domingo, 24 de diciembre de 2006

PLANIMÉTRICO. Lo que piensa uno después del “Sangrado” de Reynaldo Jiménez

Zoster. Corrijo: las influencias no se “sufren”, sino que se instalan en quien escribe de acuerdo a las lecturas que realiza, tanto de otros poetas como de uno.

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Escritores que rondan por mi cabeza a la hora de escribir son Lezama Lima, Perlongher, y por supuesto John Ashbery, un escritor secreto, huidizo, que resuelve su estética entre lo coloquial, lo teatral, lo antiépico. Su poesía podría definirse como deconstructiva, a lo Derrida, pero con un toque de John Cage, más cierta influencia del action painting y de la pintura pop. Juan Gelman también ha sido muy importante en un tramo de mi escritura, y en algún aspecto, aún sigue siendo importante. Me interesan además algunos momentos de Seamus Heaney, Tomas Tranströmer, Derek Walcott, Joseph Brodsky, Vasko Popa, Robert Lowell, Ted Hughes, Zbigniew Herbert, o los latinoamericanos Jorge Eduardo Eielson, José Emilio Pacheco, Octavio Armand, Carlos Germán Belli, Eduardo Mitre, Antonio Cisneros, etc. Todos poetas bien diferentes, pero alguna expresión de ellos siempre sigue sonando.

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Escojo pareja:

1) “Carece de causa” y “AAA1144”, de José Kozer; 2) “Satura” y “Las ocasiones”, de Eugenio Montale; 3) “Autorretrato en espejo convexo” y “Una ola”, de John Ashbery; 4) “Hebras de sol” y “El meridiano”, de Paul Celan; 5) “Norte” y “Viendo visiones”, de Seamus Heaney; 6) “Omeros” y “El testamento de Arkansas”, de Derek Walcott; 7) “La siesta del Fauno” y “Herodías”, de Stèphane Mallarmé; 8) “Los poemas de Sidney West” y “Fábulas”, de Juan Gelman; 9) “The Dolphin” y “The Thirties”, de Robert Lowell; 10) “A Lume Spento” y “The Cantos”, de Ezra Pound; 11) “Decir es Abisinia” y “Mansión Mabuse”, de Víctor Sosa; 12) “Llegada de un jaguar a la tranquera” y “País Garza Real”, de Francisco Madariaga; 13) “César en Dyrrachium” y “Una batalla”, de Aldo Oliva; 14) “Parque Lezama” y “Alambres”, de Néstor Perlongher; 15) “El aliento del dragón” y “El pez volador”, de Octavio Armand; 16) “No vendrá el diluvio tras nosotros (antología poética)” y “Partes de la oración”, de Joseph Brodsky; 17) “La caída de América” y “Aullido”, de Allen Ginsberg; 18) “Canto ceremonial contra un oso hormiguero” y “El libro de Dios y de los húngaros”, de Antonio Cisneros; 19) “Mansalva” y “Grosso modo”, de Gerardo Deniz; 20) “Sal lobuna” y “Campo sin sosiego”, de Vasko Popa; 21) “Distancias” y “Ova completa”, de Susana Thénon; 22) “Trilce” y “Poemas humanos”, de César Vallejo; 23) “Jardín zoológico” y “Mar paraguayo”, de Wilson Bueno; 24) “Animalaccio” y “Atlántico Casino”, de Roberto Echavarren”; 25) “Homenaje a los indios americanos” y “El estrecho dudoso”, de Ernesto Cardenal; 26) “Artaud le Mômo” y “Para terminar con el juicio de dios”, de Antonin Artaud; 27) “La curva del eco” y “Musgo”, de Reynaldo Jiménez, y 28) “Cuervo” y “Cartas de cumpleaños”, de Ted Hughes.

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Más parejitas, más, en la próxima. Lo sé, faltan mujeres. Muchas más. Hay algo de más, ¿no?

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Efecto Rilke. Me enfrento a mí mismo joven y me pregunto boberías prosódicas. Contesto: - Que lean mucho y tupido; que escriban con la misma frecuencia con que lo hacen con la lectura. No importa si no se encuentra el estilo, porque éste es la suma de muchos intentos. Que no confíen en la iluminación de la palabra, ni en lo sagrado: la poesía está fuera de ese absoluto. Que la poesía es relativa, es intento, es escape, es diseminación. Rizoma.

