jueves, 20 de marzo de 2008

La cosa que piensa (mientras escuchamos a Jesus & Mary Chain, y de reojo a Deleuze sobre Kant-Dios-René)




Jesus & Mary Chain, Come on, MTV, agosto 1994

___________________________

Le cours de Gilles Deleuze (1980)*

[Primero que todo el entendimiento de Dios. El entendimiento infinito. Toda la metafísica del siglo XVII esta llena de consideraciones sobre el entendimiento infinito; pero ¿qué es el entendimiento infinito, el entendimiento de Dios? Dios es el ser para el que no hay dado. En efecto Dios crea, y crea ex-nihilo. Es decir a partir de nada, no hay un material que le sea dado. Desde entonces para Dios no existe la distinción entre un dado y un actuado. En otros términos, la diferencia entre dado y creado no existe para Dios. Para Dios no existe diferencia entre receptividad y espontaneidad; Dios es únicamente espontaneidad. Entonces ¿Qué es lo dado? Lo dado es una espontaneidad despojada. Solo hay dado para la criatura, porque la criatura es finita. Lo dado es solo una espontaneidad despojada, en otros términos: nosotros, siendo de hecho seres finitos, decimos: hay lo dado. Para Dios, no hay lo dado. Nuestra finitud es la que hace la diferencia de la receptividad y de la espontaneidad. Esta diferencia no vale al nivel de Dios. Ahora bien Dios es el derecho, es decir es el estado de cosas tal como es de derecho. Ven, es muy simple, para que el kantismo sea posible es necesario que haya una promoción de la finitud. Es necesario que la finitud ya no sea considerada como un simple hecho de la criatura, es necesario que la finitud sea promovida al estado de potencia constituyente. Por esto a Heidegger le gusta tanto reclamarse kantiano. Kant es el advenimiento de la finitud constituyente, es decir que la finitud ya no es un simple hecho que deriva de un infinito originario, la finitud es originaria. Esa es la revolución kantiana.
Entonces ve el día la irreductible heterogeneidad de dos facultades que me componen, es decir que componen mi espíritu, la receptividad y la espontaneidad. Receptividad del espacio-tiempo, espontaneidad del "yo pienso". En fin el hombre deviene disforme; disforme en el sentido etimológico de la palabra, es decir dis-forme, claudica sobre dos formas heterogéneas y no simétricas: receptividad de la intuición y espontaneidad del "yo pienso". Hay estamos.
Si me han seguido pueden esperar algo: de Descartes a Kant, de Descartes que mantiene todavía explícitamente el primado de lo infinito sobre lo finito, y que por eso era un gran pensador clásico, es decir del siglo XVII, bien, de Descartes a Kant, la celebre formula del Cógito, "pienso entonces soy", cambia de hecho de sentido. La última parte de "Las palabras y las cosas" implica un gran número de referencias a Kant y retoma el tema heideggeriano de que la revolución kantiana consiste en esto: haber promovido la finitud constituyente, y romper así con la metafísica que nos presentaba un infinito constituyente y una finitud constituida. Con Kant la finitud deviene constituyente. Foucault utiliza admirablemente éste tema, pero Heidegger es el primero que ha extraído y definido a Kant por esta operación de la finitud constituyente. En ese momento digo que es necesario que el cógito tome otro sentido. Les pido poner mucha atención. En Descartes el Cógito se presente de otra manera. Descartes nos dice primero "yo pienso". ¿Qué es eso? Es la primera proposición. ¿Qué quiere decir "yo pienso"? "yo pienso" es una determinación; es una determinación indubitable. ¿Por qué indubitable? Porque no puedo dudar de todo lo que quiera; puedo dudar de que usted exista, puedo dudar de que yo exista. Hay una cosa de la que no puedo dudar y es que yo pienso. ¿Por qué no puedo dudar de que yo pienso? Porque dudar es pensar. No se trata de discutir, se trata de comprender lo que él quiere decir. Puedo dudar que dos y dos hagan cuatro, pero no puedo dudar de que, yo que dudo, pienso. Entonces "yo pienso" es una determinación indubitable.
Segunda proposición: "yo soy", y ¿por qué "yo soy"? Por una razón muy simple, es que para pensar hay que ser. Si pienso, soy. Al nivel B el enunciado del cógito es: si yo pienso, yo soy. Proposición A "yo pienso", proposición B: si yo pienso, "yo soy". ¿Por qué si yo pienso, yo soy? Yo pienso es una determinación indubitable. Es necesario que una determinación actúe sobre algo, sobre algo indeterminado. Toda determinación determina un indeterminado. En otros términos: "pienso" supone "ser"; no se en que consiste ese ser, no tengo porque saberlo. "Yo pienso" es una determinación que supone un ser indeterminado. El "yo pienso" va a determinar al "yo soy". La determinación supone un indeterminado. Todo esto esta muy bien. No hay lugar para hacer objeciones. Ya es suficientemente fatigante comprenderlo. Si yo pienso, yo soy. ¿Soy qué? A ese nivel, una existencia indeterminada. Proposición C: pero ¿qué es lo que soy? Soy una cosa que piensa. Lo que quiere decir: la determinación "yo pienso" determina la existencia indeterminada "yo soy", de donde debo concluir: yo soy una cosa que piensa.
El enunciado del cógito sería entonces:
A- Yo pienso
B- Ahora bien, para pensar hay que ser
C- Entonces yo soy una cosa que piensa. En otros términos yo diría que Descartes opera -y eso es muy importante para el porvenir- con dos términos: "yo pienso" y "yo soy", y una sola forma: yo pienso. En efecto "yo soy" es una existencia indeterminada que no tiene forma. El pensamiento es una forma y determina la existencia indeterminada: yo soy una cosa que piensa. Hay dos términos "yo pienso" y "yo soy" y una sola forma, "yo pienso", de donde se concluye: "yo soy una cosa que piensa". ]

* Extraido de www.webdeleuze.com

___________________________

Jesus & Mary Chain, Drop, Cesar's Palace, agosto 1998

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Clarice, ciudad gloriosa, tiene una historia atormentada. Varias veces decayó y volvió a florecer, teniendo siempre a la primera Clarice como modelo inigualable de todo esplendor, por comparación con la cual el estado presente de la ciudad no deja de suscitar nuevos suspiros a cada vuelta de las estrellas."
Italo Calvino, Le città invisibili