martes, 9 de septiembre de 2008

Fidelidad

Una tarde cualquiera de un fin de semana paseando con su hija de 8 años, en medio del bosque de una ciudad, tarareando I Believe (When I Fall In Love), de Stevie Wonder. Lo que supone sencillo es un agujero de posibilidades. La vieja entrada al bosque, tallada en la estatuta que recuerda vaya a saberse qué hazaña del almirante Guillermo Brown. Todo se precipita; lo que debiera ser un paseo funcional entre padre e hija queda detenido entre malentendidos. Zoológico cerrado; Museo de Ciencias Naturales, cerrado; y las grutas enclavadas en medio de un lago sucio y desapacible, despedían tal concentración de orines que expulsó cualquier alternativa de intercambiar paseos. Lo mismo, padre-hija, estuvieron a la altura de ellos mismos. Un chiste, sucesión de breves e intermitentes gags, riéndose ante la frialdad de unos bustos que representan "los cinco sabios de La Plata". ¿Por qué no? Cuando el amor se va, lo mismo se persigue una creencia. Y el rostro de John Cusak de chico subsumido en sus pasiones, ¿acaso no moviliza tanto o más que el rostro de Al Pacino, recogido en sus maniobras ejecutivas, en el final del Padrino II? Esa tarde se me apareció High Fidelity en su concepto corporal, o mejor dicho: volvió a reabsorberse y participar de ese pedazo de fin de semana donde nada salía como debiera, y así, nada me hacía sentir vulnerable. Stephen Frears consiguió en John Cusack mostrar el movimiento perfecto de la adolescencia tardía a la madurez anticipada. En Rob, el personaje que encarna Cusack, funciona un mecanismo de negación implacable, que incluye la participación del espectador en forma permanente: no hay interpelación, sino pura fenomenología de acuerdos que se van extinguiendo a medida que el espectador avanza en el film, y el protagonista no logra recoger las mieles de su esquemático mundo de deseos evaporados por un coleccionismo excluyente. Los gestos de Cusack son tan reveladores como una nueva marca en la piel, después de un largo duchazo, frente al espejo desempañado. ¿Y esto, dónde estaba? La empatía que uno siente con este tipo es devastadora. Rob deambula por un desierto de temores, incertidumbres, que hacen imposible que un hombre no se indentifique mínimamente con alguna cosa que le sucede o diga en el film. Y además ocurre lo inevitable, sobre todo cuando uno estuvo mucho tiempo metido en su coraza de fobias modernas, y de repente, como por arte, necesita volver a la vida y recorrer los senderos conocidos. Sucede que los demás tienen una vida. Que lo que debiera acontecer no sucede, que el nombre nuestro estuvo mucho tiempo sin aparecer en la boca de otros, y eso retira al recién aparecido del circuito que nuevos desconocidos recorrieron mucho mejor que nosotros. Algo de eso funciona, cuando veo a mi hija jugando en el bosque platense, una tarde de frío donde nada programado salió como debiera, y que sólo la improvisación nos puso de nuevo felices, a carcajadas en medio de esculturas epocales. La escena final, el protagonista hablándole a la cámara, rodeado de sus discos y sus auriculares que parecen ser improvisadas orejeras que protegen al pobre Cusack de su propio mundo de ineficacia amorosa, y ese tema de Stevie Wonder, es demasiado afectiva para creer en un final patético. Hay algo de alegría concluida en ese mundo recortado. La mirada de Frears soporta la caída de los universos propios, pero nos dice que sin ellos no hay caída ni mundo. Muy sencillo sería todo, si no costara tanto respirar en la lluvia.



6 comentarios:

Anónimo dijo...

Texto de alto impacto.

Mario Arteca dijo...

¿Notaste el "impacto" de la mirada de esa niña llamada Olivia y que lleva mi apellido? Un beso.

Anónimo dijo...

Claro que sí! Pero también la de Cusack, que es la de un seductor torpe y descangayado. Beso.

Anónimo dijo...

lo que puede la mirada de un poeta!! otra vez se instala esa mirada extraña sobre nuestras cosas, por suerte...
Te quiero

Ezequiel dijo...

Lo primero que noté fue ese impacto, el de Olivia. El texto, espectacular. Una buena reseña de una buena peli es casi como una experiencia compartida. Y esta fue una experiencia grata. Un gustazo,
Ezequiel

Mario Arteca dijo...

Gracias Ezequiel: las buenas peliculas siempre fijan, casi tolomeicamente, las afinidades afectivas, que siempre son electivas. Te mndo un abrazo grande.

A Sole: torpe o descangayado, siempre Cusack sale favorecido porque no es necesariamente un actor que reescribe el tópico del "loser" nato. Es otra cosa, más desabrigada, entre el narcisismo y la afectación, siempre aparece ese actor que prospera a fuerza de ser el personaje que le toca interpretar: es decir, Cusack no hace de Cusack, y ese es su plus. Besos, y gracias por tu mirada.

Al anónimo: no sé si es la "mirada de poeta". No me gusta ese término. Mejor: escritor, que escribe poesía, como puede escribir ensayo, o una proto prosa. Ah, yo también te quiero.

Mario.