martes, 26 de enero de 2010

Más Charles Simic: cinco poemas

Lo que los gitanos le dijeron a mi abuela cuando aún era pequeña

Guerra, enfermedad y hambre te harán su nieta favorita.
Serás como un ciego viendo una película muda.
Echarás cebollas y trozos de tu corazón en el mismo sartén.
Tus hijos dormirán en una maleta amarrada con cuerdas.
Tu marido te besará los pechos como si fueran lápidas sepulcrales todas las noches.

Los cuervos ya se acicalan entre ellos para ti y tu gente.
Tu hijo mayor se acostará con moscas en los labios
sin sonreír y sin mover un dedo.
Envidiarás a cada hormiga y maleza que encuentres en tu vida.
Tu cuerpo y el alma se sentarán en peldaños diferentes
a mascar el mismo pedazo de chicle.

Linda, ¿estás en venta? dirá el diablo.
El sepulturero comprará un juguete para tu nieto.
Tu mente será un avispero aún en tu lecho de muerte.

Le rogarás a Dios pero Dios pondrá un aviso
diciendo que no lo molesten.
No preguntes más, es todo lo que sé.
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El significado

Oculto como aquel niño pequeño
que no pudieron encontrar
el día que jugaba a las escondidas
en un parque lleno de árboles muertos.

¡Nos damos por vencidos! Gritaron.

Estaba oscureciendo.
Tuvieron que llamar a su madre
para que le ordenara salir.
Primero ella lo amenazó,
luego tuvo miedo.

Al fin escucharon una ramita
quebrarse tras sus espaldas,
¡y ahí estaba!
el enano de piedra, el ángel de la fuente.
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La alarma

Cientos de ventanas se llenan de rostros
por algo que ha sucedido en la calle,
algo que nadie es capaz de explicar,
porque no había un carro de bomberos,
ningún grito, ningún disparo.
Y aún así aquí están todos.
Unos con las manos sobre los ojos de sus hijos,
otros afuera y gritando
a las gentes que caminan por las calles
con la misma compostura y apariencia tranquila
de los que pasean en domingo
en algún otro siglo, menos violento que el nuestro.
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Conduciendo a casa


El ministro de nuestro futuro venidero, predicando
en el radio del carro, cuán bien
tu infierno y condena me suenan
mientras viajo por estos pequeños, desolados caminos
pensando en el hijo del cartero
El ejército lo devolvió en un ataúd sellado
su casa está cerca de la próximo vuelta
un triste perro se sienta en la vereda
esperando que alguien venga a casa
puedo ver que la TV está en el living room
las risas impregnadas en la casa vacía
como el sonido de las latas de cerveza se ligan con un coche fúnebre.
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Charles Simic leyendo tres poemas: Ghosts, County Fair y Sunday Papers, en el Dodge Poetry Festival. 9/26/08.

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Triste como un barco en una botella

Triste como una caja de fósforos
en una casa donde no se fuma.
Triste como el jabón de una diva de películas
cuando sale de la ducha.
Triste como la píldora del amor
en los bolsillos de un hombre muerto.
Feliz como una rata en una mecedora.
Feliz como dos dentaduras
No, espera un minuto! Hay algo que no está bien.
Triste como un escarabajo de mayo, en junio.
Es curioso cómo un perro caliente hace ruido al comer
cuando se come en un restaurante de pescado.

jueves, 21 de enero de 2010

Arno Wołica traduce a Arnaldo Antunes

Recital de poesía de Arnaldo Antunes en Gdańsk, noviembre de 2008. El guitarrista no es otro que Arno Wołica, cuya amistad con el poeta y compositor brasileño comenzara en Southampton, Inglaterra, en febrero de 1997. Los dos se encontraban asistiendo a un congreso sobre literatura y momificación, dictado por el Profesor Ahnut Jaleb-Aziz, de la Universidad de El Cairo. Arno escribirá, años más tarde, un excelente texto de reflexiones literarias, Mumie żarłok , una especie de resumen pseudo-académico de las clases del maestro egipcio.

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Cultura

El renacuajo es el sapo de peces de colores.
El silencio es el comienzo de la charla.
El bigote es la antena del gato.
El caballo es el pasto de la garrapata.
El niño es el cordero de la cabra.
El cuello es el vientre de la serpiente.
El lechón es un puerquito más joven.
El pollo es un poquito de huevo.
El deseo es el comienzo del cuerpo.
Engordar es la tarea del cerdo.
La cigüeña es la jirafa del ganso.
El perro es un lobo más manso.
La oscuridad es la mitad de la cebra.
Las raíces son las venas de la savia.
El camello es un caballo sin asiento.
La tortuga por dentro es pared.
El potro es el becerro de la yegua.
La batalla es el comienzo de la tregua.
El papagayo es un dragón en miniatura.
La bacteria en un medio es cultura.
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de Como É que Chama o Nome Disso. Antología

Quién declara su amor
en la noche fría
mas en un día de calor
callaría?


