sábado, 2 de enero de 2010

EDUARDO ESPINA *: HACER AL SER CONTRARIO AL SENTIDO (sobre "El cutis patrio" **, Mansalva, 2009)

1- La ambigüedad de la poesía radicaría en que no puede pensarse (y escribirse) más que estableciendo una moral exterior, indiferente a la cultural preexistente. Por eso, en la poesía de Eduardo Espina (Uruguay, 1954), cualquier intento de sumarse a esa inestable generalidad no se da como la manera de una impronta estilística determinada, sino como una escritura que no sobreimprime práctica alguna que pudiera ser reproducible. Y al decir esto, corrijo aún más: su escritura no se plagia a sí misma, se desentiende de sus posibles manipulaciones, y busca alejarse de sus propios límites. Existe sí, afinamiento e integración; y eufonía, entendida como proporción. En ese sentido, se puede decir que los objetos y el sujeto en El cutis patrio se dan como variables inmanentes del enunciado, ajustados al rigor verbal que infecta todo el texto. Del libro de Espina, no obstante, se deduce el estatuto de su poética: que escribir es experimentar y problematizar, y que agredir la superficie lingüística no es sino hacer derrapar al lenguaje del que se inviste el poeta.
El cutis como piel primera, membrana del disfraz que toma la “palabra cuando aplana el plural de la / montaña, se quita la capa, es muchas”. El cutis patrio, de Eduardo Espina, desmonta las palabras, las yuxtapone delante y detrás, unas a otras, hasta oscurecer la superficie verbal por superposición de transparencias. Son los “elementos de la moda”, o del modo, lo que se trastorna cuestionado. Cuando se dice que las palabras replican como “zonas sabrosas, saliendo a la lentitud”, Espina no hace más que marcar su área de disputa: la escritura poética como una buena carne a las brasas, dejándose paladear, yendo de lo informe a lo uniforme mediante un innato ejercicio de morosidad. Esa velada en cámara lenta de una sintaxis que se concibe apremiada, no hace otra cosa que situar el estilo de Espina en un corset imaginario, pero no por eso menos palpable. En El cutis patrio, aquello que sujeta a las palabras no conforma necesariamente el poema, porque de lo contrario se estaría frente a un mero artificio de contención. De esta manera, Espina juega con aquello que Carlos Germán Belli llama “asir la forma que se va”, pero con una diferencia cardinal: en el poeta peruano, la preocupación por transformar el fondo, el clima o el escenario de sus textos, no adultera una métrica tradicional (al contrario, se sirve de ella); en cambio, en el bardo uruguayo, la aproximación a la forma (“el hoy constante de lo anquilosado”) lleva a una versión del suceso rítmico, y es por eso que sus textos ambientan una escena donde la pretensión de verdad no seduce siquiera con su bijouterie de imitación. No todo lo que reluce es Lezama.
Por otra parte, lo mismo que la poesía de John Ashbery, los trabajos incluidos en El cutis patrio poseen la condición de un sueño que reclama ser interpretado, aunque su cualidad más determinante es que resiste la interpretación. De otro modo, el sueño no tendría fórmula posible.
2- Ahora bien, aunque es cierto que Espina desecha la lógica, no es que se desentiende del sentido, incluso cuando es difícil llegar a él. El sentido no se borra de esta manera sino que se dispersa, queda embalado en una estructura concéntrica, vitalicia, del que no logrará escaparse fácilmente. En los poemas de Eduardo Espina, el sentido “hace tiempo”, y es más: cede al destino del deseo. Es una máxima, pero también una noción de mínima para acorralar los poemas a un estatuto por fuera del significado. El cutis patrio es un texto recóndito, o bien un abismo cerrado en el que uno no sabe qué hace, qué está mirando, y lo único a lo que uno debe aferrarse es “al propio y natural salvajismo”, como diría Frank O’Hara respecto de las pinturas de Grace Hartigan. En ese aspecto, el sentido en Espina se demora, y ese hacer tiempo se extiende en un afinamiento formal que recuerda la caída de la arena en su intersticio de tiempo, hecho reloj. Eduardo Espina una y otra vez da vuelta su clepsidra-poema para recomenzar el sentido que no se completa, sino que se afina (incluso de un modo acústico) hasta desaparecer en el estado cero de la forma. De esta manera, la resurrección del poema es vista como un parásito que se adhiere al rostro de un ave de recorrido circular, huidiza, impostora y teatral como un tero (algo así como el pájaro nacional uruguayo). En sus textos, también Espina pega el grito del sentido en un lugar ya camuflado, permanentemente cambia de ruta, de génesis, y donde la superficie es sometida de acuerdo a quien la encare o la interese. Se trata de pliegues incluidos por los amantes conforme una luz, un campo sencillo, “fácil, feliz”, donde se desarrolla el chisporroteo de las apariencias. Así queda más en claro este dominio de las palabras en la lengua (cutis) materna (patrio). Espina consigue, de esta manera, que brille un rayo de luz en las palabras y se oigan gritos entre elementos invisibles. Para un escritor, y sobre todo un escritor de poesía, escribir es dar alcance a su propio límite, y también hablar el suyo, de manera que los dos sean el borde común que al separarse se ponen en relación. La poesía de Espina reproduce un pensamiento que procede de un afuera más lejano que todo mundo exterior, y por ende, acercándose a un todo interior.