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¿Afinidades? En Argentina, con Reynaldo Jiménez, aunque es peruano pero hace años que reside en nuestro país. También siento afinidad con los argentinos Sergio Raimondi, con Aníbal Cristobo, Santiago Llach, Andrés Kurfirst, Ariel Williams, Rubén Gómez, Guillermo Daghero, etc., que son más jóvenes.
De los no tan, o que partieron: Madaraiaga, Viel Temperley, Calveyra. Lo de Bustriazo Ortiz, Escudero, Horacio Castillo, son escrituras sin referencia, sin madre conocida, y si la hubiese, qué importancia.

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De otros países, los uruguayos Víctor Sosa, Roberto Echavarren o Eduardo Espina, con el peruano Enrique Verástegui, con el chileno Andrés Ajens, con el dominicano León Félix Batista, con los brasileños Wilson Bueno y Claudio Daniel, los mexicanos Heriberto Yépez, Gabriel Bernal Granados, etc.
Algunas zonas de la poesía de los platenses Roxana Páez, Carlos Eguía y Horacio Fiebelkorn me son cercanas, sobre todo en esos chispazos de impudicia que pululan en sus imágenes, a pesar de compartir estéticas diferentes.

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Más allá de la pulsión de muerte, el boliviano Jaime Sáenz (1921-1986). Más allá, un poeta extraordinario con un ritmo infernal, es decir, salido de los mismos infiernos de un Altiplano del que ni siquiera Virgilio podría hallar atajo mejor. Un poema: “Unos ojos miran con fijeza, el olvido amanece / en la penumbra. // Un ruido de muerte se escucha allá, en el hilo / de la luz. // -en la penumbra, // ni una palabra. // Es la respuesta que guardabas tú.”

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The question: la forma de publicarse y vender la poesía. En Argentina, este género tiene poca prensa y cuesta construir lectores afines. La poesía es compleja por definición, pero sin lectores, es aún más insondable. Habrá que entrenar a los hipotéticos lectores en la lectura de poesía. Pero esto todavía es utópico. Las grandes editoriales y los suplementos culturales publican aquello que más rédito les ofrece a la brevedad. La poesía es un género de digestión lenta, y nadie quiere tomarse el tiempo para el paladeo.

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La poesía tiene un lugar de culto, por momentos elitista. Eso no es culpa de la poesía sino de quiénes manejan la política cultural en los países.

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Absolutamente. A pesar de que se ha repetido en alguno de sus libros, textos como “Los poemas de Sidney West” o “Fábulas” comprueban que la poesía, al igual que la narrativa, puede construir un estilo desde una posición incómoda del escritor. Gelman termina con la poesía de los sesenta, con la oralidad neotanguera y gratuita de algunas escrituras. Su poesía elabora una cornisa que habría que transitar: tomar el funcionamiento de lo oral y hacerlo pivotear en la sintaxis hasta licuarlo, volverlo intraducible, y luego trazar con ello una nueva cosmogonía del verso.

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No entiendo eso de “romper por romper”. Las rupturas que se han dado en la poesía (Mallarmé, los dadaístas, Artaud, Pound, Eliot, Vallejo, Girondo, Celan, Lezama, etc) muestran que gracias a algunos poetas que arriesgaron con su escritura la poesía pudo aggiornarse, oxigenar la sintaxis, y por momentos desmentirla.

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No. Existen hilachas del objetivismo de la llamada Escuela de Nueva York, con Ashbery, Frank O’Hara y David Shapiro, o la nueva revisión de la voz corrida del sajón de Yeats en la poesía irlandesa, con Heaney, Montague o Eavan Boland. El neobarroquismo de Sarduy, Lezama, Perlongher, Jiménez, Espina, Carrera, Kozer, o el erotismo social en Chile, con Gonzalo Rojas, Teiller, Alexis Figueroa, o el joven Carrasco: todas son expresiones comunes de un estilo poético determinado, pero no forman escuela alguna.