Ciego

Estoy ciego a todas las músicas,
No volví a escuchar el canto de la musa.
La duda cubrió mi vida
Como el pecho que me cubre la camisa.
Dado que ninguna escena me suena
Ni el cielo se me desabrocha.
La duda cubrió mi vida
Como la lengua cubre de saliva
Cada diente que sale de la encía.
La duda cubrió mi vida
Como la sangre cubre la carne cruda,
Como la piel cubre la carne viva,
Como la ropa cubre la piel desnuda.
Estoy ciego a todas las músicas.
Y si canto es como un sonido que suda.

lunes, 18 de enero de 2010

Planeta Becerra

Mi amigo Juan José Becerra habló de todo en Página 12, un adelanto de su último libro, Patriotas, editado por Planeta.
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"Siempre escribo sobre literatura y cine, no suelo abordar la política. Acepté la idea de la editorial porque hay un clima de época que se presta a la discusión a pesar de que estos personajes no se presten mucho a dialogar, en el sentido de intercambio verdadero de ideas. Usé las herramientas de la literatura para hacer una lectura de lo que considero literatura trash. Y los leí a todos ellos a pesar de que muchos de los que leí me produjeron un disgusto intelectual que sólo pude sobrellevar con una buena dosis de ironía."

(Extraído de Revista Noticias)

domingo, 17 de enero de 2010

Dos textos* de Simic


PARAÍSO

En un barrio antes llamado “La cocina del infierno”,
donde un mendigo aseguraba haber tocado la lira de Nerón
mientras la ciudad ardía en el calor del verano;
donde una peluquera que se hacía llamar Cleopatra
empuñaba las tijeras del hado sobre mi cabeza
amenazando con cortarme las orejas y la nariz;
donde un hombre y una mujer paseaban desnudos
al atardecer por una de las más oscuras calles laterales.

Debo de estar soñando, me dije.
Era como encontrar una pareja de esfinges.
Esperaba que tuviesen alas, cuerpo de león;
él con el pecho tatuado estrafalariamente,
ella con sus enormes tetas balanceándose.

Ocurrió todo tan rápido, y fue hace tanto tiempo...

¿Sabes ese instante justo antes de que amanezca
en el que nada desearías más que acostarte entre sábanas frías
en una habitación con las persianas bajadas?
La hora en la que los hermosos suicidas
que yacen uno junto al otro en el depósito
se levantan y salen para ver la primera luz.

Las cortinas de los hoteles baratos vuelan a través de las ventanas
como gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo...
El vapor asciende por las rendijas del metro...
Los cuerpos resplandecen de sudor...
La locura, sí, pero podrías decir igualmente: el Paraíso.


POR EL BIEN DE AMELIA

Trabajo en un Gran Hotel sobre el acantilado
en un país asolado por la guerra civil.
Mi corazón es el único botones.
Mi cerebro es el cocinero chino.

Se trata de un lugar costero en ruinas
con una hilera de limusinas desguazadas en la acera,
monos y gallos de pelea en el gran salón de baile
y palmeras que llegan hasta el techo.

Amelia, rodeada por sus amantes y sus adivinos,
se pinta de azul las pestañas y los labios
al atardecer frente al mar abierto:
las largas playas vacías, el resplandor de la marea...

Me ruega que comprobemos los libros de registro
para indagar si es cierto que aquí se hospedaron una vez Lenin,
Buster Keaton, Nathaniel Hawthorne,
San Bernardo de Claraval, que escribió sobre el amor...

Un hotel en el que uno tararea un tango en medio de un silencio
que se parece al de los cipreses en las películas mudas...
En el que los niños hablan en voz baja con sus amigos imaginarios...
En el que las hojas de una carta importante salen volando...

De pronto un ruido viene de la suite con espejos.
Amelia está desnuda y lleva algodón negro sobre los ojos.
Parece que hay una mosca
en la punta de la nariz romana de su amante.
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* De su último libro, La voz a las tres de la madrugada (DVD Ediciones, Madrid, 2009). Traducción de Martín López-Vega de la edición original de The Voice at 3:00 a.m.: Selected Late and New Poems, Harcourt (New York, NY), 2003.

martes, 12 de enero de 2010

Beck ist ein Künstler. Sie sagen, es ist ein bisschen dekadent. Nein, es ist noch ein Künstler. Ich beziehe mich auf das Fischerdorf Sesimb.