3- En el poema “Momias”, Eduardo Espina traza la silueta espectral de un lenguaje que vacía al cuerpo y lo integra a una aparente perennidad. Con ello no hace más que proponer, otra vez, el contorno de una escritura (¿barroco, barrococó?): en ese cuerpo revisitado por la taxidermia del lenguaje (en Espina la escritura también es armazón y formol sobre un organismo muerto) habita una verdad que sólo confiesa su silencio. Sin embargo, estamos frente a un poeta que desmiente la verdad como categoría absoluta, y encuentra en la ausencia de fijeza una velocidad pormenorizada por los textos. Una poesía que se blinda anta la nada, ésa es su máxima resistencia, porque funciona en lo que Espina llama “el desconocimiento perfecto del mundo”. Toda la obra de este poeta oriental, incluida El cutis patrio, demuestra en términos estéticos (si es que la poesía debe equipararse con mecanismos de reflexión filosófica) el apresamiento del sujeto en eventos que sobrepasan su horizonte individual de sentido, de acuerdo a lo afirmado por el pensador Axel Honneth.

4- Estos poemas no son productos de un extravío poético, filosófico e ideológico. Como diría el poeta Reiner Kunze, en una entrevista a la radio alemana en 1977, “el subconciente estructurado poéticamente es más fuerte en ocasiones excepcionales, que la conciencia objetiva programada en contra de la poesía”. Con reservas, podría aplicarse esta definción a momentos de la escritura de Espina. ¿Quién conoce la prehistoria de la grafía de Espina? Sólo llamando a la idea de ese subconciente que determina toda su obra, es donde podemos convergir en una mínima respuesta. No obstante, es posible decirlo, Espina es poseedor de una escritura incorregible, es decir, que se fortalece en la diferencia y trastorna las semejanzas. En ese sentido, pocos escritores son tan reconocibles a simple golpe de vista, poniendo en funcionamiento un mecanismo de relojería lírica que se da en el diálogo deseante con su lengua geográfica: el uruguayo.
Por otra parte, su mecanismo de estructura compositiva puede verificarse en un excelente entrevista de Enrique Mallen publicada en el número 11 de la revista Tsé-Tsé (2002), y en donde Eduardo Espina define a su poesía como un intento de “observar al instinto como una estructura que puede ser desarmada y extendida, y no como un caos sucesivo y exasperado que esconde su origen y niega su sentido”, presentando a la vez una estructura “detenida y desarmada”. De este modo, el escritor uruguayo no formula una discurso poético convencional, ya que El cutis patrio se dificulta en la superficie; en su aparente organización monolítica, las palabras en este libro definen un área móvil, aérea, esponjosa, como de arena movediza. Cuanto más cómodo nos encontramos en sus poemas, más nos hundimos en ellos con mayor facilidad. Esa capacidad de falsificar los canales de conexión inmediatos con su poesía, es lo que hace de Espina un poeta y no una persona con extraordinaria habilidad para cortar la prosa y disponerla en vertical.

