domingo, 24 de mayo de 2009

43 historias de amor + dos poemas, por Wolf Wondratschek (1943-)

Didi está siempre dispuesta. A Olga se le conoce por eso. Úrsula ha tenido mala suerte ya tres veces. Heidi no lo disimula.
Con Elke, nunca se sabe a ciencia cierta. Petra vacila. Bárbara calla. Andrea está harta. Isabel calcula. Eva busca por todas partes. Ute es muy complicada.
Gaby no encuentra a nadie. Sylvia lo encuentra muy bien. A Marianne le dan ataques.
Nadine habla de ello. Edith llora. Hannelore ríe mientras tanto. Erika se pone contenta como un niño. Con Lonni se podría arrojar un sombrero entre ellos.
A Catalina hay que persuadirla antes. Rita está a punto en seguida. Brigitte es realmente una sorpresa. Ángela no quiere saber nada de ello. Helga lo sabe muy bien.
Tania tiene miedo. Lisa se toma todo por la tremenda. Para Carolina, Anke y Ana, no tiene sentido.
Sabina se mantiene a la expectativa. Con Ulla no se sabe exactamente. Ilse puede dominarse muy bien.
Gretel no piensa en ello. Vera no se lo imagina. Para Margot no es ciertamente nada fácil.
Christel sabe lo que quiere. Camila no puede resistirse. Gúndula exagera. Nina se hace la difícil. Arianne rehúsa fácilmente. Alejandra es Alejandra.
Vroni está loca por ello. Claudia hace caso a sus padres. Didi está siempre dispuesta.

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Este relato fue extraído de una reunión de cuentos breves, compilado por Gustavo Sáinz para Grijalbo México, 1976.


Los crímenes del sol


Los hombres están cansados y los ríos secos.
Hay un policía que es admirado.
El sol temblando la tierra con sus garras
y las rocas a lo largo de colgar


águilas como los pollos, a la espera del cuchillo.
La tierra es un jardín robado.
Hay floreciente corrupción y los cactus,
y los niños, sin vergüenza,


como había hecho un grito mudo,
cometer cualquier delito.
Sólo para amantes de vacaciones es un cielo.


La miserable pan propagación de su muerte.
Hay un policía que es admirado;
sólo una cosa es sagrada, sus testículos.




Algo está obligado a tener este fin de vida


Ir a las calles de la ciudad y, por último, a distancia
las mujeres, casi oprimidos por la pompa de llamativos colores,
viendo la televisión, ya no como extranjero,
mencionar una sonrisa,
a la espera de una larga y victoriosa

capitana de los siglos,
sonido en las calles de los pobres,
donde los hombres son los más pobres.
Existe en cada vuelta dormir como un Cristo Niño


y cada uno de estos elegidos inconscientes
el sentir puro y grande como pinturas perecederas.
Todo está en el ojo, para este hombre muerto;


sólo sus suspiros resuenan todavía, así como un último beso.
Tendrá para tener esta vida.

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