Los recuentos de grandes autores del siglo XX suelen ignorar a un novelista fundamental, el yugoslavo Danilo Kis, cuya actitud frente a la literatura, ajena a la ideología y la política, lo ha orillado a un injusto olvido. Este tríptico lo integran un texto, en exclusiva para Letras Libres, de Milan Kundera, el imprescindible autor de La inmortalidad, otro del crítico italiano Massimo Rizzante y uno más del propio Danilo Kis.
Yo soy un escritor bastardo, que llegó de la nada. No soy un escritor judío, como el maestro Singer. Los judíos, en mis libros, no son más que literalidad, extrañamiento, en el sentido del formalismo ruso (ostranenie). Esto porque el mundo de los judíos de Europa Central es un mundo desaparecido, un mundo de ayer y, como tal, situado en el campo de una realidad no real. En el campo, pues, de la literatura. Y tampoco soy un escritor disidente. Tal vez un escritor de Europa Central, si esto significa algo. Si mis orígenes no estuviesen hundidos en la niebla, me pregunto qué razones tendría para hacer literatura. Lo que más detesto es la literatura que se quiere minoritaria. No importa de cuál minoría: política, étnica, sexual. La literatura es una e indivisible. Buena o mala. Se puede ser homosexual y no ser Proust, ser judío y no ser Singer. Minoría o no, esto no me interesa en lo absoluto. El argumento de mis libros es, para citar a Nabokov, el estilo. O viceversa: el estilo de mis libros es su argumento. Eso es todo. Escribo en mi lengua materna, el serbocroata, y es un instrumento que no cambiaría por nada del mundo, aun cuando sé emplear el francés casi correctamente. Intenten proponer a Menuhin que cambie su Stradivarius por un piano Bösendorfer, en el cual toca en forma un poco vaga y sin alegría... ¿Quién soy? Soy un observador, si me lo permiten... Observo lo que se puede ver a simple vista, pero que las personas no ven en verdad. Observo este desmoronamiento, lo espío desde mi observatorio en el décimo arrondissement (segundo piso)... Y veo muchas
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Es el instante en el que se tiene la impresión de que, en toda la nulidad del hombre y de la vida, hay de todos modos unos cuantos momentos privilegiados, que hay que aprovechar. Es un don de Dios o del diablo, poco importa, pero un don supremo. Yo oscilo entre estas dos ideas paradójicas que, como dos idénticos polos magnéticos, se repelen; así como oscilo entre momentos de vacío y de disgusto por la literatura
y los raros momentos de ausencia de este disgusto. Cuando no escribo, traduzco. Especialmente poetas rusos, húngaros, franceses e incluso ingleses. Esto los libera a ustedes del lirismo, que siempre es un peligro para la prosa. Y es un excelente ejercicio de estilo para un escritor. He traducido a Queneau al serbio. Es una manera de aprender la receta: una mezcla de crudités de la vida, un buen trozo de carne a término medio de realidad (con el hueso roto), una pizca de sal, una poca de azúcar de caña (¡nada de sacarina!), una buena dosis del ingrediente llamado "ironía" (¡puede reemplazar al laurel!). Todo en una vieja bacinica. Dejar cocer a fuego lento, dejar macerar por noches, meses, años. Servir fresco o manido. Y esfumarse de puntitas.
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© Herederos de Danilo Kis
Traducción al italiano de Massimo Rizzante
Traducción al español de Clara Ferri(El texto de Kis, redactado directamente en francés, se extrajo de la colección de ensayos Homo poeticus, Fayard, 1993. La edición original de Homo poeticus salió en Zagreb en 1983.)
Tomado de http://www.letraslibres.com/
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