Foto: Ana Berta López
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1. A diferencia de la trilogía compuesta por Midland, Lejanías y Terços de Livramento, Abra propone una visión ralentizada del paroxismo colectivo de las masas uruguayas. Dicho de manera directa, esta propuesta introductoria nos ubicaría en el interior del núcleo verbal de los libros de Enrique Bacci (Paso de los Toros, 1960), donde las mutaciones de estilo – y Abra está plagado de estas transformaciones rápidas- están asociadas al último trabajo del escritor uruguayo,
Abra reclasifica una línea artro-antropológica, porque trabaja desde la articulación de una mirada que revuelve lo que Bacci denomina márgenes pendientes, y que bien podría traducirse desde una fórmula que implica la excepción de una regla no escrita. Parece imperioso aceptar la opinión de que estos poemas parecen prosa, y sin embargo, en ese margen propuesto por el autor, en esa frontera ficticia elaborada por la permanente revisión de un historia, Bacci consigue imponer la idea de que estamos leyendo un códice personal.
2. Enrique Bacci nos tiene acostumbrados a las series, a aquello que se encabalga seriado, que parece que se desprende de una posta lírica, y sin embargo, en este libro, se logra avanzar un poco más con relación a esa propuesta. Bacci, en Abra, dispone de una mirada de topógrafo, pero de un topógrafo cuyo tratamiento de la superficie no incluye un mundo superior al poder de la palabra. Abra es un texto donde la discontinuidad del discurso es permanente, se propone desde le vamos una mirada que reabsorba lo que no puede moverse, lo que se manifiesta como fijo. En ese aspecto, el infinitivo clavar repele toda posibilidad de imposición de una normativa para este libro. Esa silla que, en su modalidad de objeto utilitario, es puesta sólo para cercar su propia persistencia –algo así como su obcecación de ser-, nos muestra que algo cambió en el mundo de Bacci. Ahora no importa el suceso externo para volverlo objeto lírico; lo que ocurre con este texto es que la creación en nestado puro es descripta desde su mecanismo. Si no fuera porque la forma lo desmiente, diríamos que Abra es uno de esos pocos textos que uno haya leído en donde se reproduce con semejante transparencia, el funcionamiento del artista. Es decir, Enrique Bacci se permite todo en esta obra, lo cual habla a las claras de la oxigenación que ha conseguido el autor de Paso de los Toros en los últimos años.
En un texto como “Tal vez exista, el tiempo necesario para importar”, el valor del repique epigramático se muestra con claridad, y pone a funcionar una especie de ritual mandinga, cargando a la poesía de Abra de una fuerte religiosidad, pero una religiosidad periférica, traspasada por los opuestos eternos de padre-madre, agua (lluvia)-tierra, cielo-tierra (territorio). Escribir desde los opuestos no es tarea sencilla, sobre todo cuando se tiene que birlar la literalidad del significado. En ese sentido, este texto de Enrique Bacci demuestra que una máxima de César Aira es posible, aquella que asegura que “la imperfección es más fecunda, permite seguir adelante, mientras que lo perfecto y acabado se cierra sobre sí mismo”. En Abra, el valor de lo inacabado proviene de lo inasible, aquello que se nos escurre, que está fuera de programa o del acceso al poema a través de sus criptas. Lo particular de la poesía de Bacci es que trabaja desde la dificultad hacia la sencillez, y que esa elaboración en reversa construye un universo donde el lector es incluido desde el estatuto del lector de poesía, y no de la casual curiosidad de la lectura. Por eso, los universos de Abra son parientes de una oralidad corrida por la voz, en este caso, la voz poética que, como se sabe, es la matriz del artificio.
Abra reclasifica una línea artro-antropológica, porque trabaja desde la articulación de una mirada que revuelve lo que Bacci denomina márgenes pendientes, y que bien podría traducirse desde una fórmula que implica la excepción de una regla no escrita. Parece imperioso aceptar la opinión de que estos poemas parecen prosa, y sin embargo, en ese margen propuesto por el autor, en esa frontera ficticia elaborada por la permanente revisión de un historia, Bacci consigue imponer la idea de que estamos leyendo un códice personal.
2. Enrique Bacci nos tiene acostumbrados a las series, a aquello que se encabalga seriado, que parece que se desprende de una posta lírica, y sin embargo, en este libro, se logra avanzar un poco más con relación a esa propuesta. Bacci, en Abra, dispone de una mirada de topógrafo, pero de un topógrafo cuyo tratamiento de la superficie no incluye un mundo superior al poder de la palabra. Abra es un texto donde la discontinuidad del discurso es permanente, se propone desde le vamos una mirada que reabsorba lo que no puede moverse, lo que se manifiesta como fijo. En ese aspecto, el infinitivo clavar repele toda posibilidad de imposición de una normativa para este libro. Esa silla que, en su modalidad de objeto utilitario, es puesta sólo para cercar su propia persistencia –algo así como su obcecación de ser-, nos muestra que algo cambió en el mundo de Bacci. Ahora no importa el suceso externo para volverlo objeto lírico; lo que ocurre con este texto es que la creación en nestado puro es descripta desde su mecanismo. Si no fuera porque la forma lo desmiente, diríamos que Abra es uno de esos pocos textos que uno haya leído en donde se reproduce con semejante transparencia, el funcionamiento del artista. Es decir, Enrique Bacci se permite todo en esta obra, lo cual habla a las claras de la oxigenación que ha conseguido el autor de Paso de los Toros en los últimos años.
