la capa, es muchas”. El cutis patrio, de Eduardo Espina, desmonta las palabras, las yuxtapone delante y detrás, unas a otras, hasta oscurecer la superficie verbal por superposición de transparencias. Son los “elementos de la moda”, o del modo, lo que se trastorna cuestionado. Cuando se dice que las palabras replican como “zonas sabrosas, saliendo a la lentitud”, Espina no hace más que marcar su área de disputa: la escritura poética como una buena carne a las brasas, dejándose paladear, yendo de lo informe a lo uniforme mediante un innato ejercicio de morosidad. Esa velada en cámara lenta de una sintaxis que se concibe apremiada, no hace otra cosa que situar el estilo de Espina en un corset imaginario, pero no por eso menos palpable. En El cutis patrio, aquello que sujeta a las palabras no conforma necesariamente el poema, porque de lo contrario se estaría frente a un mero artificio de contención. De esta manera, Espina juega con aquello que Carlos Germán Belli llama “asir la forma que se va”, pero con una diferencia cardinal: en el poeta peruano, la preocupación por transformar el fondo, el clima o el escenario de sus textos, no adultera una métrica tradicional (al contrario, se sirve de ella); en cambio, en el bardo uruguayo, la aproximación a la forma (“el hoy constante de lo anquilosado”) lleva a una versión del suceso rítmico, y es por eso que sus textos ambientan una escena donde la pretensión de verdad no seduce siquiera con su bijouterie de imitación. No todo lo que reluce es Lezama.
Por otra parte, lo mismo que la poesía de John Ashbery, los trabajos incluidos en El cutis patrio poseen la condición de un sueño que reclama ser interpretado, aunque su cualidad más determinante es que resiste la interpretación. De otro modo, el sueño no tendría fórmula posible.
2- Ahora bien, aunque es cierto que Espina desecha la lógica, no es que se desentiende del sentido, incluso cuando es difícil llegar a él. El sentido no se borra de esta manera sino que se dispersa, queda embalado en una estructura concéntrica, vitalicia, del que no logrará escaparse fácilmente. En los poemas de Eduardo Espina, el sentido “hace tiempo”, y es más: cede al destino del deseo. Es una máxima, pero también una noción de mínima para acorralar los poemas a un estatuto por fuera del significado. El cutis patrio es un texto recóndito, o bien un abismo cerrado en el que uno no sabe qué hace, qué está mirando, y lo único a lo que uno debe aferrarse es “al propio y natural salvajismo”, como diría Frank O’Hara respecto de las pinturas de Grace Hartigan. En ese aspecto, el sentido en Espina se demora, y ese hacer tiempo se extiende en un afinamiento formal que recuerda la caída de la arena en su intersticio de tiempo, hecho reloj. Eduardo Espina una y otra vez da vuelta su clepsidra-poema para recomenzar el sentido que no se completa, sino que se afina (incluso de un modo acústico) hasta desaparecer en el estado cero de la forma. De esta manera, la resurrección del poema es vista como un parásito que se adhiere al rostro de un ave de recorrido circular, huidiza, impostora y teatral como un tero (algo así como el pájaro nacional uruguayo). En sus textos, también Espina pega el grito del sentido en un lugar ya camuflado, permanentemente cambia de ruta, de génesis, y donde la superficie es sometida de acuerdo a quien la encare o la interese. Se trata de pliegues incluidos por los amantes conforme una luz, un campo sencillo, “fácil, feliz”, donde se desarrolla el chisporroteo de las apariencias. Así queda más en claro este dominio de las palabras en la lengua (cutis) materna (patrio). Espina consigue, de esta manera, que brille un rayo de luz en las palabras y se oigan gritos entre elementos invisibles. Para un escritor, y sobre todo un escritor de poesía, escribir es dar alcance a su propio límite, y también hablar el suyo, de manera que los dos sean el borde común que al separarse se ponen en relación. La poesía de Espina reproduce un pensamiento que procede de un afuera más lejano que todo mundo exterior, y por ende, acercándose a un todo interior.