5-
Para el autor de El cutis patrio, la lengua encuentra su propagación fónica (cacofónica) en las ingles, que también es un pliegue en la entrepierna. Pero para que este matrimonio se consume hace falta un precio y un aprendizaje. Como es de esperar, Espina no revela ese secreto y sólo formula implicaciones donde el lenguaje se viste de acontecimiento. Apenas comprendemos que su escritura trabaja como un río sagrado y que tiene la velocidad del oro, en una especie de silabario peculiar por el que funciona parte de una generación de poetas uruguayos (Milán, Appratto, Sosa, Ojeda, Uriarte, Fressia, o bien, más atrás, Roberto Echavarren). Y repetimos, por las dudas: no todo lo que reluce es Lezama. Y esa incandescencia es otra en Espina, que observa en su alteración de palabras otro cisma para su lengua. Es el pulso del papiro a la memoria, o de la escritura primera a la propulsión temporal.
Para aquellos que aborden un texto como El cutis patrio cabría tener en cuenta las palabras de la autora germana Ingeborg Bachmann con relación a su propio trabajo, al señalar que un poeta debe “abstenerse de lo fácil. Cuando un escritor no diga sino las frases que también dicen los demás, habría llegado para él el momento de abdicar”. El cutis patrio, en ese sentido, amplifica el núcleo verbal de la obra de Espina y reelabora un discurso inédito en la poesía hispanoamericana.
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*Prólogo para una edición de Tsé-Tsé de El cutis patrio, que no pudo llevarse a cabo.
** Un deber: leer dos excelentes análisis sobre el libro de Espina: uno escrito por José Kozer, en Letras Libres, y otro por Susana Cella, para Radar.
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Tres poemas de El cutis patrio:


Culpa el tiempo a las catedrales
(Un factor vulnerable a los demás)

A la alta tarea del ruido detenido
(y por alto se supone una pleamar
o la zona nupcial de las galaxias)
va en la gárgola la tajada maldita
por lo de marmoleja guiando con
halagos de algodonada mansalva
la invisibilidad sin salvar al buho
habitual cuando no ni vacía va en
silencio más que al nómada olmo,
la curvatura torva que a la noción
se asoma y por aparecer amanece.

***

Escribe que vendrá
(Una gramática de salón)

Cambia el perfume el retrato de
la luna entrando por la ventana.
Se habla de una raza de verano.
Enamorada de la piedra querida
mucho, se habla de quien vence,
del codo veloz que podría durar.
Y lo demás, un ciclo acontecido:
la verdad sorbe pulcra del bucle,
reduce el pezón a la oportunidad.
¡Cuánta estatura atribuida a todo,
cuánto tejado para el inútil latín!
Eran días de poner en provincia,
la oíble quemadura de crisálidas
decidía, rebaso la lamosa mirada
y a su modo un montón de humo,
el humo que quiso ir al universo.
Vio razones, azoros, pestilencias.
Ojo similar y puros pormenores.
Tanto para decir solamente, una
palabra llega al lugar del mundo,
hace de la esperanza un prólogo.
(El idioma es la linterna real por
donde el sol anochece: azuzan a
su sigilo, las sílabas, el silencio)

***

La mitad es mucho menos
(Solo el 50 por ciento de la patria)

Recuerda el cuerpo cada detenido idilio.
La prisa de probar las posibles palabras,
la nuca encanecida de quien prolonga en
preguntas la nube penúltima con alguien.
Y aun bajo los strómbolis de intromisión
cualquiera para el oro iría a la superficie,
escucha a quien pudiera hablarle de todo.
Lo demás fue lirio similar para parecerse,
pues el empeorado del lar ponía una flor
donde antes nació el tesón de los sonetos.
Antes, porque a hora de reír igual ocurre.
Y músculos, cuánto músculo de cultura.
(La gran gimnasia de música entretenida
acabo en la escarcha por copiar la mitad)
Traía entonces algunos acontecimientos.
De orlas laterales, de una larga gratitud.
Todo estaba para que el hoy se presente.
Su azur aclara la celada de los asesinos,
el tordo tarda en llegar a la dificultad, a
la gota de tal cuando tan agriada quiere.
El mérito de los sentimientos a merced
de la décima y la seda, la rosa salida al
sol sopla un poco oculta para parecerlo,
todo eso que después de saberse lo será.
Es un lépero en paralelo para él y luego.
Podría decir ya sí, que la vida yacía en
el viento acanalado: una respuesta a la
existencia, una suavidad que ve valvas.
Aquí el cuerpo tiene frío para ser feliz,
la compasión de Dios no es una burla.
Salvo el cielo, nunca ha sido constante.
En otro momento, la suposición por el
sabor obraría usual, acostumbrada: un
equilibrio que a nada culpa de su paso.

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