2. Decíamos que para trabajar desde esa negación, Rezzano reinventó un género necesario e introducir la pesadilla de la diferencia. Así vemos en un poema como “Canción popular” la utilización de una tonada castiza, un revuelto de cante jondo que esconde un drama que no termina de estallar, y la puesta en funcionamiento de la fórmula indestructible de los libros de Rezzano, que consiste en combinar en forma natural todo aquello que un niño puede desear con todo aquello que un niño puede temer. Ya no importa si es el hortelano o un boticario (figuras de una retórica alejada del universo rioplatense) quien grita por que se lleven lejos la miseria, donde el hijo no es reconocido y un padre lo deja abandonado. En una misma escena, este poema de No fábulas nos ofrece una visión triangulada del sacrificio, donde en un mismo texto, el escritor asume su parte en nuna lengua muerta que está por nacer. Pero para que esta mixtura extravagante resulte efectiva, Rezzano necesitó darle a esa visión una casa adulterada, algo que hiciera que esos relatos bellos pero perturbadores, comiencen con una falla de origen. Y así nacieron estas no fábulas, como el trickster enfermizo de Ted Hughes, ese bufón azabache, resentido y conformado como un Cuervo, nacido de la resaca de Poe para enfrentar con pocas armas a su creador, aunque en el caso de los textos de Rezzano lo que lo une a Hughes es la pertinacia con que esos personajes manejan un mundo, a su antojo, bajo un régimen de contradicciones. Si algo es absolutamente relevante en este libro de Eduardo Rezzano, es la simpleza con que esas contradicciones mutan desde la ternura, el relato ficcional hasta esa pequeña antropología de la disección que compone gran parte del mundo de estos poemas. Al igual que en Cuervo, de Hughes, los personajes de No fábulas creen más en la carne y en su aopetito que en la resurrección. No hay más allá en no fábulas, porque como en toda catedral, la primera piedra es la invisible. Siempre el origen es esa cosa incomprobable, diametralmente opuesta a los intereses eternos. Y estas fabulitas descentradas de Rezzano provocan el estallido del exotismo del presente, única manera en que encuentra poner en funcionamiento una propuesta universal. Si un poema debe ofrecer sólo imágenes que afecten la mente, como propone el escritor y filósofo mexicano Heriberto Yépez, entonces no fábulas responde a esa preceptiva con creces.
3. Un poema como “Aventura de un día”, cuya influencia secreta sería el poema “Intercambio cultural”, de José Emilio Pacheco, propone un absurdo que relata, en breves chsipazos metonímicos, la lógica de un tsunami. Animales y personas hinchadas, ahogadas por una repentina crecida que respondió no a fenómeno de la naturaleza, sino a la curiosidad del propio litoral marítimo. El poema intenta detectar hasta dónde soportamos la descripción de un desastre, y por eso, dota a un accidente geográfico de una condición inmanente del hombre: su capacidad de indagación. “El litoral marítimo se internó / tierra adentro en el continente // quería conocer otras lenguas / otras culturas // pero vio todo pasado por agua / como a través de una lente / de aumento// Regresó decepcionado llevándose / vacas ovejas / caballos bayos pastores y aldeanas / todos con el vientre hinchado / flotando tiesos bajo el atardecer”. Pero esa curiosidad, mata, se lleva todo, arrastra con sus imágenes el impulso que nos lleva a pensar indefectiblemente en el refrán: “la curiosidad mata al hombre”.
