domingo, 25 de julio de 2010
Poesía platense, un principio de discusión
lunes, 19 de julio de 2010
Habla Róger Santivañez
viernes, 16 de julio de 2010
Quiero escribir y me sale pintura
domingo, 11 de julio de 2010
Salió por Goles Rosas: La orquesta de bronces (poemas ex yugoeslavos)
Perhan acompaña a Danira, siendo
aprensivo como es, a los hospitales.
Deja a su abuela atrás, y a su manera
sigue la pista de toda operación
ilícita que lo involucre. A continuación
emerge de entre los niños y las mujeres
vendidos como servidumbre por sus familias.
La comitiva en furgoneta semeja ensambles
de maturrangos en plena marcha. Incapaz
de permanecer con ella, enseguida
se fuerza en dejarla y viaja a Italia.
Todo se salió de sus cabales, adversarios
o no. Final de un sueño de afiliación
masiva. No en otros términos las lealtades
que cambian de puesto son procesos
sin pellizco de alevosía.
Llanura de Vipava (1992)
Tren del atardecer devenido
de pronto en hilera nocturna.
Es verdad, los acantilados se habían
convertido en un rosario de tinieblas.
Brillo de luna a través de las lumbreras
que apenas se movían de sitio.
Una recta con curvas y cambios
de dirección salía de sus puntos
cardinales, mientras despuntaba
una naturaleza muerta de uvas
y peces. Visión de las primeras
cepas, auxiliadas por filas radiantes
de viñedos adheridos a una ladera.
El tren estaba a pleno y la gente
hablaba de un modo confuso
e ininterrumpido. El conductor
también hablaba. No pasó una hora
en la que no se hiciera una pausa.
Convertido en la atención misma
así miraban su cabello. El de una
joven soldado lamiendo sus heridas
y el de un prójimo de la misma edad,
despertándola.
Con relación a los saqueos (1997)
Mañana no habrá dinero.
¿Será mejor que perturbar
el sueño de un hombre
sólo por sopapear
a su adversario?
Así, estirar los brazos
hacia la cartera y colocar
esa elevación de billetes
sobre la mesa: una labor.
Contarlos, acto seguido.
Que el ratero siga
donde está.
Nadie lo llama,
¿quién lo necesita?
Una persona así
es capaz de todo
-incluso de volverse
feliz entre los vivos-
y más allá de las lucernas
con que relumbra
una vida de humo
y degollina, verifica.
Con los mendigos
se hará una excepción.
Después de todo
sólo manejan sumas
miserables.
jueves, 8 de julio de 2010
"Es imposible encarar cualquier proceso de cambio sin un porcentaje muy importante del sujeto peronista"
lunes, 5 de julio de 2010
Se fue Horacio Castillo: Ensenada 1934 - La Plata 2010
"El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado:
En un ensayo sobre Juan L. Ortiz, el poeta y crítico rosarino Martín Prieto afirma que “las historias de la literatura, los esquemas, las muestras, trabajan sobre el coro: un conjunto de voces que interpreta una misma canción, sea ésta modernista, postmodernista, simbolista, vanguardista, etc.” Prieto agrega que “una voz disidente no tiene lugar en la convención de la historia de la literatura.”. El ensayista daba cuenta de las dificultades y límites que durante décadas mostró la crítica para ubicar al autor entrerriano en alguna corriente que pudiera identificarse con facilidad.
Los años pasaron y la obra de Ortiz ya no ocupa el lugar de mítico-autor-de-culto-que-mira-el-río: hubo un enorme movimiento que lo llevó de la periferia al centro, y se hizo justicia, pero hubo que pagar un precio, que fue, ni más ni menos, la conformación de un coro orticiano, De aquel poeta que escribía en la máxima soledad, sin gestos rituales de pertenencia, sin códigos de complicidad con nada que no fuese su propia voz, sus propias emociones y su propio modo de percibir el mundo, derivó algo que, ahora sí, permite una afiliación, un carnet de socio: algo que habilita a, llegado el momento, pedir un lugarcito en la historia de la literatura que, como bien se sabe, se escribe en base al coro y no a los solistas.
Se podría, también, hablar de coros gelmanianos, gianuzzianos, lamborghinianos, carrerianos y zelarrayanescos. Sí, claro, puede surgir buena literatura de allí, pero sin el riesgo ni la aventura del solista, que suele encontrar a sus lectores mucho tiempo después de comenzar a difundir su obra.
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Ajena a este tipo de operaciones –que suelen inflar a ciertos autores en desmedro de otros, y no se ocupan de los menos obedientes al mandato del elogio- la poesía de Horacio Castillo no dejó de crecer y provocar admiración a lo largo de más de treinta años, y su asumido carácter solista la torna resbaladiza y poco dócil a las clasificaciones de la crítica.
La primera en dormirse, en mirar para otro lado, fue la crítica local, incapaz de advertir la ruptura, silenciosa y profunda, que se producía en la poesía platense a partir de los textos de Castillo, con su libro “Materia acre” (Carmina, 1974).
Hasta el momento, nadie comenzaba un poema con versos como “Soltar la lengua, de manera que no trabe el producto/ que viene desde adentro, impulsado / por una fuerza superior”(...)