En un texto como “Tal vez exista, el tiempo necesario para importar”, el valor del repique epigramático se muestra con claridad, y pone a funcionar una especie de ritual mandinga, cargando a la poesía de Abra de una fuerte religiosidad, pero una religiosidad periférica, traspasada por los opuestos eternos de padre-madre, agua (lluvia)-tierra, cielo-tierra (territorio). Escribir desde los opuestos no es tarea sencilla, sobre todo cuando se tiene que birlar la literalidad del significado. En ese sentido, este texto de Enrique Bacci demuestra que una máxima de César Aira es posible, aquella que asegura que “la imperfección es más fecunda, permite seguir adelante, mientras que lo perfecto y acabado se cierra sobre sí mismo”. En Abra, el valor de lo inacabado proviene de lo inasible, aquello que se nos escurre, que está fuera de programa o del acceso al poema a través de sus criptas. Lo particular de la poesía de Bacci es que trabaja desde la dificultad hacia la sencillez, y que esa elaboración en reversa construye un universo donde el lector es incluido desde el estatuto del lector de poesía, y no de la casual curiosidad de la lectura. Por eso, los universos de Abra son parientes de una oralidad corrida por la voz, en este caso, la voz poética que, como se sabe, es la matriz del artificio.
3. El texto de Bacci es un puente del individuo a la especie, pero de una especie particular: donde el sonido gana a la materia, como en aquel poema, “Eran los que hacían un alto”, en donde el autor nos dice que “Las casas de los ferroviarios están utilizando la palabra siempre, para ser llegadas”, pero entre “ser” y “llegadas” existe un ocho espacios, una cesura determinante que adultere la palabra hasta volverla cursiva. En ese sentido, es que Bacci parece decirnos que la invención es hija de la ortopedia narrativa, tal como lo expresaba ese otro gran poeta que es el chileno Andrés Ajens, y no un mero recurso extratextual. Lo que habría que hacer es escuchar ese poema y otros de Abra, en la cámara de resonancia de toda la obra de Bacci, lo que equivaldría a reinventarla.
Decir que este texto se inscribe dentro de obras notables de la última poesía uruguaya, no es un elogio azaroso. Bacci consigue con Abra desmentirse a sí mismo, decirnos que un poeta puede a la vez trabajar desde el corazón del mecanismo, abrirlo, pulirlo y a la vez dotar a la voz de una intención exploratoria. Eso es lo que hace, incluso cuando se mimetiza en el vocalista de Black Sabbath, Ronnie James Dio, que pasa de trompetista a ícono metálico, y propone ese mantra particular: malocchio, malocchio!
Bacci ese ese padre que aún no sabe nada de él, un escritor asombrado, victorioso en esa virginidad escritural. Por eso se propone cuanto quiere en poesía. Por eso sus libros suenan a un territorio ganado a la oscuridad, en un resplandor de calles anchas.
Decir que este texto se inscribe dentro de obras notables de la última poesía uruguaya, no es un elogio azaroso. Bacci consigue con Abra desmentirse a sí mismo, decirnos que un poeta puede a la vez trabajar desde el corazón del mecanismo, abrirlo, pulirlo y a la vez dotar a la voz de una intención exploratoria. Eso es lo que hace, incluso cuando se mimetiza en el vocalista de Black Sabbath, Ronnie James Dio, que pasa de trompetista a ícono metálico, y propone ese mantra particular: malocchio, malocchio!
Bacci ese ese padre que aún no sabe nada de él, un escritor asombrado, victorioso en esa virginidad escritural. Por eso se propone cuanto quiere en poesía. Por eso sus libros suenan a un territorio ganado a la oscuridad, en un resplandor de calles anchas.
* Enrique Bacci nació en Paso de los Toros, Uruguay, el 13 de octubre de 1960.
Publicó, entre otros libros de poesía, La flor difícil (1999), Midland (2002), Temprana bocanada (2004), Valdirio maquinista (2006), Isabelas (2008), Terços de Livramento (2008), Lejanías (2009), Cimental, la culpa (2009) y Abra (2011).
2 comentarios:
Una sugerencia: deberías colocar los créditos de las fotos que subes, por ejemplo ésta de Enrique Bacci es de Ana Berta López y aparece en el blog anabertalopezyelojomemorioso.blogspot.com
Gracias. Siempre trato de poner los créditos de las fotos. Esta vez no lo vi. Sorry. En otro orden, te interesó el texto? Un abrazo, Mario.
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