Pero si la cuestión no fuese tan compleja de circunscribir, hace tiempo hubiese hallado la solución. La situación actual es realmente desesperante. La falta de visión, la promisoria muerte fascista resguardada en un eslabón menor de la cadena, los genuflexos, el ADN de aquellos a los que siempre pondremos el maleficio de la duda, porque dudamos de ellos, no del método, y etc. Así, el problema no está tanto en la realización, como en la apropiación. Y tomar prestada cualquier cosa, inclusive apropiarse del sentido de la vista (es decir, ver por el otro) no consigue más que formalizar una acción casual entre el contenido y la expresión. Para observar la realidad se necesitan tantos ojos como cualquier ciudad la ruta, porque es su correlato, como diría el amigo Deleuze, citado again. Y la realidad no tiene locus, se erige desde esa noción logocentrista de fundamentar en sistemas de pensamientos extrínsecos, escalafones de absolutos. Por eso comprobamos un grado extremo de ventriloquía en una parte de la clase dirigente, que no sólo se apropió del sentido de la vista; también del habla. Y hablar por el otro es reasignar partidas especiales contrarias al propio patrimonio. No sólo es un movimiento suicida, sino insensato.
locked inside my head;
Tuve una visión de vos y quité tu vista de la mía. Y al quitarla detuve tu ejercicio de malversación de la realidad. Jamás habrá entre vos y yo una verdad revelada.
Este concepto de verdad deja trascender una presuposición fundamental: la realidad está subordinada a las intenciones, como efecto del lenguaje.
La realidad, así, es puro efecto, y por ende, externa con relación a lo que suponemos deber ser el apego a cualquier forma de superficie, con tal que no la atravesemos. Y si lo hacemos, de inmediato nos transformamos en criaturas abstractas que no ubican sentido alguno, porque somos ese efecto del que hablábamos con anterioridad.
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Peter Hammill, interpretando Vision, un clásico en su obra.
2 de febrero de 1978.
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