La impersonalidad que Castillo imprimió a esos versos, daba por tierra con décadas de exaltación romántica, que era la línea dominante en la producción poética platense, defendida con mayor o menor pericia por diversos autores. Línea que prolongaba un concepto que hacía del “yo lírico” el centro de todo, y limitaba la poesía a la manifestación emocional. La complacencia y el autofestejo permitían que bastara expresar buenos sentimientos en verso, para que el resultado sea considerado poesía, y el autor un poeta.
Esa impersonalidad que impuso Castillo en sus textos – y que Pablo Anadón destaca en su ensayo introductorio a la compilación “La casa del ahorcado”- décadas después se constituiría en la marca de identidad de gran número de autores, acaso con otros referentes, pero Castillo ya la había llevado a la práctica en 1974, en plena explosión de poemas coloquiales y redentores de fácil comprensión para las masas populares, y de exigencias extra-literarias al trabajo poético.
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Sin renegar de una filiación que reconoce orígenes en los poetas de la “primavera fúnebre”, en especial de López Merino, Castillo parece haber realizado un trabajo de expurgación profundo en relación al lastre ripioso de ciertos modos de adjetivación, y del uso de endecasílabos y alejandrinos: lo suyo es el verso libre, compuesto palabra por palabra, con un frecuente deslizamiento hacia lo narrativo, sin que esto signifique “prosa cortada en verso”. La asimilación profunda de la poesía griega y anglosajona fue un potente antídoto contra el lugar común de la rima forzada y vacía.
En el ensayo antes mencionado , Anadón establece una diferencia entre la poética de Castillo respecto de la de Alberto Girri –con la cual siempre fue asociada- en el sentido de que la obra del platense se “adentra en una lírica nítidamente visionaria”. Mientras Girri –dice Anadón- “marca los límites de lo que puede y lo que no puede ser pensado y expresado por medio del lenguaje humano”, (...) “Castillo intenta aprehender en imágenes verbales esa forma y ese significado que no pueden ser todavía objeto de pensamiento”. Dicho de otro modo: Castillo nada allí donde Girri se ahoga.
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Pero ¿qué es esa forma y ese significado que Castillo traduce a imágenes verbales? La pregunta no puede separarse de la búsqueda de la lengua que haga posible esa traducción. Castillo habla de forma y abstracción, en el sentido de “separar las cualidades de un objeto para considerarlo en su pura esencia”. La palabra esencia invita a pensar –como lo hace el propio Anadón- en un autor esencialista, pero es posible aventurar otra vía de acceso, otro tipo de comprensión.
En efecto, quitar las cualidades de un objeto es, en más de un sentido, despojarlo de cualquier tipo de restos de códigos temporales o contextuales, y los objetos dejan de ser familiares, pasan a ser raros, o mejor dicho, se muestran bajo una luz enrarecida. A la inversa de Gianuzzi, que vuelve familiar lo que está fuera de foco, Castillo aleja las cosas, las sitúa en un lugar distanciado, para hacer que, desde allí, operen en un efecto ominoso, en el sentido que Freud, justamente, otorgaba a dicho carácter: cuando lo familiar se vuelve extraño, cuando lo desconocido está al acecho detrás de lo habitual. En los poemas de Castillo hay automóviles, postes de teléfono, caciques que hacen llover, imágenes oníricas, ruinas, y un cruce continuo de tiempos, desde la Grecia antigua hacia lo contemporáneo: se permite incluso transcribir, en “La toma de Constantinopla”, fragmentos del tema “The end”, de los Doors, pero el clima, en todo momento, hace destilar sobre el aquí y ahora la penumbra dramática de objetos y personajes. El gesto de interrogación que el pulso de Castillo deja caer en su poesía, es atemporal sólo en apariencia: siempre está dirigido al presente, concebido como resumen de la Historia, por más que muchos de sus textos aludan a un pasado lejano, temporal y geográficamente. En esas preguntas que deja picando sin formular, la lengua se prolonga en la lectura, y el poema, finalmente, se realiza, rompe el cerco de la página, invita a una caza de altura. “El poeta es el poema”, dice Castillo en una entrevista, llamando a concentrarse en el texto, y no en el posible rastreo de autobiografía en sus poemas.
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Impersonalidad, narratividad, adjetivación sobria, mínima intervención del ego: el poema “Culto”, publicado en 1974, permitiría caracterizar a la poesía de Castillo como objetivista. Pero esa definición implicaría limitar o condicionar a la obra en relación a aquello que le permite hablar por sí misma, e invita a confusiones, en la medida en que, en todo caso, el camino de Castillo no tiene mucho en común con la ruta que transitan otros autores que sí se reconocen en ese modo de concebir la poesía. Visionario a la manera de Blake, Castillo no forma parte de ningún coro, y no dirige ninguno: es lo que Harold Bloom llamaría “poeta fuerte”, y su obra no convoca a formar coros sino a que aparezcan más solistas que se animen, con los materiales de cada cual, a no ejecutar otra cosa que no sea su propia música.
Entrevista a Horacio Castillo, para la revista virtual Atmósfera Nº 3, 2007. Reportaje a cargo de Horacio Fiebelkorn, Daniel Durand, José Villa y Juan Desiderio. Gentileza de Horacio Fiebelkorn. Al final de la entevista, Castillo lee un poema, El pecho blanco, el pecho negro, perteneciente a Los gatos de la Acrópolis. Los primeros versos del poema, en la voz de Juan Desiderio. Todo un trasvasamiento generacional.