En la escena incial de Paris Texas, un film de Wim Wenders, un nómada atraviesa el desierto del Mojave con el corazón roto en busca de un lugar deshabitado, pero propio. De pronto, irrumpe sediento en un almacen de mala muerte, abre la heladera, saca una cubetera y se llena la boca de hielo, todo en forma desesperada, afanosa, y con los modaldes del caso. Tras ingerir los rolitos abre amplios los ojos y cae, fotogramas mediante, desmayado. Algunos aseguran que el choque entre el oxígeno del agua, la temperatura de los cubitos y la torpeza quie lleva una deglución con sobresaltos, puede llevar a un colapso de proporciones. En el caso de Travis, el protagonista de la película, el camino sigue, el hombre se puso de pie y echóse a andar. Me gusta pensar que ese fue el final físico de Kirchner, que jugó sus últimas fichas en cruzar su desierto repleto de dificultades, que pensó todo ese tiempo en cómo llegar a determinadas metas, cómo las fue cumpliendo y qué cosa -no un amor quebrado, sino, literalmente, un corazón roto-, qué cosa habría de hacer cuando se llegara al objetivo. Eso no sólo es previsión, sino funcionamiento y proyecto. Tal vez Kirchner no estaba desesperado como Travis, sino que sólo manifestaba con sus insert una manera de vincularse con el otro. Pienso en esto: la política como manera de intervenir. Sé que parece una verdad de perogrullo, aunque lo cierto es que la política, hace rato largo, había dejado de ser ese sitio donde intervenir. Parecía evidente, después de la wast land de la década del 90, que el próximo presidente daría un fuerte impulso no sólo al rol del Estado sino al de la clase política. Sin embargo, y ahí puede medirse la envergadura de la muerte de este tremendo político que fue Néstor, nadie en su sano juicio hubiese pensado que lo que era un nuevo borrón y cuenta nueva era, sin duda, un salto hacia adelante. Por eso la presidenta habla siempre de relato: porque se trata de una historia con subidas, bajadas, idas y venidas, pero que no encuentra obstáculos en su desarrollo, y si con ellos se topara, los eludiría sin miramientos. Ese es el funcionamiento que se puso en marcha: correr la suerte del relato. ¿Hace cuánto que en Argentina no se corre la suerte del relato? Es en ese punto donde uno se pregunta que, si vivir es una diaria resurrección, ¿por qué no pensar esa operación de acuerdo a la muerte? No es tan sencilla la tarea. Porque la muerte individual obliga a la resurrección colectiva, y ese mecanismo es menos fiable, más dramático, aunque si funciona es tremendamente revolucionario. Y cuando Néstor Kirchner pudo darle aire a la política también demostró los límites de la suya. Por ese mismo don inapreciable de la imprevisibilidad, es que Kirchner finalmente será recordado como un estadista. El estadista no es aquel que sólo proyecta el futuro de un país o es consecuente con un modelo a largo plazo, alternancia política mediante; también es un animal sorpresivo que parece que irá a mordernos, pero de a poco se nos acerca y pregunta ¿qué necesitamos? en vez de hacer lo previsible, que es echarse un ladrido y desparramar la tropa ajena. La muerte es una posibilidad del ser que el ser-en-sí tiene que asumir, decía Heidegger, casi como una máxima para conocer si en verdad el "maestro de Alemania" hablaba o no de la muerte. Vaya uno a saber. En ese sentido, el ex presidente lo hizo, al decir en infinidad de ocasiones: "de acá me sacan muerto". Y como Travis, Kirchner busca obcecadamente la verdad para el otro (en el caso del film, su hijo), para después perderse, lagrima rodando por la mejilla, en la soledad de la noche. No sé si existe un himno más perfecto que alegorice el desprendimiento. Se me ocurrió éste. La Argentina se ha quedado negra y sola, para parafrasear aquel comienzo de Argentino hasta la muerte, de César Fernández Moreno. Negra y sola, pero por poco tiempo.
jueves, 28 de octubre de 2010
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3 comentarios:
Muy bueno
Gracias, viejo. No sé quién sos, pero te agradezco el mensaje.
Ídem, es muy muy bueno, qué fino hilás, Mario
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