3- En el poema “Momias”, Eduardo Espina traza la silueta espectral de un lenguaje que vacía al cuerpo y lo integra a una aparente perennidad. Con ello no hace más que proponer, otra vez, el contorno de una escritura (¿barroco, borrococó?): en ese cuerpo revisitado por la taxidermia del lenguaje (en Espina la escritura también es armazón y formol sobre un organismo muerto) habita una verdad que sólo confiesa su silencio. Sin embargo, estamos frente a un poeta que desmiente la verdad como categoría absoluta, y encuentra en la ausencia de fijeza una velocidad pormenorizada por los textos. Una poesía que se blinda anta la nada, ésa es su máxima resistencia, porque funciona en lo que Espina llama “el desconocimiento perfecto del mundo”. Toda la obra de este poeta oriental, incluida El cutis patrio, demuestra en términos estéticos (si es que la poesía debe equipararse con mecanismos de reflexión filosófica) el apresamiento del sujeto en eventos que sobrepasan su horizonte individual de sentido, de acuerdo a lo afirmado por el pensador Axel Honneth.

4- Los poemas de El cutis patrio no son productos de un extravío poético, filosófico e ideológico. Como diría el poeta Reiner Kunze, en una entrevista a la radio alemana en 1977, “el subconciente estructurado poéticamente es más fuerte en ocasiones excepcionales, que la conciencia objetiva programada en contra de la poesía”. Con reservas, podría aplicarse esta definción a momentos de la escritura de Espina. ¿Quién conoce la prehistoria de la grafía de Espina? Sólo llamando a la idea de ese subconciente que determina toda su obra, es donde podemos convergir en una mínima respuesta. No obstante, es posible decirlo, Espina es poseedor de una escritura incorregible, es decir, que se fortalece en la diferencia y trastorna las semejanzas. En ese sentido, pocos escritores son tan reconocibles a simple golpe de vista, poniendo en funcionamiento un mecanismo de relojería lírica que se da en el diálogo deseante con su lengua geográfica: el uruguayo. Por otra parte, su mecanismo de estructura compositiva puede verificarse en un excelente entrevista de Enrique Mallen publicada en el número 11 de la revista Tsé-Tsé (2002), y en donde Eduardo Espina define a su poesía como un intento de “observar al instinto como una estructura que puede ser desarmada y extendida, y no como un caos sucesivo y exasperado que esconde su origen y niega su sentido”, presentando a la vez una estructura “detenida y desarmada”. De este modo, el escritor uruguayo no formula una discurso poético convencional, ya que El cutis patrio se dificulta en la superficie; en su aparente organización monolítica, las palabras en este libro definen un área móvil, aérea, esponjosa, como de arena movediza. Cuanto más cómodo nos encontramos en sus poemas, más nos hundimos en ellos con mayor facilidad. Esa capacidad de falsificar los canales de conexión inmediatos con su poesía, es lo que hace de Espina un poeta y no una persona con extraordinaria habilidad para cortar la prosa y disponerla en vertical.

5- Para el autor de El cutis patrio, la lengua encuentra su propagación fónica (cacofónica) en las ingles, que también es un pliegue en la entrepierna. Pero para que este matrimonio se consume hace falta un precio y un aprendizaje. Como es de esperar, Espina no revela ese secreto y sólo formula implicaciones donde el lenguaje se viste de acontecimiento. Apenas comprendemos que su escritura trabaja como un río sagrado y que tiene la velocidad del oro, en una especie de silabario peculiar por el que funciona parte de una generación de poetas uruguayos (Milán, Appratto, Sosa, Ojeda, Uriarte, Fressia, Bacci, Benítez Pezzolano o bien, más atrás, Roberto Echavarren). Y repetimos, por las dudas: no todo lo que reluce es Lezama. Y esa incandescencia es otra en Espina, que observa en su alteración de palabras otro cisma para su lengua. Es el pulso del papiro a la memoria, o de la escritura primera a la propulsión temporal.
Para aquellos que aborden un texto como El cutis patrio cabría tener en cuenta las palabras de la autora germana Ingeborg Bachmann con relación a su propio trabajo, al señalar que un poeta debe “abstenerse de lo fácil. Cuando un escritor no diga sino las frases que también dicen los demás, habría llegado para él el momento de abdicar”. El cutis patrio, en ese sentido, amplifica el núcleo verbal de la obra de Espina y reelabora un discurso inédito en la poesía hispanoamericana.


