"Sólo tú puedes saber si tuviste la intención", decía Wittgenstein en el recientemente reeditado Investigaciones filosóficas. Decía también: saber quiere decir que la expresión de incertidumbre carece de sentido. Por lo que podemos inferir que el desconocimiento es un valor del sinsentido que no necesariamente busca la certeza: sólo se trata de conocer lo que no se sabe qué es. Y lo cierto es que no sé si tuve la intención de creer en lo que ví o veo, o sencillamente lo que aparece es el movimiento de mi creencia que desarticula lo que pudiera ser, lisa y llana, un pedazo de sentido.
Y lo cierto, si es que "cierto" es una fórmula afimativa que implica un soporte gramatical, es que existe la posibilidad de entender como una manera de involucrarse con las creeencias. Y la creencia es presente, porque sucede como cosa fáctica, un ver para creer cuya verdadera (otra vez la concepción de "certeza") intención es proponer mirar como si estuviésemos realmente (again) mirando.
¿Cuántas veces, en el discurso, proponemos como cierto aquello que sólo es un mecanismo de comunicación? Escribimos tal mal como pensamos, es posible, probable, para no decir: es verdadero. El presente es tan cierto como la probabilidad de que una sentencia sea apenas la intención de un razonamiento.
Ya no sé si el presente es una de las maneras con que la realidad se reintegra o retiene su producción, que no es la creencia, ni el sentido; podría ser la suma de ellos, su punto de modificación, como de ebullición.
¿Qué significa -se preguntaba Ludwig- "tengo miedo"?
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