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No creo en ese “estado de poesía”, como si hablásemos de sujetos extáticos, en plena contemplación, absortos por el poder supraterrenal concedido, que consigue inigualarlo como persona. El poeta, como el narrador, piensa permanentemente en su obra y en las que vendrán, pero eso es parte del trabajo diario. El trabajo diario, ¿no es el principal logro de quien escribe poesía? Obvio: “inigualarlo”, no existe. Ni neologismo ni burrada, un gusto.

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Puede que funcione de esa manera, aunque no hablaría de esas proporciones. Todo depende de lo que un escritor privilegie en su vida.

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Y no. La poesía es un medio más de expresión artística, como la música, la escultura, la pintura. El lenguaje está en todas partes. Que se emplee la palabra como medio, no significa que estemos ante un género excepcional.

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La realidad interna del país, el día a día, los compromisos fuera de mis horarios de escritura. Por un momento inhiben, pero después se superan.

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La impresión es que escribo para sentirme más entero, y con la posibilidad de crear una noción de belleza propia, de construirme como lector de mis textos. Lo de “belleza” parece excesivo, y lo es, porque no encuentro otra manera de categorizar los sentidos. ¿Y si no se puede?

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¿Qué hacemos con Duchamp? ¿Otro inodoro? ¿O el poema biografemático de Augusto de Campos, publicado en la revista Espiral?
Tachar la respuesta.

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El hipotético sentido de la poesía debiera ser el de acercarnos lo máximo posible al primer asombro, incluso cuando leemos, cuando vivimos en pareja, cuando escuchamos las primeras palabras de nuestros hijos. Intentar sentirse nuevamente sacudidos, conmovidos, aunque fuera por una segunda vez, es decir, una primera vez después de la sacudida. Tal vez eso sería parte de una estrategia poética.

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No sé si la palabra es vacilación, podría ser tensión, que es un sentido aproximado aunque no exacto. Tampoco sé si se trata de sentido. ¿Quién dice que la poesía deber privilegiar el sentido? Hay otras palabras que pueden ser equivalentes en poesía: movimiento, digresión, eficacia, palimpsesto. El sentido a veces es fónico, depende de cuánto arresiguemos en la escritura. Es un salto al vacío, pero vivimos cayendo, quiérase o no, ¿no?

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El riesgo de no parecerse a sí mismo. De no semejarse a la moda de cualquier escuela poética. Ir hacia delante, sin red, para definirse sólo en la escritura.

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No tengo la menor idea. Parece una pregunta destinada más a la narrativa que a la poesía. La lírica funciona dentro de una espacialidad y temporalidad sin fines de lucro, es indefinible.

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Expresiones que alimentan mi escritura. Me nutro de ellas para intentar construir algo así como artefactos poéticos.

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No necesariamente. El amor y la muerte son dos polos complejos de atravesar en la vida misma. La poesía puede hablar sobre estos temas, pero siempre los construye lateralmente.

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Por supuesto, contesto a quien pregunta, y no convoco al Malfario de Montale. La poesía de Ashbery siempre es un ejemplo de cuánto el desajuste sintáctico hizo progresar a la poesía. No necesariamente vanguardista, pero sí desajustada.

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Todo depende de la construcción mental del escritor frente a la página. No todo es poesía, pero debe existir cierta tensión para que ésta suceda. Y ante todo, detesto a los poetas que admiran su desgarramiento, como si les sucediera algo tan trascendente que tuvieran que ponerlo en palabras, sin el tamiz del trabajo de escritura.

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Creo que la literatura, la poesía en este caso, construye su propia realidad, con leyes que le son afines y con un diccionario singular, distribuido por el escritor. En ese sentido los términos de la pregunta se funden, se contestan a sí mismos.

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Creo que eso no funcionará. El narcisista, por lo general, es un pésimo poeta, al creer que su experiencia personal merece volcarse al papel. La poesía es un hecho artístico más, y no debería tomársela tan a la ligera.

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Me da la impresión de que se trata de aportes mutuos: Freud, a su manera, también hizo manifiesto en sus libros una escritura poética. La noción de inconsciente, de exploración monologal de la consciencia, es tan moderna como conocida: Joyce y Eliot echaron mano a esa idea y la han puesto a funcionar. Y no habrá que olvidarse de los logros del surrealismo en esa materia, cuando cargaba con la experiencia representativa de lo onírico, un material del que tampoco no es ajeno el psicoanálisis, como se sabe.

