Este es el cuestionario que Silvina Friera, periodista de la sección Cultura de Página 12, me enviara -y también a otros cuatro escritores: Gaya, Casas, Correa, Uranga- y cuyas respuestas se publicaran en una nota general el 3 de mayo pasado, en ocasión de festejar los 80 años de Juan Gelman. Mi agradecimiento por la convocatoria. Thanks, y creo que puede ser interesante.
1-¿Qué significó la irrupción de Gelman para la poesía argentina con "Violín y otras cuestiones"? ¿Qué aspectos de la lengua, el lenguaje, la voz, la disposición del poema, la forma (etcétera) se modificaron de un modo tan extremo como para plantear que hubo un "antes" y un "después" de Gelman?
Esa obra era y es un concentrado de sentido. “Violín…” tiene disparadores que mucho tiempo después pudieron valorarse. El uso de los diminutivos vallejianos, el coloquialismo estricto puesto a funcionar en un sistema muy particular de lecturas (César Fernández Moreno, por ejemplo), que discutían qué tipo de sistema provocaba la irrupción de un lenguaje donde la idea de “materialidad” estaba expuesta sin miramientos. Creo que el aporte del prólogo de Raúl González Tuñón, ahora visto a la distancia, funcionó como un soporte, no necesariamente de un “maestro” a un discípulo, sino de un lector atento que observa más allá de la superficie. O mejor, debajo de la superficie. Y “Violín…” es la resultante obligada de la salida de la poesía de los 40, rebasada por el invencionismo de Bayley, el surrealismo de Madariaga y el realismo de yuxtaposiciones de Fernández Moreno. Gelman armó una síntesis de estos tres procedimientos (porque se trata de eso), pero Tuñón lo vio, y ese tándem es la irrupción de Juan Gelman.
2-¿Qué zonas o libros de Gelman te parecen los más significativos por sus "innovaciones" o propuestas?
Lo extraordinario de Gelman es la manera en que se encarga de cerrar la década del 60, con dos libros bisagra en la literatura argentina. O mejor: dos libros y un segmento de otro. Creo que las traducciones apócrifas que cierran “Cólera buey”, más “Los poemas de Sidney West” y enseguida, allá por 1971, la aparición de “Fábulas”, muestran un Gelman dueño absoluto de un sistema de intervenciones de hablantes falsos, la utilización de escenarios microscópicos, catalizadores de géneros deformados por una poesía que no rehúye de los posicionamientos políticos, pero que necesita de nuevos formatos para reivindicar una revolución en la escritura. Rodolfo Edwards dice que Gelman “se aleja definitivamente del lenguaje de la tribu para adentrarse en la metafísica de la tribu en un ademán que mantendría hasta la actualidad.” Eso está muy bien, crear desde el ser de la tribu. Se trata de una operación estilística muy a fondo. Cada vez que pienso en ese mecanismo, recuerdo una imagen de un poema: “Estés en mí como está la madera en el palito”; se trata de algo que reitera en otros textos, una suerte de condensación extrema del dolor, pero de un dolor afectivo, que es mortificante justamente porque es hondo, porque llega hasta el hueso. Pero de esa caladura, Gelman siempre extrae una idea particular de belleza. Madera en el palito. De lo general al detalle. Ese es el movimiento innovador de Gelman.
Me da la impresión que “Los poemas de Sidney West” y “Fábulas” emparentan a la poesía con ciertas preguntas de la narrativa, por aquello de construir un estilo desde una posición incómoda del escritor. De alguna o otra manera, Juan Gelman pensó que era mejor pivotear el lenguaje oral en la sintaxis, hasta licuarlo, después volverlo intraducible, y luego trazar con ello una nueva cosmogonía del verso.
De esta manera, Gelman propone una poesía que supere su mera capacidad comunicativa. Allí la poesía no es vehículo, sino recurso, artefacto inficionado por la lengua. Es toda una declaración de principios, sin duda, y también es aquello que lo separa de la estética de los 60 y lo promueve hacia la próxima década, en donde su trabajo será toda una formulación de encuadres frente al lenguaje y ante a la realidad imposible del lenguaje.
Me da la impresión que “Los poemas de Sidney West” y “Fábulas” emparentan a la poesía con ciertas preguntas de la narrativa, por aquello de construir un estilo desde una posición incómoda del escritor. De alguna o otra manera, Juan Gelman pensó que era mejor pivotear el lenguaje oral en la sintaxis, hasta licuarlo, después volverlo intraducible, y luego trazar con ello una nueva cosmogonía del verso.
De esta manera, Gelman propone una poesía que supere su mera capacidad comunicativa. Allí la poesía no es vehículo, sino recurso, artefacto inficionado por la lengua. Es toda una declaración de principios, sin duda, y también es aquello que lo separa de la estética de los 60 y lo promueve hacia la próxima década, en donde su trabajo será toda una formulación de encuadres frente al lenguaje y ante a la realidad imposible del lenguaje.