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Algunos poemas de El cutis patrio:

Candel de reposarios
(No todas las partes del pais lo son)

La escarcha a costa de las acacias
y escarmienta el páramo un modo
de ver que debe de venir del nadir
donde de adornadas teas aurorean
por la lámpara saliente al ras de lo
irresponsable en los resuellos con
mancha de húmedos maravedíes y
maneras de amor para morir en la
hora austral del rostro, la una feliz.
A esa sortija de tordo en el tiempo,
la vida se va al olvidado Averroes
vuelto para abreviar las cavidades.
De anilleo por empezar entregado,
logra la gran orilla poniéndole un
dedo de redejas al gentío anterior.
Es todo colmos para el ave moral.
Rapa de prez arrastrando el tercio
de los orioles detrás de las chacras
que por igual inocencia a partir de
la persona hasta el río del recuerdo
enraizan un ser: leve flor por imán
de libídine para siempre distraídas.

La contemplación antes de serlo
(Mirar no impide verlo)

La gota que en ágora de glotón
agrega al resto raso y metáfora
de formas al mundo mostrando
la vastedad de tabique bilingüe
por la lengua del verbo al librar
la vida ida del bífido a la fiebre
avizorando en hora a sus azores
(cielo de océanos en el cetáceo)
oh tan libre abreviar de bríos por
un valle bellodiciente donde aun
una nube llega y el llanto callado.
Cara cercana a quien la presiente:
nada de ciencia ensalza al espejo,
rara la razón cuando de azoros es
además del mal a cada momento.

Juan Díaz de Solís ante la prueba del fin
(El descubrimiento no tiene escapatoria)

En el esperanzarse por la zarza vacía
avistaba lo que vendría aborreciendo:
un pómulo en lo amoroso, el modo de
los ámbitos hacia el babor bondadoso,
cuántas cosas que podría si no fueran.
De obrables labranzas, luego del ego
a peligrar con la lengua en la nación
y de cena una onza de gansos, glacé
por el galimatías, qué poca paciencia.
Mientras más por la visión verdadera
viendo en la bruma tanta abundancia;
surgían grajos, agrados, patizambos.
Genealogías, y no menos fingida fe:
por el borde de un óvalo aborbotonó
lo que tuvo que olvidarse de abrir al
palpar el perseguidor la bolsa baldía.
Baldío el tiempo, el pie por la marea.
Así las zonas a nacer del sentimiento,
ahí la menguante tarea o también no.
La imagen que mojada dejaba de ser
se parecía al pato en boca de buitres,
al barbecho que lavaba las barbaries.
Ave por lo que veía del buen talante,
isla a los labios cuya voz es longitud
(parteaguas a la natación de un éxito).
Tanto, y todo para traerlo tan muerto.
Surcaban quimeras al querer quemar
la manera del mundo pero más la era.
Más sería todo después de la persona
soñando mientras entre otras sale ella.
Salir, porque nada define la felicidad
ni la fe que tenia que ver con mirarla.
Pasaba el tiempo, el pasado por abajo.
Un ras de ibis subía el astro austral al
acomodar lo que en el tamo mantuvo
y la razón por la arenisca remedando
de repente la errada erudición de uno
ante un gol en Oslo o salia solo al sol.
Gol, por decir, porque de ludos nada.
Por tarea le quedaban unas banderas,
la caparazón cambiando de vestigios.
Todo tan claro y para dar comienzo:
los cirros daban razón al relámpago
del pago y de por lo menos haberlos
visto durando en alta podredumbre
de druida apercibida por la pradera
y ese gozo ¿oh? entre los degüellos
hallados en descenso cuando a tan
lustroso astro llegando a regodear,
no en oda de godos por las gomas
mas en mar los pespuntes de plata.
Y vuelve: pone al brillo en peligro.

