martes, 12 de febrero de 2008

Arquitectura activista (Raúl Arteca)

· Una arquitectura debe ser pro-activa, más que encubridora de otras decisiones. Deberá proponer entonces un escenario de nuevos proyectos y propuestas, de nuevas ideas y nuevos íconos para las situaciones de futuro en ellas reconocidas.
· Las diversas respuestas definirían nuevas dinámicas para los retos de la nueva urbanidad: la reordenación estratégica del territorio, la redefinición de sus grandes áreas de desarrollo, la reestructuración de las redes (y de los tejidos a lo largo de ellas articulados), la eficaz relación con el paisaje, la definición de los nuevos espacios relacionales, la reflexión sobre los límites geográficos y las áreas sensibles de fricción, la concepción de nuevas soluciones para aquellas operaciones colonizadoras que afectan al hábitat y al entorno, la reutilización y el reciclaje de preexistencias...
· Se trata entonces de ofrecer claves compartidas para una aproximación que se quiere más abierta que instrumental, más estratégica que figurativa y, en todo caso, más comprometida que objetiva.
· Por lo anterior es que entonces no se trataría de “acabar de diseñar la ciudad” (de “completarla” o “embellecerla” y/o posteriormente congelarla), sino de exigir e imaginar espacios -y marcos- de desarrollo en continuo cambio y evolución para una estructura que se contempla como definitivamente inacabada, mutable, en transformación. Por tanto, una estructura en constante recuperación y modernización.
· No se quiere, en cualquier caso, renunciar a la forma. Pero desearíamos primar, más que a los dibujos, a los sistemas. Sistemas que sean capaces de impulsar, acompañar, y/o desencadenar Mapas Tácticos más que Planos Finales, diferentes acontecimientos evolutivos.
· Podríamos establecer nuevos enfoques, nuevas representaciones, nuevos ideogramas (es decir, nuevos esquemas de cara a la acción) para una ciudad en transformación y movimiento, en la que, como en un virtual campo de batalla, de por sí incierto, interesa más la propia capacidad táctica de las decisiones y su potencial para generar procesos reactivos enriquecedores que la minuciosa “estética” de los movimientos.

Raúl Arteca
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Zabriskie Point es un film al que vuelvo, como si regresara a un barrio imaginario que, a veces, de tan imaginario que se vuelve, no se llega más. En esa película de Antonioni se escucha una canción de John Fahey, "Dance of Death". Sin embargo, sólo por la excusa de escuchar a un músico al que poca gente recuerda, rescatamos su interpretación de "Red Pony", en lo de Laura Webers, 1969. El tema y los apuntes de arquitectura, en algún punto se tocan, por el solo deseo de que se encuentren. Silence!


"En 2001 (*), el guitarrista llamado John Fahey contaba con 61 años y una historia de vida bastante intensa. El cuerpo no estaba en condiciones de seguir manteniéndolo en pie y debió resignarse a una incierta operación de by pass cardíaco. 48 horas después, dejó de existir.
Este excéntrico músico nacido el 28 de febrero de 1939 en Takoma Park dejaba tras de sí una discografía fértil en grado sumo, además de un igualmente destacado trabajo académico en el área de las humanidades, específicamente en Filosofía, Religión y Folclor.
La influencia musical había sido temprana, debido a la afición de sus padres a la interpretación del piano y el arpa irlandesa. Sin embargo, en un primer momento al pequeño John le interesaban mucho más la caza y la pesca. Los paseos de día domingo, a New River Ranch, lo expusieron a las formas más esenciales del country: el hillbilly y el bluegrass.
Fue el encuentro con el guitarrista afroamericano Frank Hovington el que lo convenció de que en la música estaba su destino inmediato y permanente. Decidió comprar una guitarra Sears Roebuck por 17 dólares y aprender a tocarla por sí mismo.
En 1963 ya tenía su propio sello discográfico a través del cual editó a guitarristas como Leo Kottke, Peter Lang y George Winston, aparte de su propia música, concentrada en cerca de 30 largaduraciones.
En ellos, Fahey desplegó toda su impresionante imaginería sonora, siendo uno de los experimentadores más grandes en la época llamada “new age” de la guitarra acústica.
Fahey elaboró paisajes sonoros bucólicos, a través de los que uno puede descubrir sensaciones que sólo reconocería alguien que haya pasado una noche a la intemperie. Lo de Fahey es folk en sus años mozos, con toda la carga del blues y la música que el artista escuchara de niño, el folclor nativo norteamericano.
Nombrado por muchos músicos como su influencia (entre ellos, Jim O'Rourke y Cul de Sac), John Fahey está en plena etapa de ser descubierto, incluso para aquellos que creían saberlo todo acerca del folk. Nunca es tarde para reconocer que nos falta vida para escuchar toda la música existente."

por Rodrigo Toledo
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(*) Extraído de www.audiomusica.com

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