Esto que ven es lo siguiente: a Beck y algunos de sus amigos músicos (Wilco, el productor Nigel Goldrich, su cuñado de nombre y apellido italiano, etc.) haciendo una versión de War In Piece, del disco Oar (1969), de Skip Spence, para el proyecto Record Club. La iniciativa consiste en grabar, completo y en orden, un album fundamental o emblemático del rock en un solo día. Ya se grabó The Velvet Underground and Nico (1967) y Songs of Leonard Cohen (1968). Todas son versiones extraordinarias, pero este tema de Spence es impactante. Dedicado a mi amigo Horacio Fiebelkorn, que siempre, pero siempre, habló maravillas de esta obra y solía contar la historia desquiciada del Syd Barret norteamericano. Beck es un artista. Dicen que está un poco decadente. No. Sigue siendo un artista. A las puebas me remito.

domingo, 3 de enero de 2010

Poesía y presentismo (sobre dos libros* de Silvio Mattoni y Martín Rodríguez)

Pour ces amis

1.1 Siempre dos cosas. La una y la otra: nunca viceversa. Este 2010 arrancamos así. La literatura tiene sus males y son esos bolsones de espejo que seducen, y siempre se atuvieron a esto: pensar su otro. Habría que ser menos representativo, pero desde el Ciudadano Kane, y esa imagen de hombre otrora poderoso y ya derrotado deambulando como zombie después de su segunda y última separación (o tercera, la primera fue la de su madre. No es psicologismo barato, la película así lo explicita. Rosebud) y pasando por su réplica infinita marcada por el ocurrencia serial de unos espejos de pie, el mal está inoculado y corre por nuestras venas como un retrovirus. Habrá que hallar una forma de dislocar el oído cuando nos toque ese tipo de hermenéutica salvaje, enquistada en algunos claustros de la escuela secundaria, y también de algunas humanidades. En una conferencia sobre Heidegger (cuándo no) Derrida hablaba de que "el hecho de que haya representación, o Vorstellung, no es, según Heidegger, un fenómeno reciente y característico de la época moderna de la ciencia, de la técnica y de la subjetividad de tipo cartesiano-hegeliano. Lo que sí sería característico de esta época en cambio es la autoridad, la dominación general de la representación". El argelino decía que todo lo que deviene presente, "todo lo que es, es decir, todo lo que es presente, se presenta, todo lo que sucede es aprehendido en la forma de la representación". La pregunta es cómo funciona lo representativo cuando se presenta, y por qué allanamos el camino de cualquier análisis sustituyendo literalmente el sentido por un atajo que distribuya la reflexión hacia un puerto más convencional.

2.1 For example: los símbolos acuáticos en la poesía de Martín Rodríguez (Buenos Aires, 1978) nos remiten: al útero, la cabaña, la chorrera (rompimiento de bolsa o un simple y brutal desangrado), textos que se ubican en el lugar descendente, y no rectilíneo de los movimientos naturales aristotélicos donde, se sabe, a la tierra le sigue el agua. Y de allí, un sinfín de salidas de sentido, de esquirlas amplificadas por la sugerencia de una poesía, en todos los sentidos, proverbial. Nos parece que la poesía de Rodríguez siempre propone una huida de la explicación para premoldear una nueva simbología. Y allí el agua sigue siendo primordial, pero en un sentido menos -justamente- simbólico. ¿Cómo es esto? No es sencillo, pero para el escritor de Para el lado de las cosas sagradas, es mejor trabajar desde el vaciamiento de lo simbólico. Porque dentro del meollo del símbolo hay un doble juego de significaciones cuya primer parada es la razón metafórica, y como se sabe, ninguna buena literaura se construye nada más con metáforas. Y en la literatura de Martín Rodríguez la construcción de lo simbólico se contacta con algo tan atávico o recóndito, como es cualquier peregrinación de fanáticos al altar del "Potro" Rodrigo o de Gilda. Por eso ese doble movimiento sustitutorio: primero vaciar, después llenar, pero cambiando siempre de material, aunque la matriz parezca ser la misma. Y no hablo de la declinación de símbolo, sino de la fuerza que necesita para trabajar lo no dicho como si siempre hubiese sido proclamdo. El escritor de poesía es ese poema de la página 56, de Para el lado..., donde un Ceferino lejano a la beatificación rasca los muros, como un Edmundo Dantés bien argentino, para llevarse, sustraer una campana. Así, el poeta (llamémosle de esa manera) siempre atrae símbolos que no tienen utilidad: sólo vida en el interior de un sueño. El Ceferino-Cristo de Rodríguez morirá cada vez que su empresa sea tan inviable como vivir un mundo terrible, sólo para robarse un aparato de reproducción de sonido, -pero de sonido simbólico, que acerca a los fieles pero también los aleja-: una campana. Aleja a los fieles, decíamos, cuando ellos pecan por incestuosos, otro signo móvil de nuestro autor.
De este modo, Martín Rodríguez corta el boca a boca de la poesía de los últimos años; es decir, para hablar de sus libros, previo hay que leerlos, no basta el mito del poeta fascinante y premoldeado para construir una poética. La poesía crea míticos eufóricos, necesarios, pero retirada la fiesta se consolida la vuelta a la raíz básica del retrato de todo artista: la obra debe hablar por sí misma.