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(…) No lo sé. Parece una pregunta de los sesenta. Si existe un compromiso, éste se daría en la escritura, y de allí todo lo que rodea cualquier proceso creativo. Por otra parte, la sociedad no carece de idealismo porque se trata de un todo colectivo que se expresa como puede. Que la poesía no llegue como uno quiere a la gente no significa que exista una sociedad que le dé la espalda a los creadores. Terreno a ganar: el de la instalación de los libros de poesía en los círculos de comunicación más pertinentes: librerías, suplementos de cultura, etc.

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Un artesano, sin duda. Privilegio la noción de trabajo poético por sobre todas las cosas que pueda unir la poesía.

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En cualquier momento podría ser un evasor, en el sentido impositivo del término. ¿Habrá sentido segundo, tiempo, confiscación del tamaño?

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Podría hablarse de obsesión y pasión. Obsesión por prepotencia al trabajo en la escritura, el pulido, las correcciones, la búsqueda de una forma adecuada a la voz que se quiere expresar. Y la pasión es consustancial con el poeta, algo así como su ADN.

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Un error implícito. Para algunos lectores (que incluso son escritores) un texto que no lo conmueva (que no tenga osadía, pongamos) no tiene por qué ser un mero objeto estético. Esas son concepciones superficiales y aleatorias al poema; tiene que ver más con afinidades estéticas que con la certeza crítica.

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El poder de síntesis es inherente a la historia de la poesía, incluso en aquella que aparenta ser excesiva, como la de Walcott. Me da la impresión que la poesía contemporánea se podría definir por su manera de atravesar los discursos, de igualar los géneros, y básicamente, de descomponer la ideología implícita en la oración, o en este caso, el verso.

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No se trata de destruir por destruir, sino de conformar una voz que escape de la inevitable decodificación del sentido. La poesía debe ser sentida, no comprendida. Lo contemporáneo vendría por ese lado; no hace falta anular el sentido, sino correrlo de centro. Lookin’ back to Galileo.

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No al nonsense, pero sí a otra forma de experiencia con el lenguaje. El nonsense sigue ofreciendo pasto fértil para la hermenéutica. Si la piedra Rosetta fue desclasificada, por qué la poesía debiera ser más críptica y enigmática. La carrera de Letras serializa (cerealiza, también) distintas versiones de un mismo Champollión, quien necesitó inventar para descubrir cierto lenguaje que tenía al alcance de la mano.

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No sé qué es el caos. Es decir, comprendo a qué cosa refieren pero evito hablar en esos términos. Pero digo: no creo que un poeta se defina por lo que recibe (“bondades estéticas y musicales del caos”), sino por lo que es capaz de construir a partir de una sensibilidad que lo determina. Arriesguemos definición. El poeta no es músico, porque no conoce el sonido. Tampoco es escultor, ya que ignora darle forma a materiales más tenaces que él. El poeta puede imponerse como impostor, aunque en definitiva elije decir una verdad que no conoce. El poeta es la suma de su desconocimiento, y porque no compromete su ignorancia, habla, cuando está persuadido de que alguien le dicta versos, y luego escribe, creyéndose él mismo el co-protagonista de una fantástica visión. La utilidad de algunas obras no se discuten, se rechazan.


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No existen elementos para ser optimistas. Sin embargo, no me defino como pesimista. Digámoslo así: construir la felicidad es complejo, pero se debe insistir a pesar del mundo.

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Vivir después del desastre es un ejercicio de convivencia con la realidad. Qué hubiese sido de la poesía de Seamus Heaney si era derrotado por el profundo conflicto en Irlanda del Norte. Un poeta novel, in aeternum.

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El planeta se corroe, lo mismo que si le hubiesen arrojado ácido muriático.

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No sé qué observan “los poetas”. Yo, que escribo poesía, no describo la caída, sino la reconstrucción de una voz propia en medio de una catástrofe muy subjetiva. Quien observa el mundo no tiene por qué ofrecer su propia axiología, sino que traduce lo más fiel posible, primeras impresiones.

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