Es sabido que la técnica es un conjunto de máquinas en funcionamiento. No es nada novedoso el concepto, porque lo inventó Aristóteles tropezando con el sentido común cuando éste era apenas una totalidad contemplativa. Si algo le debe la filosofía al sentido común, es haber sido, casi sin proponérselo, el hermano mayor de la cadena evolutiva de una crítica de la razón reflexiva. Pero eso no tiene demasiada importancia. Lo real es esto: el rostro sereno de Maradona hablando con Santo Biasatti y la advenediza María Laura Santillán. Se trataba del rostro de un ex jugador que devino técnico de fútbol, cuando la mayoría de los periodistas deportivos y esas personas que ejercen lateralmente el sentido común como posibilidad de suceso coletivo, entendía que lo mejor para sus conciencias era proponerlo eternamente como un ex jugador. Y el impactante cambio que experimentó Maradona desde que llegó a Sudáfrica es que no experimentó cambio alguno. Diego confirmó que nunca hubo una serialización del mito, porque el mito no se repite cuando es mito, sólo lo hace cuando se construye.
Por eso Maradona hoy, entre sonrisas y gestos muy humanos, decía "yo ya no juego más" (porque hay periodistas y cholulos que siguen hablando como si el aún se pusiera los cortos, como evitándole una muerte segura, como si el lenguaje pudiera pulverizar a Diego, justo a él que logró aislar la sintaxis para descifrar su adn), e incorpora la palabra "muchachos", al referirse a "las 23 fieras" o jugadores de fútbol que representan a la Argentina en Sudáfrica. En el momento en que lo escuchaba me veía a mí mismo (tenemos la misma edad con el mostro, mas no el mismo talento) hablando como él; a ver: no como él, sino desde su punto de partida. Es muy difícil evitar el "muchachos" a los 49 ó 50: la boca se puebla de un diccionario anterior, creado por los padres para ser hablado por los abuelos. Esa es la tradición, y Maradona habla, desde que está en Sudáfrica, desde esa tradición. Algo incorporó que creíamos no era suyo. Y ese es el error de creer que Maradona es el comienzo del fútbol, porque en verdad es la consecuencia de ese comienzo. Y es la consecuencia, porque es la síntesis de la causa primera. Muchos quisieron incorporarlo a la mirada táctico-estratégica con que se disponían los esquemas europeos en el subsuelo argentino. Pero no es así. Cada vez que veo a Maradona me observo en las gradas de la vieja cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata, viendo tocar la pelota a Carlos Della Savia, o a Juan Miguel Tutino, o ver cómo Walter Durso eliminaba a media defensa en Boca, en 1973, y derrotaba a Rubén Sánchez, para tejer uno de los goles más maravillosos que pude ver en mi vida. Maradona confirmó, con su carrera deportiva, que ese mundo existía. Y eso es lo que pude ver en ese reportaje entre Maradona y los conductores de Telenoche: que siempre estuvieron los ídolos pequeños porque los sostenía un ícono mayor. Un diccionario anterior, creado por los padres para ser hablado por los abuelos. "Este tipo me emociona", le decía a mi mujer, que entendía. Las mujeres siempre entienden el lenguaje de los mundiales. Después, no. Este hombre conmueve en serio, nos coloca en un lugar de sensibilidad al que siempre quisimos llegar, y del que nunca nos fuimos. Y para eso está el Diego, para decirnos ése es el lugar.
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