2.2 Si la poesía tiene lugar en todas partes eso no se limita al sentido o al texto, en el aspecto libresco de esta última palabra. Queda por pensar, entonces, lo que ocurre hoy en nuestro mundo. En el momento en que la poesía se convierte en un motivo, su estrategia móvil comienza a indiferenciarse. El complemento de este juego son las referencias que refieren a otras referencias. De esta forma, la escritura se aleja de esa "voz celestial", que fuera entendida, durante tanto tiempo (algo bien huidobriano) como suplemento de la naturaleza. Habría que proponer algo más que sentencias, y para eso esta última: la poesía es un secreto que no es secreto para nadie, algo así como un "secreto a voces". Para Martín Rodríguez la creación es obra de un dios cuyo primer mandamiento es dejar correr la tentación y enseguida disolverla en agua hirviendo, para luego todo eso transformarse en un vientre mítico, siniestro, cobijando una criatura que pareciera no hallar su ritmo en la sobrevida.

2.3 El interés por una escritura como Para el lado de las cosas sagradas radica en qué manera impone un encuadre más o menos visible. Pero mejor debiéramos percibir esos límites, esos efectos paradojales de borde. Silvio Mattoni (Córdoba, 1969), al escribir la contratapa del libro de Rodríguez, nombra un efecto de estructura típico, algo así como un saber: "El tiempo y el timbre de estos poemas, que hablan de la infancia, el mito, el sueño, que aluden a los elementos primarios y a una insólita idea de eternidad, expresan el dolor y la esperanza de seguir -viviendo, cantando, escribiendo- a la vez por su carácter único y su preocupación fragmentaria". Podríamos definir como socio-político a este texto, pero sería una trivialidad que no satisface, porque sigue siendo a este respecto un tándem crítico muy limitado, se vuelve ciego a su propia preceptiva, o como diría Derrida, "a la ley de sus perfomances reproductivas, a la escena de su propia herencia y de su auto-autorización", porque todo ello, en suma, se llamaría lisa y llana escritura.

2.4 Este breve ensayo se titula "Poesía y presentismo", hagamos entonces dos salvedades del caso, para seguir adelante con el análisis. 1- Existe en filosofía lo que se llama "ontología del presentismo", que sostiene que sólo existen los objetos y tiempos presentes, y que la principal razón filosófica para aceptar el presentismo es que permite solucionar el problema del cambio sin convertir las propiedades intrínsecas de un objeto en relaciones. Pero en el reverso de ese concepto surge otro, más controversial, tal vez en exceso gratuito, y que se vincula con lo propuesto aquí como materia de análisis: se rata del denominado growing block universe, o bien evolving block universe, una particular teoría de la filosofía del tiempo, relacionada con el llamado eternalismo, con McTaggart a la cabeza en medio del más rancio idealismo inglés, una suerte de hegelismo tardío. En esa idea, el pasado y el presente existen, pero no así el futuro. El presente sería, por tanto, el lugar donde se supone que se produce cierto crecimiento (growing block universe), observable a nivel científico lo mismo que una lonja muy delgada de espacio-tiempo, que se vuelve incesante, como los fotogramas de un film, y por lo tanto, una virtual narración metonímica. Ese movimiento se observa claramente en un texto de Para el lado..., en donde la secuencia está mostrada en reversa: "(...) Aguas mansas / que llegan secas a sus pies, / y se mojan en la tarde / al pie de un sauce, recobran el agua / del llorón. Así son las aguas / del diluvio (...)" (pg. 19). Allí podríamos interesar esa idea de eternidad de Rodríguez, donde el futuro es reconstrucción pura; desde las ruinas (el pasado) hasta el presente de las mitologías urbanas, ir hacia adelante no es un viaje en el tiempo, sino una reubicación sintagmática de las convenciones utópicas. En el texto de Martín, la utopía vale por su movimiento lateral, huidizo, en un suelo plagado por el sentido más profundo del valor de un ideal. Algo semejante a un movimiento de guerra de guerrillas, aunque de conceptos móviles que inyectan toda sintaxis, resocializando el valor nominal de la palabra. 2- A la idea de presentismo también se la conoce desde su connotación laboral. Se considera presentismo cuando un empleado realiza sus actividades laborales, pero por cuestiones emocionales no desempeña sus funciones al cien por ciento. ¿Y si el poeta actual no desempeña sus funciones al tope de sus posibilidades, y sólo le importa relativizarse en el dominio del espacio, que es la burocracia del efecto? Tomamos Zettel (Letranómada, 2009), tremendo libro del querido Héctor Libertella (Bahía Blanca 1945 - Buenos Aires 2006). Pues bien, en referencia a la muerte -"ese acontecimiento retrospectivo"-, el escritor bahiense hacía referencia a ese anverso del tiempo que es la ausencia de futuro: "Esa cosa de irle pidiendo cosas al futuro para devolvérselas, al final, intactas. Como si uno no hubiera vivido". Como si uno no hubiera vivido, es afirmar: como si no hubiera nacido. Y allí está una de las claves de la poética, o mejor, de la materialidad de cualquier libro de Rodríguez: siempre, en cualquier movimiento presuroso de sus versos, el autor se encuentra en medio de un génesis. Cada vez que su poesía se empantana en hilachas, o colgajos de violencia, de inmediato vuelve como de un sueño, un purgatorio personal, un no lugar que desemboca en el relato intrauterino, del que el autor siempre tiene una versión novedosa. Decíamos, ese génesis, a veces se muestra como vientre materno; otras, el vistazo de la resurrección; la mayoría de las veces, el edificio en working progress de la autoconciencia. Como si uno no hubiera vivido. Creo que Martín Rodríguez podría haber firmado junto con Libertella tamaña aseveración: regresar sin marcas personales del porvenir es sentirse in aeternum un niño desahuciado y sin conciencia. La poesía de Para el lado de las cosas sagradas clama por ese alma acrílica que escenifica los dramas latentes y sugeridos del texto: la indigencia, el incesto, el desplazamiento social, la brutalidad de la palabra en esa ruptura glacial con que se manifiesta la fuerza vital de cualquier hombre. Pero todo eso Rodríguez lo administra con la distancia necesaria y la diversificación máxima de nombres y espacios, como para que su libro semeje una traducción del isabelino. Elegancia más alto relieve. Como diría Santiago Llach en el postfacio de Lampiño (Siesta, 2004): "El discurrir monolingüe: el lugar donde la voz 'entra'. Quiero decir: no solamente subyuga, también reconoce".