3-¿Qué incidencia tiene Gelman en los "poetas de los 90"? ¿Se lo retoma, se lo "plagia", se lo rechaza parcialmente, se lo reescribe? ¿Los "poetas de los 90" plantean un diálogo o una ruptura con Gelman?
Toda generación (si es que el término tiene un valor agregado a la estética) significa, de alguna manera, una ruptura. Me da la impresión que en los 90 existió un diálogo invisible con otros poetas, como Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, o Ricardo Zelarayán, mientras que el diálogo con Gelman quedó para después. ¿Quién no se sintió obnubilado por la imaginación y calidad estética de Gelman? Esa forma de trabajar los materiales bajos, descatalogados por la poesía, y ponerlos a funcionar en la gran literatura, no sé, muchos lo han intentado u otros lo hicieron, pero en Gelman se notaba una marca de calidad indeleble. Era tan fuerte la presencia de Gelman a mediados de los 80, que ignorarlo era aumentar la intoxicación. Sin embargo, viéndolo a la distancia, creo que su poesía trazó coordenadas muy fuertes en las obras de los más jóvenes, y sobre todo para aquellos escritores de los años 90. Plagiarlo era inevitable, y eso nos hacía peores escritores, porque la operación era bien distinta. La cosa era entender por dónde pasaba su literatura, los cambios de artículos, los verbos mal conjugados (andó, ponido, morido, etc), el trabajo de desguace de las formas orgánicas de la lírica (la fábula, el romancero, el soneto, etc.). Una vez asido de esas fórmulas irreverentes, se podía escribir con mayor oxígeno. Pero para eso había que escribir contra Gelman, y eso crea un vínculo más fuerte, por contraposición y posicionamiento del rechazo. Y todo gran poeta ofrece un diccionario personal. Palabras como huesitos, pedazos, palito, derrota, etc., promueven una estructura que es una poética y un estilo tan singular que acercarse a ella, consigue quemar los garabatos de los nuevos poetas.
4-¿Cuáles fueron tus primeras lecturas de Gelman, qué libros, y qué recuerdos e impresiones te quedaron de esos momentos?
El primer encuentro con un poema de Gelman fue a principio de los ’80. Y digo “un poema” porque a veces, oculto en alguna antología, se podía topar con fragmentos de la obra de Gelman. Ese poema fue “María la sirvienta”, editado en una antología de Juan-Jacobo Bajarlía llamada “Canto a la destrucción”, ediciones Puma. Había textos de varios poetas, de diversas épocas, que Bajarlía eligió con referencia a una temática común, pero el poema de Gelman fue un mazazo. Recuerdo cómo me desacomodó encontrar en ese texto una oxigenación del lenguaje diario. En ese poema, el lugar del poeta era un sitio perturbado por la exploración, donde se podía percibir de inmediato un sentido inverso del lirismo, al menos de ese lirismo en el cual me hallaba intoxicado por entonces, donde todo olía a Neruda. No estaba mal, pero al leer “María la sirvienta”, supe que lo que había estado leyendo y escribiendo era insuficiente. Después lo volví a encontrar, como otros tantos, en aquella “Antología consultada de la joven poesía argentina” de Fabril, del año 68, donde él rescata a Madariaga, Pisarello, y a otros que no están incluidos en esa selección. Allí había varios poemas de Gelman, y eso ya resultó todo un panorama.
4-¿Cuáles fueron tus primeras lecturas de Gelman, qué libros, y qué recuerdos e impresiones te quedaron de esos momentos?
El primer encuentro con un poema de Gelman fue a principio de los ’80. Y digo “un poema” porque a veces, oculto en alguna antología, se podía topar con fragmentos de la obra de Gelman. Ese poema fue “María la sirvienta”, editado en una antología de Juan-Jacobo Bajarlía llamada “Canto a la destrucción”, ediciones Puma. Había textos de varios poetas, de diversas épocas, que Bajarlía eligió con referencia a una temática común, pero el poema de Gelman fue un mazazo. Recuerdo cómo me desacomodó encontrar en ese texto una oxigenación del lenguaje diario. En ese poema, el lugar del poeta era un sitio perturbado por la exploración, donde se podía percibir de inmediato un sentido inverso del lirismo, al menos de ese lirismo en el cual me hallaba intoxicado por entonces, donde todo olía a Neruda. No estaba mal, pero al leer “María la sirvienta”, supe que lo que había estado leyendo y escribiendo era insuficiente. Después lo volví a encontrar, como otros tantos, en aquella “Antología consultada de la joven poesía argentina” de Fabril, del año 68, donde él rescata a Madariaga, Pisarello, y a otros que no están incluidos en esa selección. Allí había varios poemas de Gelman, y eso ya resultó todo un panorama.
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