The Beta Band, "Needles In My Eyes", perteneciente a The Three E.P.'s, 1999.
lunes, 21 de junio de 2010
Hay agujas en mis ojos
The Beta Band, "Needles In My Eyes", perteneciente a The Three E.P.'s, 1999.
Uma multidão com Wilson
domingo, 13 de junio de 2010
Diario del autobombo (4)
Ana Porrúa escribió una reseña de Cuando salí de La Plata que mejora el libro una enormidad. Lo editó en Bazaramericano. La crítica, no hay vuelta que darle, trabaja desde una estupefacción gratinada por el gusto, y construye enlaces de sentido donde uno cree que había poco y poco más. Debo volver a leer mi propio libro, ahora que entiendo, gracias a la Porrúa, que hay versos más valiosos de lo que creía, en ese texto editado por CILC. Thanks.
jueves, 10 de junio de 2010
Lo dice Martín: "A veces gobernar es gobernar contra sí"
domingo, 6 de junio de 2010
Cobos, no lo conozco
martes, 1 de junio de 2010
Qué día: primero Wilson Bueno, y ahora Bustriazo Ortíz
Juan Carlos Bustriazo Ortíz, durante una lectura el 7 de noviembre de 2008. "Mi obra poética me la dictó Dios. Me dictó esa obra poema por poema, y yo escribía a máquina, sin ningún error de ortografía. Recuerdo que a mi finada madre, cuando nací, sietemesino, un anciano le dijo que yo iba a ser poeta. Y se fue. Siempre pensé que él era un anciano poeta. Andaba con un rollo de papeles en sus manos. Cuando estuve internado no podía escribir y desde entonces no pude escribir más. Cuando esa psiquiatra me medicó, se destruyó mi imaginación poética. Me internaron porque habré caído en otro momento de enfermedad. Sí, una vez me corté (muestra las muñecas) pero nada más que esto y estoy vivo todavía…Y quiero vivir, cómo no voy a querer vivir… ¡Claro que quiero vivir!” (extraído de la revista Lamás Medula)
Bustriazo Ortíz en su intervención en el Festival de Poesía de Rosario. 30 de noviembre de 2008.
Algún hijo de puta mató a Wilson Bueno (1949-2010)
RIO DE JANEIRO, 1 (ANSA) - El escritor brasileño Wilson Bueno, de 61 años y uno de los más influyentes autores contemporáneos del país, fue hallado muerto, en Curitiba, capital del Estado sureño Paraná. El cuerpo fue hallado la noche del lunes, en el escritorio del autor, frente a su computadora, en el segundo piso de la casa donde vivía, con una cuchillada en el cuello. Autor de 13 libros y creador del diario cultural Nicolau, Bueno acababa de cerrar un contrato para la edición de su 14o. título. El padre del escritor falleció hace cinco meses y él estaba a punto de recibir una herencia de alrededor de 200.000 reales (unos 110.000 dólares). De acuerdo a la prensa local, la policía sospecha que el asesino del escritor estaba al tanto de esa información e invadió la casa en busca del dinero.
Sobre Mar Paraguayo, de Wilson Bueno, Tsé Tsé, 2005, 97 páginas
Dice Kristeva que todo tema ficcional es, por definición, un desafío al significado único. Esta descripción pertenece al dominio del recurso crítico, pero no deja de ser ilustrativa, aunque sea por analogía. Mar paraguayo, de Wilson Bueno (Jaguapitá, Brasil, 1949), en ese paralelo, elabora una escritura que desde el comienzo plantea una impugnación a los sentidos en forma de amalgama, para no utilizar la insustituible fórmula perlongheriana de la “sopa”, lo que provoca al mismo tiempo la idea de estar leyendo un escenario lingüístico que nos acomoda (e incomoda) sin miramientos en la ajenidad. Desde el vamos estamos afuera. Pues, entremos.