3.1 Decíamos, con relación a Para el lado de las cosas sagradas -y también a Héroes, de Silvio Mattoni, aunque cabría decirlo, de la misma manera, para buena parte de la poesía argentina reciente- que esta obra presenta una idea focal de génesis. Cuando abordamos la pregunta, cualquiera fuera ésta, incluso la que mayormente nos representa como géneros propios de la impotencia especular, no podemos sino dirigirnos a nosotros mismos para refinanciar nuevas dudas. De esta manera, el diálogo es la fórmula perfecta donde la invención consigue localizar el sentido original de la tradición oral; es decir, el traspaso discursivo. Pero en poesía, el uso del diálogo tiene que ver con lo dialógico, y básicamente, con el descentramiento de cualquier principio de irreductibilidad del proceso creativo. Todo poema, conforme Gadamer, y entendido como producción de sentido, siempre es diálogo. Así, se disuelve el objeto para ser sólo sujeto de un secreto dicho a medias. La condición clandestina de la generación de los 70, a partir de la señalización in media plaza del Padre (Perón, Montoneros, imberbes, etc.), retira por simple eliminación la clasificación edípica del inconsciente, ya no colectivo. Por eso sobrevivir a la cacería paramilitar significó, para muchos, la búsqueda del tiempo suficiente para recomponer los puentes del sujeto y recobrar la visibilidad, salir de ese "debajo de la superficie" al que toda una generación de jóvenes había quedado pegada. Aquí la pregunta válida sería la siguiente: ¿por qué reflexionar sobre estos ítems, cuando podríamos referirnos lisa y llana a la poesía de Rodríguez y Mattoni? La respuesta tentativa, y por demás gratuita, es la siguiente: porque que todo se volviera clandestino, en parte, modificó la noción de presente, e impuso aquella de presentismo; es decir, ya no se reconocerá como propio el "objeto en relaciones", sólo tendrá franquicia el pasado y el presente, mas no el futuro, que es la pasta base del porvenir, o para decirlo con mayor precisión, se deja para más adelante la idea de utopía. Nunca un término más utópico, verdad? Pero con sus diferencias, las obras de Mattoni y Rodríguez reemergen de esa clandestinidad señalizada, instalándose en un presente móvil, cuyo pasado y futuro abrevan sin condicionamientos al poema, como forma de regenerar las condiciones para una nueva discusión sobre qué escritura estamos diseñando quienes escribimos, después del tsunami global de los últimos 30 años.

