sábado, 8 de octubre de 2011

"Este es el estado de decrepitud exacto que necesito para vivir" (Rafael Cippolini)

Lo acabo de leer en la "Ñ": el amigo Cippolini habla de sus errancias, de sus derivas, y no sé si existe una forma más convincente de circunscribir su literatura (porque eso es lo que hace, más allá que su talento esté destinado al ensayo, básicamente), y lo escribo en el momento en que escucho un disco de los Camper van Beethoven, leía en la cama de este sábado lluvioso y en apariencia horrendo "Demonia Factory", del ecuatoriano Ernesto Carrión, y bailaba la vista por un capítulos de "Mil mesetas", de Deleuze y Guattari, sobre todo el que determinaba el régimen de la novelas cortas, tres para ser precisos. Quedé circunscripto, aunque sea en este instante, por esa mirada sobre el desorden del que hablaba Rafael, un fuera de catálogo permanente y me pregunto qué tipo de artefactos, de objetos trouvé estamos construyendo con esa "decrepitud" inorgánica, que nos devuelve a secas un orden relativo pero domesticado por la segmentariedad.
Tal vez la literatura que hagamos sean series funcionales a esa inadecuación del catálogo, reversionado por un coleccionismo imperceptible, una suerte de simultaneidad de adherencias que sólo en nuestras cabezas trabaja como una bibloteca personal, imantada por ese comercio secreto entablado por la escritura.

La pregunta sería a qué altura / tiempo del ojo lector ese aparente desorden comienza a organizarse? Seguro que Cippolini tiene la respuesta. En la poesía eso está más claro, porque la pregunta sería inconducente, ya que la escritura poética no sigue necesariamente el derrotero lector, sino los chispazos de las emociones en la lectura. Algo así me pasa con Libertella, y lo digo en función de que Rafael está recopilando, como dice la nota de "Ñ", la obra no édita de este tremendo escritor de Ingeniero White. Siempre leí a Libertella como si tuviera delante un texto lírico. Tal vez sea deformación profesional, pero me gusta intervenir desde la desmentida de los géneros; lo mismo me pasa con Deleuze: no leo sus textos como filosofía -nada de negativo hay en hacerlo así, se aclara- sino como estados de versiones en versión de los conceptos filosóficos, cuyo entramado infinito logran una red de derivas posibles de urdir en un pensamiento creador por fuera de la lógica sintáctica. Somos escritores sin público, a la caza del lector, con la neesidad de ser leído por los pares. El estado de decrepitud al que refiere nuestro magnífico ensayista patafísico no es otra cosa que organizar el ojo para quienes tengan la misma aventura de meterse en camisa de once varas, y escanear la dificultad con la virtud de un lector asombrado. La foto del creador de Contagiosa paranoia con sus libros es la intantánea de la cabeza de un hombre que piensa que la única forma de organización proviene de las asimetrías. Eso que decía Deleuze que nadie sabe si dos bordes, fuera de toda lógica, finalmente convergirán en una fibra. Nadie lo sabe, ni quiera Cippolini. Fabuloso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vous avez fait quelques bons points là-bas. J'ai fait une recherche sur le sujet et a trouvé la plupart des gens seront d'accord avec mario-sketchbook-mario.blogspot.ru