Para evaluar la originalidad de este libro habría que decir, en principio, que no expresa ley de composición alguna, que se afirma en la inconveniencia. Y esa inconveniencia se instala desde el vamos en la superficie de la lengua. Pero, ¿es suficiente decir esto? Es decir, ¿alcanza con diagnosticar la parcialidad del mecanismo para referirse a un todo? A ver, Mar paraguayo, ¿qué es?: ¿un cruce de lenguas?, ¿una mixtura de palabras en el soporte limítrofe?, ¿todo eso al mismo tiempo? A mí me parece este libro una fábula amorosa contada desde el passagem haroldiano de un contrabando sin pausas, pero construido tan de prisa, que en el tránsito entre una frontera y otra (del lenguaje, de Estados, de estados del lenguaje) se pierden requechos de mercadería. Después, alguien las fue recogiendo y organizó como libro, y de ahí la sensación de que Mar paraguayo es un libro de libros, una fusión de tradición oral y a la vez un rejunte de dispositivos, que otorgan al lector la certeza que el piso lingüístico al que se enfrenta está en permanente movimiento. Triple medianera.
La importancia de este libro no reside sólo en su fuerte posicionamiento experimental, sino en la fuerza con que el infierno de vocablos de uso común, revitaliza una escritura baja que interesa de lleno en una estructura mayor, en una propuesta que trabaja sobre el sincretismo cuando parece atomizarlo todo. Wilson Bueno fumiga el piso de la lengua para intoxicarnos; nosotros somos los insectos molestos que intentan, por costumbre, desidia, conformismo a veces, organizar la lectura para enderezarla. El texto de Bueno es un ejercicio de descentralización del vistazo, que no se queda en la provocación porque no es su destino enfrentarnos, sino religar la mirada, apuntalarla hacia otra forma de densidad, o de espesor del idioma. Este lenguaje representa en cada caso el trastorno y la transferencia existente entre el modelo ideal y su inversión.
No es reiterativo decir que el libro de Wilson Bueno es ante todo una microscópica teoría del signo. Como se sabe, el signo no designa ni identifica, pero sí muestra. Eso es lo que sucede en Mar paraguayo. Todo en ese libro gravita en saber por qué el signo comprendido de ese modo, es lenguaje. El principal requisito de esa operación consiste en hacerse una concepción poética del lenguaje, y no técnica o científica. La ciencia supone la idea de una diversidad, en las que habría que poner orden captando sus relaciones virtuales.
Pero, por el contrario, en el texto de Wilson Bueno se consideran sólo tres lenguas, como si fueran únicas en el mundo: dos vivas (español y guaraní), y una tercera interviniendo en la primera, inspirando aglutinaciones de la segunda en la primera. Se diría que esa lengua anexada, es decir, el portuñol, hace sus variaciones en el castellano de Mar paraguayo. La lengua inventada (no inventariada) afecta a la actual, que provoca bajo estas condiciones un dialecto todavía por llegar: las tres lenguas son enajenamiento, y así detonan y se reparten. Por otra parte, el guaraní funciona como una auténtica incrustación fonológica, que se desplaza hacia los diminutivos (el perro Brinks, derrapándose en pequeños núcleos tupí, y logrando de cada frase una formación ferroviaria de fonemas), las cacofonías, las onomatopeyas, etc.
Otro punto: los trabajos críticos que rodean la obra. Lo que sucede en la muy cuidada e impecable edición de Tsé-Tsé, no conforma además una simple reunión de textos acerca del libro de Bueno, sino una convocatoria cubista a través de cuatro miradas conforme un punto: Néstor Perlongher, Reynaldo Jiménez, Andrés Ajens y Adrián Cangi, serán quienes privilegian la búsqueda del autor brasileño, que es la propia research de estos autores devenidos críticos. Rodeando el contorno mismo de ese mar paraguayo, ellos también se vuelven incrustaciones atemporales en la línea de flotación del balneario de Guaratuba, donde acontece la obra, la historia de la marafona, la perversión delictiva en torno a la marginalidad lingüística y sexual que se impone en sucesivos perímetros del habla. En esos cuatros textos hay una topología que prorratea sentido en series heterogéneas; y por esa misma razón, es que existe una política de la lengua que no sólo es devenir sino foco de amotinamiento. Como parte de una puntuación que privilegia los dos puntos, en la medida que eso conforma una puerta abierta hacia diversos sonidos de la frase, el libro de Wilson Bueno no puede pensarse sin un prólogo, un posfacio o un trabajo que acompañe sin glosar el estallido de la lengua. Si un mar en Paraguay es de por sí un verdadero acontecimiento ficcional, no lo será menos cualquier textos paralelo al libro. No hace falta explicaciones, pero sí trabajos críticos que muestren hasta qué punto un libro de quilates consigue contaminar hasta la mirada más aguda.