La vaca lo hace con mala leche
(Un litro que pudiera ser total)

Algo de nata talada en
la epifanía de la forma
orna con otra cuestión:
qué son el empalme de
la pócima y el pérsimo
sin un buen camembert.
Nada: una galleta gratis,
un pan que no aparenta.
Una vez en breve sabida
la ubre de lo que cabrá
(no de cabra) encumbra
la boca de los acabados,
tiene ganas de evitarlos.
Maman, imitan al imán.
Lengua igual o quimera
para querer al roquefort
cuando se confiara y un
olor para ello llamativo.
La escasez con el deseo
hace de Sades a la idea,
otra imagen innecesaria.
¡Y es un logro tan grato
a tranquilizar lo tardío
que junta la tela bilial,
ese jarrón con jóvenes:
los opíparos periplos,
la menguante semana
en mitad del invierno,
hacemenosdeunmes!
Toda improbabilidad
del pasado, toda bola
dobla al desangelado
a cada lado del baldío
salvo por el que habla.
Paladar a su diámetro
en medio de uno más.
A través de litros, late
el café con la alborada
cuyos ángeles horadan.
Angel por algo alejado
que ahora lo deja claro:
también la voluntad en
los baobab, en la vaca
que casi los encuentra.
Qué bello día para oír
con la tristeza atrapar
los panes y mantecas.
Ambos de buen ánimo
empujan para ojear en
cuál sabor, para saber
de los bofes al viento y
lo que vio la vía láctea.
Oh mínimo remanso de
lo mundanal en el hado
oh fría sarta de ateridos
a la pena del penúltimo
como si faltara esa vez;
una dosis con holandos,
un cuerno somnoliento
de buey para que venga.
La tripa oral elige en el
error el roce de becerro,
la versión entre sorbos,
los rituales a cada rato.
Pero ya será suficiente:
nada de lo visible salva
la balada con enseñanza
ni su ras a raíz del resto.
Abre la Obra o lo sabrá:
para la vaca acaba algún
color, para el huso de sol
un salto de luz razonable.

La persona, un día de pesca
(Un día que casi fue otro)

La claridad alcanza la sal de los seviches,
nace similar con la sensación de sentirse
prócer acercando el perfume a quien vino.
Viene el verano que no hace mal a nadie,
la escama que se diferencia de otra forma.
Es como la vida: un viento entero que va.
El chingolo alado y el ibirapitá donde pía
ponen a la palmera a pensar en el pasado,
en ese mar de plata para el bolsillo vacío.
La costumbre del agua nada tuvo que ver
con la humedad y menos vendría su plan
espeso a empezar las escenas nacionales.
La de menos mundo seduce los percebes,
y por qué no, hace decidir a las medusas,
desordena las orillas, la certeza ancestral
de sanar el lamento debajo del mejillón y
para colmo lo que moja más el momento.
El silencio y las ganas de quedar callado,
nada sobrepasa la igualdad de la anguila,
la casa de los sargos mejor que las algas
aliviadas y una vida para olvidarla: lleva
tiempo, volverá su ostra a traer un rastro,
a calentar las ramas del coral a cada lado.
De su otro tropiezo surte al tero por venir,
deja de fijarse como viene el oro antes de
estar pronto pues sería una pena no verlo.
Alguna que otra fortuna, tan única que la
noche en lo inmenso del azar debe mecer
y la sal ayer falsa sabiendo encallar a las
cayenas si para entonces la sed sale llena
y ya sí, naufraga el bagre por el pampero,
un naufragio para ahogarse con anzuelos.
Vete al coño dirá, pero la carnada, ah, la
carnada en carne ajena cómo cuesta estar.
Y encima de la ola, el olvidado dice hola.
Es el surf de Robinson no su ser en el uso,
plenilunio de sol hacia las diurnas arenas
que fueron una vez para que el océano lo
sea: hacia la página, el pez apenas piensa,
reposa, tiene pavor de la lombriz a bordo.
Ay si pudiera, así fuese asegurando a las
rocas castellanas un escalofrío de jaibas
aguadas y guedejas que adivinan a decir
de la sardina, llena panes, zonas huecas.
Pez que por privado pasara por el buche
hecho atole y con ser bastante en la lata.
La angosta playa con longitud de gel de
ella se irá llenando; sólida el área sortea
su torso, de celo pereciendo es contraria
a lo que tiene comienzo, nunca culmina.
Acto seguido, el estuario a tiznar la red:
agua agujereada, glifo igual con el iglú.
Pasan cosas para esperar por la historia.
El abad es ahora un abadejo, la centolla
tiene siglos de vanagloria: puro resuello.
Pregunta la piraña por el aparato raptor,
el delfín afina la puntería, busca usanzas
salientes. Raro; el lenguado no dice nada.
(Y los otros: vino el boquerón a vengarse,
el tiburón cambia de verdad, tiene agallas
para hacerlo). Y cuánto tema de entenado
en la náutica obra donde viaja la actividad;
bello ver al róbalo, ladrón de lo que nada.
Oh mar de Kayam, arroyo relleno de ellos.
No es boca lo que regaña a los renacuajos,
sapo será, pulpo pasando al buceado pozo,
espuma para poner la noria en movimiento
y cuesta entender lo que rima con merluza.
Cae la noche y anida la novedad que basta.
Por el río visual va la vida si allí van a dar.
Lo sabe un besugo, el sardinero sabiéndolo
como aquella yarará de kilómetros líquidos.
Queda para quien corteja el jadeo del hado.
(La marea mojada absuelve a las sirenas, el
remordimiento halla llanto donde repetirse.)

