jueves, 26 de junio de 2008

La forma natural también es un Estado

Cacciari dixit: "Que no haya una verdad; que no haya una constitución absoluta de las cosas, una cosa en sí: esto mismo es un nihilismo, más aún, es el nihilismo extremo". Lo decía con relación a Nietzsche, aunque su crítica de fondo subsumía la idea del Estado como totalidad. Para Cacciari el Estado tiende a concebir la propia forma como forma natural. Esto puede leerse entre las bambalinas de ese nihilismo extremo, que hoy podemos rescatar como una verdad a punto de revelarse: es decir, algo que aún no es válido, que transcurre en su certeza de validez, pero que si no llega a concretarse como verdad, no consigue ser un absoluto.
¿Y para qué se necesitan, a esta altura, los absolutos?
El Estado peronista de los 50 se montaba en un decálogo de "verdades" que fueron refutadas por una dinámica que el propio peronismo siquiera podía seguir al pie de la letra. En la actualidad, menos que menos. Que para un peronista no haya nada mejor que otro peronista (es decir, en la versión del 73: "para un argentino...) sugería la búsqueda del símil ejemplar, lo que equiparaba a un ciudadano corriente con un corriente de pensamiento, lo entiendan o no aquellos ciudadanos. Es decir: todos somos peronistas, o como apuntaba Massimo Cacciari, entender la propia forma como forma natural. Y esa naturalidad no critica las falsas pretensiones de la verdad, sino la verdad en sí, como ideal, tal lo apuntaría cualquier pensamiento proto-deleuziano.
Sin embargo, esa verdad que progresa, en el sentido cinético de la palabra, se basa en el reconocimiento de los contrarios, como una fórmula de progresión. Pero no basta tampoco con detener los contrarios antes de la síntesis que los reconciliaría (Blanchot), ni inclusive con dividir la sociedad argentina en una pluralidad de centros de dominio cuyo principio, aún sintético, sería la voluntad de poder. El tema es que la síntesis habrá que construirla, no buscarla como si fuese el tesoro perdido de un Crusoe traspasado por Coetzee. Cuando desde distintos medios de comunicación se habla de que cese la "confrontación", lo que se está pidiendo no es un canto a la unidad, sino que una de las miradas con la que se disputan requechos de poder (campo, gobierno), deje de ejecutar su punto de observación de la realidad. El escritor Martín Rodríguez se preguntaba en su blog si "la democracia no habría empezado por estos días", no como una manera de sincronizar los hechos de hoy para un futuro hipotético, sino como el entendimiento de una mecánica de conflicto constitutiva, y que está en la genética del país. En ese contexto, la idea de verdad inalterable del peronismo (sin duda, su punto más rebatible, porque lleva a desmoronar su matriz humanista y católica) cae como consecuencia del funcionamiento de un movimiento político que es todo un sistema de país en sí mismo. Las contradicciones forman parte de una manera de socializar al individuo; sin contradicciones, los sucesos se vuelven planos, unívocos, y por lo tanto, doblemente más peligrosos. Durante el menemato, ¿no existió en fila india una clase media, baja y alta, ocupada de un provenir tanto efímero como inmediatamente placentero, sólo porque una moneda parecía lo suficientemente fuerte para ampararnos? Después, qué importa del después, como dice el tango. En esa época, gobierno y clase media habían sellado una alianza natural de no confrontar hasta tanto "no existieran más pobres". Casi lo logran: porque la existencia de 30 por ciento de desocupación, lejos de amplificar una clase ya pauperizada, también estaba matando su contenido, creyendo que la pulverización de los absolutos traía aparejado uno mejor y más contemporáneo: el individualismo.
Por eso, en este conflicto que observamos entre cuatro agrupaciones agrarias y el gobierno, las contradicciones de un lado y del otro consiguen elaborar referencias cruzadas sobre qué es y qué cosa es lo que cada cual defiende. Me quedo con este fragmento de pensamiento nietzschiano, rescatado por Maurice Blanchot: "uno siempre se equivoca, mientras que la verdad comienza en dos: de allí la necesidad de la interpretación". En este caso, de la elección. O como diría Sergio Pángaro, en su canción: "Si me engañas, enfrenta y dime la verdad". Pero una verdad adulterada por la invalidez. ¿No es eso lo que estuvo sucediéndonos, creyendo que era una vida maravillosa?
_______________________________




El platense Sergio Pángaro y Baccarat, interpretando Adivina, 2004.

No hay comentarios.: