sábado, 20 de marzo de 2010

Una mano

1. La vida nunca fue sencilla, como podrá advertirse de todas maneras. Ser así es prosperar desde la ausencia de habilidad hasta una forma infinitesimal de destreza. La falta de habilidad, cuyo antónimo es la inutilidad más perseverante, recayó en él, pero también en otros, desde entonces espectadores de un resentimiento inmanente en el meollo del padre. Y al surgir, perfeccionó cierto mecanismo de desprecio que sólo el talento podría más tarde acomodarlo. La cuestión es que no conocía nada de él, ni de sí mismo; y era relativamente cierto, pensó, porque de todas maneras siempre es insuficiente lo que se conoce de cada persona, aunque mayor sea el esfuerzo para interesarse en el otro. De ese modo pensaba muchas opciones para no diferenciar el paso del tiempo, sobre todo porque ese tiempo se trataba de puro ocio, y era extenso, tanto que la palabra infinito hacía probable un término medio para la imposibilidad. Más allá de todo, se las arregló como pudo. Los años de inconveniencia motriz le dieron una particular forma de manejar el mundo a su antojo, como si permanecer así fuera la involuntaria dosis de abnegación que le faltara a su vida. Por supuesto le hubiese gustado resolverla con las facultades intactas, pero los obstáculos están para eso, pensó: salvar las distancia entre la impotencia y la destreza es parte de cualquier carrera de vallas, una inconveniencia detrás de otra y para cuando uno haya salvado todos los mojones relativos, podría sentirse una persona entera. O la mitad beneficiosa de un entero, en el mejor de los casos. La primera vez que salió al mundo, trabado de dificultad, creyó que la vida anterior era todo lo que necesitaba. Pero esto siempre es una verdad a medias. Intentó en su primer paseo (una tarde de otoño, con su saco echado al hombro que camuflaba la ausencia de tono) ayudar a una simpática anciana a cruzar la calle. "No hace falta, caballero", dijo la septuagenaria (tal vez tuviese más edad, pero estandaricemos con fines de lucro literario), quien reaccionó de mala forma ante la insistencia de ayudarla a cruzar de vereda. Pero ella no prefirió su auxilio, y fundamentó su negativa tomándolo de la mano. Ese apretón quedó inconsistente, cuando cayó en la cuenta que allí, donde debiera haber un juego de dedos, apenas había un sitio en clave de fuga, y aire mezclado en un acantilado de nada.
2. Tengo ganas de escuchar este tema, sin razones necesarias.

Tremendo ensamble de Cleveland. The New Lou Reeds hacen un cover de un temita de los James Gang, The Bomber. El tema es de 1970; la versión de 2005. Obsérvese la polenta del grupo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho este texto Mario. Escurridizo como esas manos en clave de fuga, me obliga a releerlo y releerlo. Pero el resultado es siempre el mismo: no se puede salir de su textura.
Abrazo,
Sole