miércoles, 3 de diciembre de 2008

El escritor vacío

La escritura mimetiza la distancia. Si eso es un acierto es porque lo conoce todo el mundo, o mejor dicho, toda la gente que dedica su vida a habitar el planeta privado como si fuese público. La escritura siempre es estilo indirecto, por más que afirmemos lo contrario, esa oblicuidad de la expresividad hecha escritura profetiza una toma de distancia con los hechos que, en la práctica escritural, nunca se cumple con creces. Es lo que Derrida llama “el enigma velado de la proximidad”.
En la clausura de esta experiencia la palabra es una unidad provisional y el significado la pauperización del diagrama del concepto. Como se sabe, el concepto es la base de la economía interna del mensaje. Con ello, estamos en condiciones de exigir un precio razonable para acceder al privilegio de cualquier anuncio. Pero para eso, el escritor debe soltar el resorte con el que está tentado de elaborar un concepto novedoso, un esquema funcional o una ráfaga de imágenes. De ninguna otra manera arribará a un proyecto afirmativo de la diferencia, y será rebatido por aquello que alguna vez se presentó como fórmula de perseverancia.
Sin embargo, la preocupación de nuestro escritor es modificar su propia realidad, no porque esta fuese preocupante, sino porque en el mecanismo de creación se encuentra la palabra inmanencia. Y esa unidad desproporcionada por el volumen de producción de situaciones ordinarias, promueve la idea de permanecer en el suceso. En esa corrección del movimiento la lengua muestra su toponimia. Estar clavado en medio del suceso, como prestación de la fijeza. Por ende, lo fijo sólo se manifiesta en la inmensidad del futuro movimiento. Es como si cada vez que el fuera-de-escala-verbal se pronuncie, con eso mismo se llamara al pensamiento hacia el exterior. Lo que habría que decir, entonces, es que ese fuera del lenguaje, ocupa una valoración, un ética -que es una dietética-, y al mismo tiempo un simulacro de oficio.
¿Cuánto tiempo debe operar entre la duda y la afirmación, para que la duda deje de ser pendular a la enunciación, y la afirmación la fijeza que la despoje? El tiempo de formulación y los de creación de pensamiento, no son los mismos: la ficción federaliza los recursos de la invención, sin desmentir sus mecanismos, que son móviles e insuficientes. Porque mutan, a esos mecanismos se los denomina escritura. A lo demás, sólo literatura. El resorte del escritor se corta cuando decide aferrarse al recurso y avanzar sobre el campo fértil del hombre que inventa su pensamiento como suma de conceptos. Por eso el vacío, como objeto del sujeto que jamás debe repletarse, forma una mampara delgada de bambú con las que se hacen las conexiones más resistentes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pregunta: (...) Eso que usted describe se descubre también en sus ensayos. Una progresiva búsqueda de foco, con sus correcciones en el movimiento de la lente, una proximidad entre la experiencia sensible, la idea y la palabra. ¿Es eso lo que persigue?

John Berger: "Probablemente. Las palabras son por lo general una cortina, una pantalla, y todo el esfuerzo de la escritura radica en el intento de correr esas cortinas, levantar esa pantalla, para que eso que está del otro lado, ajeno a las palabras, pueda hacerse presente. Pero no estoy generalizando. Se trata de una experiencia muy específica, concreta, personal. Para otros escritores que admiro profundamente, las palabras son una especie de mar o de río que los lleva, los arrastra. Proust es un buen ejemplo. Y no es que no concuerde con esta posibilidad de la escritura, sólo que no es así para mí."