Esta es una carta-mail de Octavio Armand, escrita en abril de 2005. Siempre la releo, y no sé por qué, jamás me sentí a la altura de sus palabras. Lo que sucede con unas líneas tan afectuosas, pero tan desamparadas, como las de Octavio, es un efecto en reversa: uno no sabe si el que necesita mitigar la soledad es el que escribe o el que recibe el efecto letal de semejante escritura. Él, como José Kozer, y también Reynaldo Jiménez, son de las personas que ponen un increíble empeño corporal a sus cartas, lo que las convierte en textos poéticos de una hondura tal, que su sola recolección en un libro sería merecedor de una edición cuidada, prohibida para personas de un menor calibre emocional. Ahí va.
"Querido amigo: Es cierto que a veces uno se tutea antes del apretón de manos. En el caso nuestro -Mario, Octavio-, tal vez hasta podríamos tutearnos en latín. Así de lejos venimos: una Roma rodante que se puede llamar Guantánamo o Guatambú.
El año pasado tuve esa sensación una vez, con un poeta mexicano y su señora, a quienes conocí acá en Caracas, casi por casualidad. Pasamos una tarde maravillosa, que me trajo el recuerdo -el sabor, diría- de México y muchas viejas y queridas amistades (algunas ya desaparecidas). Les escribí una carta desde mi arqueológica soledad, que ellos habían logrado vulnerar facilmente. Nunca contestaron. Creo que mi soledad resultó enojosa, abrumadora y prefirieron dejarla conmigo en mi nada mexicano laberinto. He llegado a pensar que aquella tarde fue un espejismo. O una trampa. Como el tiempo no pasa en vano -usted, no tú, tú y yo, querido amigo, tenemos miles de años-, a pesar de todas mis dudas prefiero no borrar aquella tarde en que unos extraños entraron a mi laberinto y, por unas horas, lo llevaron a Teotihuacán y a la calle Tacuba.
No me arriesgaré a perder el puente que han levantado para nosotros. Administraré mi soledad.
Solo quiero darle un abrazo y agradecer sus líneas. Ojalá pueda recibir sus otras publicaciones y hacerle llegar más cosas mías. Lo ideal sería contar con un correo seguro, de carne y hueso. Avíseme si nuestro horizonte puede tener, así, nombre y apellido".
El año pasado tuve esa sensación una vez, con un poeta mexicano y su señora, a quienes conocí acá en Caracas, casi por casualidad. Pasamos una tarde maravillosa, que me trajo el recuerdo -el sabor, diría- de México y muchas viejas y queridas amistades (algunas ya desaparecidas). Les escribí una carta desde mi arqueológica soledad, que ellos habían logrado vulnerar facilmente. Nunca contestaron. Creo que mi soledad resultó enojosa, abrumadora y prefirieron dejarla conmigo en mi nada mexicano laberinto. He llegado a pensar que aquella tarde fue un espejismo. O una trampa. Como el tiempo no pasa en vano -usted, no tú, tú y yo, querido amigo, tenemos miles de años-, a pesar de todas mis dudas prefiero no borrar aquella tarde en que unos extraños entraron a mi laberinto y, por unas horas, lo llevaron a Teotihuacán y a la calle Tacuba.
No me arriesgaré a perder el puente que han levantado para nosotros. Administraré mi soledad.
Solo quiero darle un abrazo y agradecer sus líneas. Ojalá pueda recibir sus otras publicaciones y hacerle llegar más cosas mías. Lo ideal sería contar con un correo seguro, de carne y hueso. Avíseme si nuestro horizonte puede tener, así, nombre y apellido".
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