3.2 No parece casual que Mattoni fuera quien nos introdujese en el universo del último libro de Martín Rodríguez. Los dos trabajan sobre los hilos de un telón familiar. Tal vez la diferencia radique en que para uno lo familiar es un circuito paradojal de flujos, donde el origen no es un punto de partida sino el lugar que ya se ha dejado atrás, y para otro, ese origen es el núcleo de una "trama paranoica que inventa su filiación", como se marca en un tramo de la contratapa de Poemas sentimentales (Siesta, 2005). Volvamos un momento a lo que Llach dice sobre Rodríguez: "no solamente subyuga, también reconoce". Ese reconocimiento, ese momento de valoración del signo, para Mattoni también se traduce como invención radical, aunque "subyugue" de otra manera. "¿Para qué querés ahora orgullo y armas, / si sos la sombra de un nombre?", se preguntaba en su poema "El ciruelo", perteneciente a su último libro, Héroes. En esos poemas el privilegio del habla no siempre está ligado al carácter institucional, convencional, arbitrario, del signo poético. Por eso sería mejor hablar en términos de pacto autobiográfico, que es la contravención de la prosa y la materia reactiva de la poesía. Y hallar un ritmo propio en ese terreno movedizo sólo se consigue cuando se tiene como destino pasar por alto a la metáfora. De otra manera, los poemas de Mattoni se hubiesen vuelto algo manieristas, y en el peor de los casos, previsibles. Ese es su borde, su casi abismo, y por eso sus textos generan análisis aventurados sobre la utilidad de leer una suerte de neo-clásico en pleno siglo XXI. Pero en verdad, el libro de Silvio Mattoni debiera leerse como un texto sobre el impacto de las interferencias en la escritura. Una interferencia es cualquier proceso que altera, modifica o destruye una señal durante su trayecto, en el canal existente entre el emisor y el receptor. Héroes funde estos dos mecanismos constitutivos de la enunciación. Ya lo venía haciendo Mattoni en otros libros suyos, particularmente en el cuarteto formado por Hilos, Poemas sentimentales, Excursiones y El descuido. Pero en Héroes se da un fenómeno distinto: el libro no sólo comprende todos los procedimientos perdurables que instituyen el signo, sino que también recategoriza el juego prescrito de las diferentes inscripciones. Por ese motivo, la escritura del poeta cordobés parece descatalogada, justamente porque se define desde la reinserción de un palimpsesto personal, que es esa marca autobiográfica a la que hacíamos mención. Es una operación directa sobre la lengua (tal vez la más directa de todas), y por eso mismo cualquier intento por ordenar una lectura somete al lector, a todo crítico, a un ejercicio amplificado de los modos de interesar el significado. En ese aspecto, no bastará debilitar nuestras certidumbres teóricas sobre la identidad desarrollada en ese yo circular del texto de Mattoni, sobre todo en cuanto a aquello que queramos saber, respecto a un nombre propio.

3.3 El distingo entre ficción y autobiografía no es una polaridad, y aquí valdrá hacerse una pregunta que se la formulara en su oportunidad Genette, y rescatada más tarde por Derrida: ¿es posible permanecer dentro de una situación insoluble? Y la situación insoluble está en la escencia de ese distingo, ya no como dicotomía, sino como sistema de referencialidad en la escritura. Esa doble lengua enriquecida con los aluviones de su historia, hace de un poema como "Heroísmos" ese locus que anuncia la cuestión dolorosa. Hay pocos poetas que puedan extraer del dramatismo semejantes secuencias personales. A ese poema cabría enmarcarlo en una letal cita de Plinio, aquella que señalaba que "siempre resulta prematura la muerte de aquellos que preparan algo inmortal". Y "Heroísmos" trabaja sobre ese pasillo que martiriza la historia natural del yo. Sin embargo, no siempre los poemas de Héroes mantienen ese diálogo con el límite del dolor, a pesar de que en todos los textos existe una urdimbre melancólica y un peso existencial que se respira como la niebla en los films góticos clase B de Roger Corman: todo forma parte de un mismo clima. Sonido y sentido. Decíamos que no todo es doloroso, porque en los poemas de Héroes -y esto también es una marca registrada (©) de cierta parte de la obra de Mattoni-, exista o no sufrimiento, el yo que escribe realiza un camino de aprendizaje. En el texto "El baño", que narra los primeros aseos de un bebé (más precisamente una de las "bebés Mattoni"), Silvio pone la mirada en su compañera cuando baña la criatura, la describe serena y segura de lo que hace, hasta el punto que el poeta reconoce que sin esa mujer no se hubiera animado "a ser lo que creí / que no podría". De esta manera, un trabajo inmenso con el lenguaje debe evitar la transgresión de cualquier proyecto clásico en función de cierta cosa empírica. Esto supone una especie de doble registro en la práctica: hay que ir a la vez más allá del presente y del registro metafísico, para acentuar un movimiento desde el origen familiar del relato poético de Mattoni. En ese sentido, los textos de Héroes se vuelven pariente de la obra doméstica del cubano José Kozer: hogar, hijos y mujer forman una ferviente resistencia, un repliegue sobre el hogar que no se anexa a otro modo que no fuera la fe en el calvario del dolor. En algunos de los poemas de su trabajo anterior, El descuido, está el germen de esta visión "heroica". El poema "El etrusco", por ejemplo, nos da una punta, el germen del libro editado por CILC. El texto comienza con los siguientes versos: "Acaso un héroe no es un monstruo excepcional, / sino el máximo dueño de la repetición / que no olvida el momento ni la casa / donde supo quién era". Se podría afirmar que todo Héroes es la anamnesis de ese texto. Mattoni, en ese aspecto, se vuelve un recolector, ya que apunta a traer al presente su pasado inmediato, o bien recuperar la información registrada en un árbol genealógico muy peculiar. Pero todo lo dice, lo inscribe, como si fuese un albañil que retoma mentalmente los primeros pasos de una casa. La memoria de nuestro autor selecciona, y a su manera, organiza el recuerdo cuando lo circunscribe al dominio radial de su domus.

