El 7 de octubre de 2006 se conocía la noticia del deceso de Héctor Libertella, un escritor distinto, antifuncional, una persona que leyó y escribió sobre la superficie del discurso lógico, “organizado como la sintaxis que lo acarrea”, como diría Severo Sarduy en el prólogo a El paseo internacional del perverso, de Libertella. Pero ¿quién fue Héctor Libertella?
Algunos de sus libros –El camino de los hiperbóreos, Aventuras de los Miticistas, Personas en pose de combate, Cavernícolas, etc.- funcionan como la imagen especial de un fenómeno de desvío, y por ese mismo hecho, sólo atraen la acción sufrida sobre ciertas caras, o ciertas partes de la estructura ficcional.
Todos sus textos, incluso los específicamente críticos, se urden en un mecanismo si bien simple, no por ello simplista: 1) sustraer-seleccionar, 2) dividir y 3) elegir. La sustracción a la que siempre aludió Libertella se relaciona con aquel posicionamiento de Roland Barthes sobre la cultura: el creador es aquel que maquilla con mayor astucia una mercadería robada, para luego reinsertarla como nueva. En ese mecanismo ingresan las distintas maneras de intervenir sobre la construcción de un texto: desde la traducción hasta el pastiche; desde el collage al hipertexto; desde la retórica a la escritura ideogramática del Paseo internacional… Pero es en Libertella, precisamente, la búsqueda y la captura de un sublime visual lo que cristaliza su escritura. Ese sublime visual es el conjunto del tiempo. Lo dice Deleuze sobre Kant, pero con ojo fenomenológico. La apariencia, así, se vuelve en este escritor un acontecimiento real, porque se desliza en la superficie de la lengua. Y es también la inmensidad del futuro y del pasado, en tanto sucesos simultáneos, y que sólo son simultáneos en el conjunto del tiempo, lo que concierne en sus libros. En los tres relatos-nouvelle de Cavernícolas esto se observa más palmariamente. Allí Libertella reescribe los escritos de Antonio Pigafetta y los instala en una devenir inadecuado; o bien traspola la figura del artista Jorge Bonino (1935-1990) y la vincula con la del plástico y performer pop Alberto Greco (1965 died), para terminar en el relato Nínive, donde la arqueología foucaultiana se traduce en una prospectiva sexual, hundiéndose en las misma caverna platónica, tantas veces aludida.
En su texto Ensayos o pruebas sobre una red hermética, el movimiento acrítico no es extensivo, y se traduce como el desplazamiento de un móvil, un símbolo móvil. Pero hay otra cosa: tenemos el movimiento intensivo. La intensidad es un movimiento y, evidentemente, no es un desplazamiento en el espacio. En esas “intensidades”, que es la producción de sujetos camuflados por el lenguaje, se traza parte de la visión periférica de este escritor tan singular.
Y está también, finalmente, su palabra fetiche, que trazó los últimos textos, tanto ficcionales como críticos: patografía. Libertella intenta en esa distinción marcar una diferencia, sobre todo con algunos escritores. Están aquellos ligados al carácter, al pathos, donde coloca al colombiano García Márquez, no sin ciertas dudas sobre esta genealogía antojadiza; están aquellos a los que llama literatos, sometido a la ilusión de la literatura, como Borges, y claro, están los patógrafos, que serían esos escribas que emiten “señales intermitentes que se corresponde con cierto orden de la lengua”. Se trata de quienes saben deletrear su propia enfermedad, y cuyas obras son efectos parciales de una obra más completa, pero cuya lectura atrae un concepto sometido últimamente al mayor de los ataques: el verosímil. En esa “familia”, Héctor Libertella incluye, entre otros, al mexicano Salvador Elizondo, a los argentinos Osvaldo Lamborghini, Manuel Puig y César Aira, al cubano Lezama Lima, al chileno Enrique Lihn, en su versión narradora, etc. Lo verosímil entendido, en sus elementos iniciales, como la verticalidad del estilo y la horizontalidad de la lengua. El estilo como núcleo de la persona, y lo horizontal trabajaría sobre la lengua como formación social. Libertella conocía que la sola fusión de esos elementos era insuficiente, y apenas una alquimia perversa.
No siempre comprendido, pero muchas veces leído, Libertella debiera ser ahora reeditado, corregido, citado, con el fin de seguir verificando la secuela de una literatura surgida a fines de los sesenta, interrumpida pero no muerta en los setenta, y nacida de sus propias ruinas en los ochenta-noventa. Y bien, es posible seguirle los pasos a la escritura de Libertella; lo que no surge posible es marcar hasta dónde llegan los signos de su familia literaria. Hay nombres, y perspectivas. Y su distingo pareciera ser ese doble juego de espejos al que abrevó con tenacidad en sus libros: la desaparición de la imagen y la imagen de la desaparición. Sonido argentino.
