sábado, 17 de marzo de 2007

El fin no es ningún proceso

Una frase aparece. Se vuelve anterior a la sintaxis, pero su infancia es la música con la que a veces conseguimos escribir posicionalmente. Los textos de Bernhard están plagados de estos ritos sonoros, en los cuales, como dijo Wittgenstein, se podría cumplir aquella máxima del final del Tractatus: "de lo que no se puede hablar, mejor callar". El lugar común de cada frase, es decir, lo que la regresa a la cultura de forma universal, siempre motiva a una especie de archivo donde la intriga por el procedimiento, hace del curioso un imitador, y de un cuestionador, alguien que escribe. Bernhard, con esa sintaxis circular, reiterativa, ausente de énfasis, mueve a quien ajusta su momento de lector, a atravesar la perta del aburrimiento. Los mismo sucede con Handke; igual con Ashbery. ¿Qué sucede?

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Lo que sucede es lo que no ocurre. A ver: cuántas veces se dijo, o uno escuchó que en las novelas de Aira no sucedía nada? Hasta que una vez ocurrió algo, inesperado. El texto se movió y nosotros nos movimos a risa. Es decir, la revolución sucedía en el cuerpo, y es verdad, a veces, esa ocupación del sentido se hace transparente, se momifica antes de reordenarse en vida. Thomas Bernhard encontró sus lectores, lo mismo que Aira, Handke, Ashbery, etc. Ser lector de Aira es conocer que aquello a lo que llamamos invisible, en verdad se mueve, pero no como nosotros creemos que se mueven las cosas inanimadas, porque se trata de un movimiento temporal, inscripto en el presente y oscilando en el antes y después. A ese triple movimiento se le llama comicidad. Por eso, en Aira, lo que es risueño y desternillante rápidamente nos regresa a un punto, y a tal velocidad, que cuando lloramos proponemos excusas atemporales ("nunca me sucedió"; "es la primera vez"). Con Bernhard acontece un movimiento similar: la diferencia es que siempre creemos llegar a un punto donde el disfrute es otro. Pero seguramente estamos leyendo otra novela.
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