4. Los poemas de Rezzano, en ese sentido, son como un niño gigante, como los de Johnatan Swift, que cree jugar con un muñeco cuando lo cierto es que se divierte con un hombre de un tamaño diferente, y de pronto el muñeco sangró, se rompió, no se mueve por voluntad propia; entonces el gigante sacude el juguete, que no responderá más, y enseguida rompe en llanto porque entiende que la diversión concluyó. Ese proceso inconsciente es la historia secreta de la desproporción, de la falta de simetría entre el deseo y la proyección de ese deseo. En otro texto, “Funeral”, Rezzano pone a su yo magnetizado por el abusrdo, a participar de su propia inhumación. Ante un cajón vacío, sólo resta acompañar a los deudos, entre una avenida de tilos y naranjos, bien platense, más aromática que un Poett. Hay un efecto de descentramiento absoluto en esa procesión que hace que el escritor se describa desde la periferia de los despojos, después de muerto, incluso por fuera de la percepción, en un trance hipnótico y desajustado de las réplicas sociales. Parece un autorretrato efímero, en medio de una descripción sin epitafio, sin descanso, sin la perturbación afiebrada de la identidad. Rezzano adhiere a esa muerte ralentizada, como el tronco hueco que cae por su propio peso, y apuesta a la tenacidad del paso del tiempo que debilita hasta los cimientos de las edificaciones más seguras. No fábulas propone que el suceso interno sea un estallido con impacto retardado, pero cuando sucede la explosión, finalmente, implosiona, y todo vuelve hacia el texto en forma de grito ahogado.
5. Se puede afirmar que Eduardo Rezzano es un viajero insomne, preparado para inventariar y repartir el patrimonio de todos. En este libro su juego no es necesariamente peligroso, aunque siempre resulta enigmático, y donde la compasión es el anexo desprevenido de la perversión. En un poema como “Patito feo”, está el génesis de la forma de este texto, y que podría ser, como ya dijimos, aunque no con un protagonista exclusivo, el libro Cuervo, de Ted Hughes, pero también mantiene un parentezco con Fábulas, de Juan Gelman (sobre todo en el uso deliberado de la invención), o bien con ese texto de trascendencia proverbial que es el Noé delirante, del peruano Arturo Corcuera. La diferencia con estos textos, entre otras, es que el libro de Rezzano mantiene una escritura áspera, aunque de un rigor sutil, sinuoso, retráctil. Como los juguetes de un creador desquiciado, los materiales con los que se compone No fábulas pertenecen a un funcionamiento sin origen patentado, pero donde puede verse la marca de una mueca en forma de bestiario, o mejor, de no bestiario, que es una manera inteligente de desmentir la fábula. Al no incluir una solución detrás del formato, Rezzano propone la ausencia de toda validez en sus poemas; porque estos textos no intentan convencernos de su propuesta, sino que la redistribuyen. Para muestra, basta aquel poema donde se juega a ese juego bastante curioso entre una ardilla y una serpiente -las dos llamadas Oligopol-, que consiste en no tocarse, porque de lo contrario el que comete infracción es muerto al instante por el otro. Son las leyes de la libre empresa, y una particular forma de incluir el perdón, donde la supuesta improductividad del logos toma cuerpo., es decir, cuando la inspiración llega a los límtes de la escritura para dar paso al sistema razonado de esa inspiración. Donde el precio de la escritura es alto pero, a diferencia de los oligopolios, proporcional a la producción.
6. Finalmente, Eduardo Rezzano trabaja en este nuevo libro una renovada salida del estilo; es una de las maneras que tiene de ser él mismo, o más bien, de inventarse. Lo suyo no es un desarraigo, ni una vuelta a escenarios reconocibles. Lo de Eduardo Rezzano es una tentativa de crear un espacio temporal frente a un espacio sin tiempo, tal como le gustaba afimar a Octavio Paz. Y para eso utilizó las armas que suele desplegar cuando escribe: morosidad, plasticidad y ambigüedad. Los dibujos extraordinarios que acompañan los textos no son parte de la obra, es la obra misma. Referirse a ellos es volver a decir las mismas palabras sobre No fábulas. Peca ha construido lo que Rezzano dispersó en un maremagnum de simbolos ambulantes, caracterizaciones antropológicas y miradas transversales sobre la psiquis. Rezzano ha conformado su propia sociología del detalle, y ese es su verdadero patrimonio.