The Stranglers, No More Heroes y Something Better Change, otoño 1977. Live at the Hope 'n Anchor Nov. '77
La operación parecía sencilla. Claro que había que acertar con el humor de los potes de la vieja consola de sonido que había diseñado el ingeniero Sagastume. No era yo justamente un técnico, pero sí un periodista. Cada vez que terminaba la síntesis de noticias a las 22:30 (leída a dos voces y a los rajes, porque a alguno de los locutores siempre se les chiflaba el micro de la noche), le pedía a Pepe Fenton o a Ricky Rodrigo que me pasasen algunos vinilos que estaban arrumbados en sus gavetas. Tenían de todo: Fenton: Water babies, de Miles Davis; Ricky: algún disco de Gong, con Pinchevsky; Fenton: An American Music Band, de Electric Flag; Ricky: algo de The Stranglers. Y así. Poco compact, mucho disco, demasiado cassette. Conocía algo de música, pero con ellos y otros en Radio Universidad, pude meterme con más nombres. Entonces tomaba el vinilo, se le pasaba una franela, con sumo cuidado se lo ponía en una bandeja, en el extinto cuarto de grabaciones, colocaba un cassette en una casetera tecnics, de fines de los 80, y me ponía a grabar. Todo era en tiempo real, así que había que armarse de paciencia si uno quería el producto. Me sentía un héroe de la grabación. Cuando fallaba el casssette o no funcionaba debidamente la casetera, entonces se recurría a grabar el disco en una cinta abierta. Por supuesto, no era fácil manejar la cosa, tampoco era práctica, ni mucho menos, porque nadie tenía en su casa una grabadora de cinta abierta que ya, en esa época, fines de los 80, eran una reliquia. Pero tenía, eso sí, y tiene aún, una fidelidad pocas veces escuchada. Lo que se grababa había que guardarlo en esa cinta, y lejos alcance de la dirección, que no le agradaba ni medio que estuviésemos utilizando los materiales de una radio del Estado para fines personales. A veces, las conexiones estaban mal hechas (había una compañera muy fascista, que aún sueña ser progresista, que ocultaba adrede los cables de grabación para que no encuentre salida y entrada de audios. Siempre las hallaba, no podía con nosotros), y la mayoría de las veces, los volúmenes estaban o bien saturados, o zafados, y se hacía dificultoso dar con el equilibrio básico de la grabación. En otras oportunidades, sucedía lo peor: la radio frecuencia de los taxistas, o a veces de la policía, se colaba en medio de una grabación de Peter Hammill, y mientras el inglés cantaba con esa voz única y desarticulada, uno podía escuchar: "Comprendido: cinco seis, uno tres. Dos pasajeros. OK", y entonces había que empezar todo de nuevo. Las púas atraían esos mensajes clandestinos, aparecidos cuando las luces de la Plaza Rocha apenas se encendían y los vendedores de sustancias salían al ruedo a la caza de futuros compradores. La radio era un refugio para ese panorama.
Decía que conocía al dedillo esa consola milenaria que, para muchos (no para los operadores de radio, claro), era un verdadero misterio. De todos los discos que grabé, siempre recuerdo una recopilación de The Stranglers, que incluía dos temas clásicos del grupo: "Mayan skies" y "Always the sun". La frescura de esa banda me hará recordar siempre dos personas: al tándem Ricky Rodrigo-Pepe Fenton, y a Horacio Gismondi, que tanto gustaba de The Stranglers, y cuyos discos escuchábamos en el living de su casa de la calle 5. Tengo ganas de escuchar algo de los Stranglers, y por qué no, ¿quién dice la negativa?, un tema de los Stiff Little Fingers. Ambos hablan del héroe, caído.
Stiff Little Fingers, Nobody's hero, 1979.
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