El viernes pasado me acusaron de ser una persona maniquea. Ninguna democracia interna cae por este cartel francés, gratuito que, acaso es menester decirlo, agreda mi sensibilidad. Obviamente, el tema agrario superó las expectativas discursivas y desbordó los intereses de debate que cualquiera puede tener como esgrima cotidiana, sobre todo porque en definitiva, cada uno de nosotros, se vio obligado, es un decir, claro, a tomar partido. No haré consideración alguna sobre Luis D'Elía y sus trompis, ya que la discusión real de lo que sucede con el paro rural atraviesa otro costado. El alzamiento campero puso a descubierto lo peor de nosotros. Algunos compañeros de la radio donde trabajo (Radio Universidad de La Plata), me acusaron de ser un maniqueo. A ver: ¿qué se puede hacer, si no tomar mínimamente partido? Pensaba que esto de tomar partido se dio en este caso porque, si no sos un marciano extraterriatorial, los hechos que se suceden te ponen en un lugar del debate en el que no se pueden formular pensamientos equidistantes, chirles, al estilo alfonsinista del 83. Que la democracia está primero; que las instituciones deben ser respetadas; que el libre tránsito (esta vez este recurso estilístico y judicial se escuchó menos, no?); que es un batalla entre dos fórmulas autoritarias, etc. Y bien, soy maniqueo porque elegí recordar cuánto desprecio simbólica y concretamente lo que representa el campo, la Sociedad Rural y parte del aparato ruralista. Sé que los pequeños productores son pequeños, sí, pero también son ingenuos si entienden que la cúpula de la rural se despertó de un sueño marianogrondoniano y se volvió la defensora de los intereses de los chacareros. Seguramente el único ingenuo soy yo, y los productores small conocen de qué manera se pasará otra vez por arriba de sus intereses, que son pequeños también, y de qué forma reconfortarán la alterada convicción en los valores de su trabajo. Nadie cree que estos trabajadores pequeños (habrán estado en los cortes?) quiera derrocar el gobierno K. Pero las cacerolas, son las cacerolas, y suenan como tal. Claro que existen diferencias con relación al 2001: no hay crisis que se lleve por delante la república; hay un vicepresidente; no existe un corralito financiero, y por si fuera poco, gobierna una de las formas en la que puede gobernar el peronismo. Sin plafón para aventuras acéfalas. Más allá de todo esto, no estoy con aquellos que minimizan la capacidad de accionar de la derecha, sobre todo cuando ésta recolecta a la izquierda más trotzka y resentida y la lleva como ganado, justamente, a hacer número a la plaza de Perón. El comunicado de Jorge Altamira me dio vergüenza ajena. La izquierda tradicional, en este caso el Partido Obrero, sigue sin comprender cuándo es el momento de poner el discurso en la calle y cuándo hacerlo circular en el debate. También se escucharon opiniones y epítetos con relación al supuesto gobierno montonero o no montonero de los K. No hay que estar tan preocupados buscando la pureza de la raza monta en cada movimiento que haga el gobierno. El que busca encuentra, o habrá que decir, inventa. Muchas opiniones a veces revelan que aquellos que critican el grado de compromiso de los K o de D'Elía, llegaron tarde a todo, incluso a la militancia. Es mejor sincerarse que pedir lo imposible o lo que no puede percibirse. Existen actitudes indefendibles en el ejercicio del poder en este gobierno (que va más allá de la trompada de D'Elía), pero tampoco pidamos al Ejecutivo que sea el espejo donde podamos vernos más bonitos, rebeldes y comprometidos. De todas maneras, no golpeo una cacerola por ningún motivo. De estar Videla en el gobierno, bien, se buscaría un método más efectivo para echarlo, y no apelar a esta pantomima de quinta calaña en Capital Federal con la que la clase media-alta sueña que está haciendo su propia Sierra Maestra. Lo de Daniel Link, en Perfil, desagrada, y no porque "dice lo que todos pensamos y no nos atrevemos, etc.", que es el juguete axiomático en el que se esconde una pretendida honestidad brutal, desagrada porque incurre en el papel de provocar, con el único fin de superar un examen de admisión en el diario Perfil: cuanto más se golpea y brutaliza el lenguaje, mayor capacidad de colectar lectores. Sí, pero qué tipo de lectores. El panfleto de Link demuestra además una falta de sutileza alarmante, sobre todo viniendo en una persona que ha demostrado ser un poco más inteligente que este retrato al estilo Etchecolatz. Aquello de cosmobolita, siquiera hace falta contestarle, porque es un neologismo más cercano a Raúl Portal que a Larva, de Julián Ríos. Qué suerte que Link vio pobres y clase media baja en su barrio de Capital, y que toda la movida en Buenos Aires fue re-espontánea. Ahora, en este fin de semana, se agotarán en la borrasca de una cumbre gobierno-campo un sinfín de soluciones, que seguramente se darán en el corto y mediano plazo. Todo se aquietará, entonces, y las góndolas volverán a estar repletas, pero con precios más altos. Después de esto: ¿hablarán de la misma manera aquellos que creen que el paro agrario fue un paro de trabajadores, y que el gobierno de Cristina es el más soberbio de la historia argentina? ¿Habrá alguien que discrimine entre errores y virtudes, todo lo que sucedió en los últimos tres días?
Por suerte Kate no tiene nada que ver con George. Wuthering Heights, por Kate Bush, 1978.
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