4.1 Pero finalmente podríamos -por un instante hecho de especulación pura- amalgamar ambos textos. Sería un interesante ejercicio poder leer tanto Héroes como Para el lado de las cosas sagradas, desde un sitio ligado a la improbabilidad, y de esa manera sustraerse de los límites internos de una red de rupturas que, en definitiva, traza una intervención suspendida entre las dos obras. Volvamos un minuto a Derrida, y sobre todo a uno de sus últimos textos, Béliers. Le dialogue ininterrompu: entre deux infinis, le poeme, una conferencia en memoria de Hans-Georg Gadamer, en 2003, y como telón, una reflexión entrecruzada sobre un poema de Paul Celan. En un tramo de ese texto, Derrida cita una frase de Gadamer sobre la idea de sujeto: "El subjectum de la experiencia del arte, que subsiste y perdura, no es la subjetividad de quien la hace sino la obra de arte en sí". La construcción que se propone es la subjetividad del texto, de la obra, por lo cual el yo poético se ubica en un lugar alejado de la autoridad validada por la sintaxis, para proponerse como organismo vivo de todo el poema. De esta manera, el yo no está oculto, sino camuflado. La pregunta que cabe, en este contexto, es la siguiente, ¿por qué la lectura de estos libros importan (incluso en el sentido económico) una disposición anterior, que es exterior a la lectura? U otro interrogante: ¿cuál es la fase previa para convertirse en un lector de Silvio Mattoni y de Martín Rodríguez? Suponemos que la mejor manera de entrometerse con textos que dificultan, a su manera, el grado cero de lectura, es vincularse con ellos perdiendo la noción de jerarquía. En las dos obras coexisten esquirlas de un nonsense urbano, y da la impresión que todo eso es parte de una descategorización general que suma una resistencia que todo lo enriquece. Contrarios a su propia habilidad, tanto Héroes como Para el lado de las cosas sagradas, trabajan contra el gusto: en el de Rodríguez, sería una resistencia contra la propuesta serial de alejar lo metafísico, que en este caso mucho tiene de armado general del mito, en sus poemas; y en el de Mattoni, existe la idea rotativa de sacrificar la impersonalidad en función de involucrar la primera persona como una voz que muestra hasta qué profundidades puede llegar el dolor cuando se inscribe en un árbol silbante de afecto. Tocar lo cotidiano como si se tratara de una tragedia personal. En ambos casos, la escritura no es moral, y en donde la preeminencia mecánica del disloque rousselliano (pienso en algunos pasajes de Impresiones de África), factura instantes que se engranan como dientes de un solo ruleman. En ellos, la escritura nunca es deliberada: sobreviene. Y en ese sentido final, cabe recordar lo que se dijo alguna vez con relación a Levinas: "No debe haber protocolo a un don, ni preliminares que se demoren en las condiciones de posibilidad". Ese parece ser el microscopio por donde se lee toda escritura de riesgo.

1 y 7 de enero de 2010

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* Héroes, de Silvio Mattoni (CILC, Colección GAMA, noviembre 2009) y Para el lado de las cosas sagradas, de Martín Rodríguez (El niño Stanton, julio 2009).

