martes, 26 de diciembre de 2006

PLANIMÉTRICO (2) Algunos libros de Reynaldo Jiménez

ELÉCTRICO Y DESPOJO (1984)

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La primera palabra, siempre en minúscula, nos lleva a la mediación. La escritura de incandescente libro le debe a ella su carácter definitivamente conductor.

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Toda la obra de este peruano afincado en Argentina no escapa a esos estímulos: lo dieléctrico punzante hasta expresarse en una puesta en escena en zigzag (así son estos textos), que provoca un impacto galvánico en quien los lea.

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Un río sin nombre calla aquellos rostros que desgarra y esparce. Es un doble movimiento de estrago y restitución que condiciona por entero el segundo poemario de Reynaldo Jiménez. Barthes decía que la palabra es irreversible porque no se puede corregir, sin que se esté anunciando con premeditación ese procedimiento. Colige el francés que tachar es añadir, entonces, cuestión que podríamos agregarla al tratamiento de la palabra por parte de Jiménez.
No se trata de una estética del reemplazo, sino de la borradura, que también agrega, como se sabe.

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Los libros de RJ, y especialmente éste (“Eléctrico y despojo”), dan la impresión de haberse evaporado ante el concebible retoque de su sistema primigenio de escritura, para dejar libradas esas zonas ausentes, en lo gráfico y expresivo, destinadas a un lector muy privado, que sólo el autor conoce.

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Esta dificultad primera y última embarca a éste y a los demás textos de Jiménez, en una especie de profunda atención sobre los mecanismos discursivos de la poesía.

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El autor en cuestión es un poeta de la mirada pero también de lo auditivo, y en función de ese doble religamiento, es que la palabra promueve un todo exponencial preparado para detergerse. La poesía entonces, como higiene de lo radiactivo, lo catódico existente en las energía preliminares de las imágenes que irá a utilizar.

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“Eléctrico y despojo” no es sólo un poemario entre tantos: es el peldaño primero para afianzar una escritura que se incluye, integra sus leyes dentro de una tradición llamémosla “familiar” (tal vez Javier Sologuren, pero también invitemos a Luis Hernández o al Javier Heraud más concentrado, más lúdico en la disposición de sus textos), y resuelve su construcción haciendo colisionar distintas vertientes líricas, sobre todo hispanoamericanas.

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La poesía de Jiménez nos instala en un idiolecto. Eso sería: una lengua que se sobreimprime en las menudencias de un todo cultural, al que el autor echa mano para resolver su escritura. Se concibe un antes y después.

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La poesía describe su tradición (Eielson, Perlongher, César Moro) y preanuncia su porvenir. Una piedra lanzada al agua en un infinito “patito”, y más al decir aquello visto como resbaladizo, siempre en argentino.

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Ese canto rodado no encuentra obstáculos, viaja patinando sobre el agua que no es otra que la superficie elegida por Reynaldo Jiménez para proponer sus inscripciones.

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Este texto “no fija la fuga”, sino que la pone a recorrer un camino inserto en la dificultad temática, expresiva y también, por qué no, gráfica.

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En ese recorrido de la imagen en detrimento de lo real, el viaje de Jiménez encuentra su transparencia, un decir que lo incluye hasta convertir la materia verbal en despojo, o para decirlo en términos de Arquímedes, desalojo. Es como si nuestro poeta hundiera en un volumen leve, afilado, todo sus componentes, y que no hacen otra cosa que elevar el volumen primigenio, adulterándolo.

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Así, el tiempo poético en Jiménez se describe como corte (el mismo que hace irrumpir las aguas hasta el desalojo, y evoluciona enseguida como cantidad dilapidada), y que en brazos de “la hora” funciona en los reflejos.

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La hora, entendida como límite y anclaje en lo real que se incrusta en el poema, yendo de la diadema al camafeo. ¿Qué imagen podría encontrarse en un hipotético camafeo de Jiménez? Imagino alguna cosa líquida, angulosa, oblicua hasta deformar el marco ovalado y volviéndolo un todo horizontal, desarraigado de la forma.

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Más allá de estas percepciones (es lo que obliga siempre la poesía de este autor), no estamos delante de un poeta de lo informe, ni mucho menos; sencillamente su poesía obtiene formas definidas a la que no estamos acostumbrados, o al menos a la que la poesía rioplatense no está consustanciada.

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