Todos sus textos, incluso los específicamente críticos, se urden en un mecanismo si bien simple, no por ello simplista: 1) sustraer-seleccionar, 2) dividir y 3) elegir. La sustracción a la que siempre aludió Libertella se relaciona con aquel posicionamiento de Roland Barthes sobre la cultura: el creador es aquel que maquilla con mayor astucia una mercadería robada, para luego reinsertarla como nueva. En ese mecanismo ingresan las distintas maneras de intervenir sobre la construcción de un texto: desde la traducción hasta el pastiche; desde el collage al hipertexto; desde la retórica a la escritura ideogramática del Paseo internacional… Pero es en Libertella, precisamente, la búsqueda y la captura de un sublime visual lo que cristaliza su escritura. Ese sublime visual es el conjunto del tiempo. Lo dice Deleuze sobre Kant, pero con ojo fenomenológico. La apariencia, así, se vuelve en este escritor un acontecimiento real, porque se desliza en la superficie de la lengua. Y es también la inmensidad del futuro y del pasado, en tanto sucesos simultáneos, y que sólo son simultáneos en el conjunto del tiempo, lo que concierne en sus libros. En los tres relatos-nouvelle de Cavernícolas esto se observa más palmariamente. Allí Libertella reescribe los escritos de Antonio Pigafetta y los instala en una devenir inadecuado; o bien traspola la figura del artista Jorge Bonino (1935-1990) y la vincula con la del plástico y performer pop Alberto Greco (1965 died), para terminar en el relato Nínive, donde la arqueología foucaultiana se traduce en una prospectiva sexual, hundiéndose en las misma caverna platónica, tantas veces aludida.
En su texto Ensayos o pruebas sobre una red hermética, el movimiento acrítico no es extensivo, y se traduce como el desplazamiento de un móvil, un símbolo móvil. Pero hay otra cosa: tenemos el movimiento intensivo. La intensidad es un movimiento y, evidentemente, no es un desplazamiento en el espacio. En esas “intensidades”, que es la producción de sujetos camuflados por el lenguaje, se traza parte de la visión periférica de este escritor tan singular.
Y está también, finalmente, su palabra fetiche, que trazó los últimos textos, tanto ficcionales como críticos: patografía. Libertella intenta en esa distinción marcar una diferencia, sobre todo con algunos escritores. Están aquellos ligados al carácter, al pathos, donde coloca al colombiano García Márquez, no sin ciertas dudas sobre esta genealogía antojadiza; están aquellos a los que llama literatos, sometido a la ilusión de la literatura, como Borges, y claro, están los patógrafos, que serían esos escribas que emiten “señales intermitentes que se corresponde con cierto orden de la lengua”. Se trata de quienes saben deletrear su propia enfermedad, y cuyas obras son efectos parciales de una obra más completa, pero cuya lectura atrae un concepto sometido últimamente al mayor de los ataques: el verosímil. En esa “familia”, Héctor Libertella incluye, entre otros, al mexicano Salvador Elizondo, a los argentinos Osvaldo Lamborghini, Manuel Puig y César Aira, al cubano Lezama Lima, al chileno Enrique Lihn, en su versión narradora, etc. Lo verosímil entendido, en sus elementos iniciales, como la verticalidad del estilo y la horizontalidad de la lengua. El estilo como núcleo de la persona, y lo horizontal trabajaría sobre la lengua como formación social. Libertella conocía que la sola fusión de esos elementos era insuficiente, y apenas una alquimia perversa.
No siempre comprendido, pero muchas veces leído, Libertella debiera ser ahora reeditado, corregido, citado, con el fin de seguir verificando la secuela de una literatura surgida a fines de los sesenta, interrumpida pero no muerta en los setenta, y nacida de sus propias ruinas en los ochenta-noventa. Y bien, es posible seguirle los pasos a la escritura de Libertella; lo que no surge posible es marcar hasta dónde llegan los signos de su familia literaria. Hay nombres, y perspectivas. Y su distingo pareciera ser ese doble juego de espejos al que abrevó con tenacidad en sus libros: la desaparición de la imagen y la imagen de la desaparición. Sonido argentino.
RIP Libertella, Bahía Blanca 1945- Buenos Aires 2006. Continuará.
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*Editado en Tinta de radio, revista de Radio Universidad de La Plata, con el título "El paseo final del perverso".
2 comentarios:
Hola Mario
Está ya en cocción algo que de momento llamamos el Seminario Libertella, que no sólo implica una revisión de sus poéticas, sino también una plataforma pathogramática-perversa de mecanismos caros al bahiense.
Te tendré al tanto.
Buenísimo Rafael. La obra de Libertella la vengo siguiendo tupido. Desde ya contá conmigo para lo que fuera que necesites del seminario. Un abrazo.
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