Es la segunda Navidad al lado del inconmovible Poncio.
El lucero del alba rosa sobre la baranda del puerto.
Y no puedo decir que no puedo vivir sin ti porque estoy vivo:
como puede verse en el papel. Existo,
bebo cerveza, mancho hojas y piso la hierba.
Ahora en el cafetín de donde-cuando apenas pretendía atracar por un tiempo la alegría- una silenciosa explosión nos disparó
al porvenir, y allí delineo con mis dedos bajo el empuje del invierno, que me exilia al sur, tu rostro en un mármol para que lo vean los necesitados;
a lo lejos saltan ninfas, en sus caderasse han rasgado los brocados.
¿Qué es, dioses -si esa mancha de tempestad en la ventana son ustedes, dioses-,
lo que se esfuerzan por decirnos finalmente?
El porvenir ha llegado y se puedesoportar; un objeto cae,
sale el violinista, no hay más música,
entre tanto el mar se arruga más y más como la cara.
Aunque no haya viento.
Alguna vez él, en lugar de -¡ay!-nosotros, empezará a azotar los barrotes del paseo
y se moverá bajo la exclamación: "no lo haga",
levantando la cresta por encima del cráneo,
hacia allá donde tú bebías vino,
dormías en la hierba, secabas tu blusa,
aniquilando los tronos, al molusco porvenir
alistando el fondo.
Enero de 1971, Yalta
Romance navideño
Sumido en una inexplicable tristeza, navega,
desde el jardín Aleksandrovsky,
en medio de la pétrea intensidad
el vehemente navío nocturno;
el deshabitado farol de la noche,
como una rosa amarilla,
está sobre mis amados
y a los pies de quienes pasan.
Sumido en una inexplicable tristeza, navega
el coro zumbador de los sonámbulos, de los borrachos.
En la capital nocturna un extranjero
toma con pena una fotografía,
y parte hacia Ordin un taxi con un pasajero enfermo,
mientras los muertos esperan abrazando
a sus familias.
Sumido en una inexplicable tristeza, navega
por la capital un cantante deprimido;
en la estación de gasolina,
un barrendero apenado de cara redonda, espera;
por la calle sin brillo se apresura
un amante viejo y muy apuesto.
El tren nupcial de medianoche,
sumido en una inexplicable tristeza, navega.
El nido de los estorninos, sumergido en la calina
apresada en esa casual amargura, navega;
el acento hebreo se desliza
por la penosa escalera amarilla,
y yendo del amor a la melancolía,
en vísperas de año nuevo, de domingo,
una mujer hermosa y apasionada navega,
sin explicar su desencanto.
En los ojos el viento frío navega,
se estremecen los copos de nieve en el vagón,
el viento helado, el lívido viento
se ciñe a los codos enrojecidos,
y una miel de fuego se derrama desde los nocturnos,
y huele a dulce turrón de almendras;
el pastel nocturno tiene la Nochebuenaen la corona.
Sumido en una inexplicable tristeza,
tu Nuevo Año, siguiendo la ola azul
oscura del mar urbano, navega
como si ya vinieran la luz y la gloria,
ese día afortunado y pan a discreción,
como si la vida se inclinara a la derecha
habiendo oscilado hacia la izquierda.
24 de diciembre de 1961
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