El nihilo
(La nada no sabe por qué)

La imagen del aire une los indicios.
Queda como corolario igual o algo.
No faltará al final dificultad feliz ni
letra a salvo en el ocio de las cosas:
la belleza vendrá con el odre, sabrá
de las sombras en lo único incierto:
el principio perteneciente al paisaje.
Hacia la excesiva inmortalidad de la
salamandra rueda natural en cenizas,
sale y asola la raya lacia del enigma.
Qué podría darse sino monto antes
de melampos, de muestra de afecto
ni de enjambres siguiendo de largo.
Y dura lo que un lirio todo reunido
(lleva su idea la duración al jardín).
A conocimiento del otoño marchita
el ojal y a la flor sale seguidamente,
salva la voz en un borde la división
de los que no se atrevían a seguirla.
¿Será esa la inmensidad de lo izado,
el intervalo de la duda y la bandera
donde también el viento era antes?
Claro el costo a un costado y en lo
que alaba el bolo liando lo inefable,
tú, grieta de los conversos, música
a los misterios que la muerte teme.
Un ojo que podría haber sido hace
las paces, siente el iris con erizarlo.
Pero no todo es tanto ni por lo alto
la montaña mientras la nieve venía.
La incertidumbre del uro lo tumba
batiendo al país apilado, a la moza
que se asoma más a la invisibilidad.
Va la ocarina al castor en otra caza:
ajeno espejismo de jolgorio cuando
alcanza el comienzo en el cuerpo la
cordura, otro color en la costumbre.
En la parva del árbol donde escribir
falte acaso la boda al bosque debida,
la cavidad desenterrada de los labios.
Trayendo edades diferentes, el reloj
regaña la blanca arenga por la cama,
junto al frijol, juntos, el general y la
gema: nadie intrigado para tratarlos.
Celajes, comisuras, unos con otras:
no decir nada, dejar la lengua vacía.
Por aquí el apero pende del empeño.
El silencio hace al azar a lo lejos, la
inexistencia de todas las otras cosas.


