miércoles, 4 de marzo de 2009

Luz mala

Finalmente, en tiempos de sequía general, el que aminora el paso gana el andarivel y el que lo adelanta, cree verse delante, pero es un espejismo, una secuencia sin intervenciones, una apropiación de las prerrogativas del otro, siempre momentáneas. El gesto de la presidenta -de irrumpir y trabajar con el otro, el adversario sectorial, etc.- no hace sino comprender que de algunos errores aún puede volverse: negociar y sorprender son desempeños indispensables de cualquier operación política; por momentos, Cristina parece haber recordado los movimientos ancilares de Alberto Fernández, que son los movimientos de Néstor, es decir, dos construcciones de pronto reanimadas por la intervención de la Jefa de Estado, que apareció en su medida, como Jefa, y propuso un adelantamiento de debate (ideológico-técnico), y frenó, por momentos, la opereta de futuros cacerolazos, obligando a parte de la oposición a renovar su paquete de críticas. No está nada mal, después de varios meses de desnivel político, caídas indescriptibles y anuncios de fin de alguna que otra época.
Más tarde, lo escuchaba a Solá. Sin duda, un hombre muy inteligente pero apresurado en sus adherencias circunstanciales. El ex gobernador reflexionaba sobre su pasado, presente y futuro político, y lo hacía con un interrogante que sonaba más a justificativo personal: "¿Quién no fue alguna vez algo?", haciendo referencia a la cantidad de ismos con los que se definen volúmenes de políticos de turno. Felipe hablaba sobre la pertenencia, pero también sobre el valor momentáneo de la lealtad, y la caractéristica -a su juicio- que encierra esa pregunta (¿Quién no fue alguna vez algo?), como si estar y desaparecer de una estructura fuera una especie de DNI de cualquier política. Para Solá -y también para muchos- que cada tres o cuatro años se provoque cierta transferencia de ismos (alfonsinismos, menemismos, delarruismos, duhaldismos, kirchnerismos, etc.), es decir, ser otro en el puente levadizo-esquizo de la reproducción de funciones, es parte de la construcción política. Allí Solá equivoca fiero, si piensa que da lo mismo ser uno que otro, o peor: ser un otro siempre, nunca ser la persona que creyó ser, un cuerpo sin definición. Una jugada como la realizada por Cristina, es decir, llevada adelante por Cristina, deja a quienes trabajan desde la oposición la posibilidad de mostrarse vulnerables. Es cierto, todo político tuvo marcada a fuego su divisa política, o su militancia interna, y así seguirá canjeando su identidad hasta que eso importe, no dé lo mismo, que los menemistas quieran ser progresistas, la Bullrich una política sin pasado, y Macri un empresario devenido estadista, no implica el funcionamiento de ninguna nueva política, sino de nuevas maneras de saltar el cerco de la desmemoria general. Por eso el gesto de la presidenta hace funcionar lo mejor que tiene la política: sus operadores. La política gana cuando se muestra vulnerable, aunque esté en medio de una operación de vulnerar al adversario.
Sucede lo mismo con el ajedrez, y especialmente en la modalidad simultáneas, donde se debe pensar mucho -e instantáneo- los movimientos del rival, como si se estuviera en disputa la relación básica de las cosas, o cualquier situación que nos descentre. Así de rápida, inexplicable, fue la intervención de la jefa de Estado, según lo dicho por el inexpresivo Randazzo y los miembros de la Mesa de Enlace. Cristina no hizo nada extravagante, siquiera tuvo que leer a Von Clauzewitz para hacer semejante maniobra. Fue sencillo. Sorprender, pero con testigos, justo aquellos que tuvieron un rol determinante en el conflicto del campo. Apareció quien no se mostraba. Se dejó ver, para ejercer un poder que necesitaba corporizarse. Las cámaras lo registraron y sellaron ese acuerdo, pre acuerdo, o lo que fuera; una tregua, suponemos. Todo tan sorpresivo, sin disposición real pero palpable. Como la aparición de la luz mala, en los campos argentinos, ese fuego fatuo que causa terror, con el necesario convencimiento de que se trata del brillo de un alma en pena. Pero son sólo fosforescencias, lo sabemos, materia descompuesta, nada que temer. Animales muertos en tiempos de sequía.

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