Los elementos de la moda
(La suposición como oasis)

Nada tan seguro como dejar de rizarse
en la sala insuficiente; quieta la tajada
que a los vellos en el yámbico advierte
de verse peinar al aire más de una cana.
Pelos por si paspan púbicos un cilindro,
dan cuenta de la calenda a embadurnar.
Pelos, pero hay más: pelambre de poco
y nada y una posición que no comienza.
La cabellera ensaya la cuenta regresiva,
atraviesa los himeneos de la misteriosa
manera, siente el sudor su menosprecio.
Allí las escenas salen de algo presentido:
la pana inteligente al equivocarse de fila,
el color que encanta, la nota de menores
momentos, la misión dada por cumplida.
Para el sentimiento que estaría todo por
delante lo entela un ataúd de casualidad.
Híbrido o ido el deshabillé halló quien lo
quisiera apenas la piel pulcra perdona al
primero que empezara a pensar despacio.
¿Por qué? ¿Habrá sido? Esto podría ser.
Es la pausa de la costura cambiando con
cada ángulo, aunque de este Sur se vean
el costado y el pie que no pasa de moda.
Cambia la paciencia abarcada y al cabo
del silencio que viene antes de la saliva
pues con esos aplausos, traga monedas.
Pone a su precio el objetivo para decir,
en tanto les dicen, la condición es serlo.
La hora recta escribe de quienes vienen,
todo abrigo engrana los broches verdes,
la colección de otoño-invierno contra el
tiempo y no poder sin resolver los años,
saber a quién de todos le quedará mejor.
Todo bulto debuta dado a suspiros, toda
clausura cae cuan en trampa de ántropo:
el gato juega con el ratón, soba su queso.
Distinta visión al canon de los cómics, el
retrato de la neurosis combina en umbría
incertidumbre de las obras sucias, aparta
el temblor y por plantearlo, palpa y apura
el uso de visón propiciando oficios varios,
la caída intencionada duerme en medio de
los dos: la sola vez que despierta esparce
pretendida por el humo nupcial del neón.
Aparejará por las marquesinas cuando al
ojo se le ocurra y a la mano poniendo un
nombre para que brille y selle, está claro.
Claro sería al borde su centro expandido.
Después de él una claridad vendría luego,
sabida aquella de cuya cultura fue en uno
mismo por las eras públicas, muy cívicas.
Tiempo que al pensarlo ponía en marcha,
dio como quiso al astro social un suspiro,
puro presente como debe ser si es seguro.
Presente de sentirse bien, de estar al tanto
actual entre la hebra y el brazo invencible.
Aquel pasa, mientras la raya enseña a ser.
Entre ahora y luego ya no, la idea sacada
del codo se pliega al dedo perfumado del
que apacible llegó, escampa campo entre
el respingo, ese sitio de largos lugares: es
el trato rectangular a pesar de la siesta, el
porvenir donde el relámpago paga reposo.
A todo esto el gineceo regodea la pagoda,
retrae el rostro que regularmente irrita, ríe
antes de ser el primero, lo frena un refrán.
Corre a su brazo la trama de los albedríos
que mucho tirita en lo que puede ponerse
de espaldas, aparta un corte con entrecot.
Anda que por ahí se alarva, pestañea con
la toalla mayor cuando llora empellando
la que aúpa palos de mínimo condimento.
No comer del período ni herida que tiene
ardor de más si por detrás la llaga arredra,
traba el abdomen con moneda de hombre.
Descomer, merecer de menos la manzana.
Corre al orto rojo el líquido de los talcos,
cuánto flujo que no cualquiera toca junto.
Flujo para orificios, para doblar hablando
los ungüentos por donde trepaban al pelo
y la móvil viscosidad que aún avecina: el
escaparate de los reparos aparece poco, la
cuna del ojo adoptivo le resta importancia.
Otros problemas habrán de ponerla frente
al espejo que tuvo, una única oportunidad:
el tour divino, pudo con el padre que odió.
Padre o por lo de podre, femenino fulgor
que como forma desfila a su felicidad: se
sabe, ha de ser el mundo de algún modo.
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* Editado por Aldus, México, 2006.
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En principio, "Hacer el ser contrario al sentido" era el título del prólogo a la edición argentina del libro de Eduardo. Por distintas razones, ninguna de importancia, no pudo editarse El cutis patrio en Argentina. La reflexión sobre su extraordinario libro, vale lo mismo.

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