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Dos menciones necesarias: este breve ensayo se alimentó de algunas lecturas fundamentales: El presente. Poesía argentina y otras lecturas (Alción, 2008), de Silvio Mattoni, y que incluye un ensayo "Rodríguez: el nacimiento del presente", sobre Maternidad Sardá (Vox, 2005), de Martín Rodríguez; y también le debe mucho a "Algunas ideas en torno a Lampiño", postfacio de Santiago Llach, para la edición de Lampiño (Siesta, 2004).

sábado, 2 de enero de 2010

EDUARDO ESPINA *: HACER AL SER CONTRARIO AL SENTIDO (sobre "El cutis patrio" **, Mansalva, 2009)

1- La ambigüedad de la poesía radicaría en que no puede pensarse (y escribirse) más que estableciendo una moral exterior, indiferente a la cultural preexistente. Por eso, en la poesía de Eduardo Espina (Uruguay, 1954), cualquier intento de sumarse a esa inestable generalidad no se da como la manera de una impronta estilística determinada, sino como una escritura que no sobreimprime práctica alguna que pudiera ser reproducible. Y al decir esto, corrijo aún más: su escritura no se plagia a sí misma, se desentiende de sus posibles manipulaciones, y busca alejarse de sus propios límites. Existe sí, afinamiento e integración; y eufonía, entendida como proporción. En ese sentido, se puede decir que los objetos y el sujeto en El cutis patrio se dan como variables inmanentes del enunciado, ajustados al rigor verbal que infecta todo el texto. Del libro de Espina, no obstante, se deduce el estatuto de su poética: que escribir es experimentar y problematizar, y que agredir la superficie lingüística no es sino hacer derrapar al lenguaje del que se inviste el poeta.
El cutis como piel primera, membrana del disfraz que toma la “palabra cuando aplana el plural de la / montaña, se quita la capa, es muchas”. El cutis patrio, de Eduardo Espina, desmonta las palabras, las yuxtapone delante y detrás, unas a otras, hasta oscurecer la superficie verbal por superposición de transparencias. Son los “elementos de la moda”, o del modo, lo que se trastorna cuestionado. Cuando se dice que las palabras replican como “zonas sabrosas, saliendo a la lentitud”, Espina no hace más que marcar su área de disputa: la escritura poética como una buena carne a las brasas, dejándose paladear, yendo de lo informe a lo uniforme mediante un innato ejercicio de morosidad. Esa velada en cámara lenta de una sintaxis que se concibe apremiada, no hace otra cosa que situar el estilo de Espina en un corset imaginario, pero no por eso menos palpable. En El cutis patrio, aquello que sujeta a las palabras no conforma necesariamente el poema, porque de lo contrario se estaría frente a un mero artificio de contención. De esta manera, Espina juega con aquello que Carlos Germán Belli llama “asir la forma que se va”, pero con una diferencia cardinal: en el poeta peruano, la preocupación por transformar el fondo, el clima o el escenario de sus textos, no adultera una métrica tradicional (al contrario, se sirve de ella); en cambio, en el bardo uruguayo, la aproximación a la forma (“el hoy constante de lo anquilosado”) lleva a una versión del suceso rítmico, y es por eso que sus textos ambientan una escena donde la pretensión de verdad no seduce siquiera con su bijouterie de imitación. No todo lo que reluce es Lezama.
Por otra parte, lo mismo que la poesía de John Ashbery, los trabajos incluidos en El cutis patrio poseen la condición de un sueño que reclama ser interpretado, aunque su cualidad más determinante es que resiste la interpretación. De otro modo, el sueño no tendría fórmula posible.
2- Ahora bien, aunque es cierto que Espina desecha la lógica, no es que se desentiende del sentido, incluso cuando es difícil llegar a él. El sentido no se borra de esta manera sino que se dispersa, queda embalado en una estructura concéntrica, vitalicia, del que no logrará escaparse fácilmente. En los poemas de Eduardo Espina, el sentido “hace tiempo”, y es más: cede al destino del deseo. Es una máxima, pero también una noción de mínima para acorralar los poemas a un estatuto por fuera del significado. El cutis patrio es un texto recóndito, o bien un abismo cerrado en el que uno no sabe qué hace, qué está mirando, y lo único a lo que uno debe aferrarse es “al propio y natural salvajismo”, como diría Frank O’Hara respecto de las pinturas de Grace Hartigan. En ese aspecto, el sentido en Espina se demora, y ese hacer tiempo se extiende en un afinamiento formal que recuerda la caída de la arena en su intersticio de tiempo, hecho reloj. Eduardo Espina una y otra vez da vuelta su clepsidra-poema para recomenzar el sentido que no se completa, sino que se afina (incluso de un modo acústico) hasta desaparecer en el estado cero de la forma. De esta manera, la resurrección del poema es vista como un parásito que se adhiere al rostro de un ave de recorrido circular, huidiza, impostora y teatral como un tero (algo así como el pájaro nacional uruguayo). En sus textos, también Espina pega el grito del sentido en un lugar ya camuflado, permanentemente cambia de ruta, de génesis, y donde la superficie es sometida de acuerdo a quien la encare o la interese. Se trata de pliegues incluidos por los amantes conforme una luz, un campo sencillo, “fácil, feliz”, donde se desarrolla el chisporroteo de las apariencias. Así queda más en claro este dominio de las palabras en la lengua (cutis) materna (patrio). Espina consigue, de esta manera, que brille un rayo de luz en las palabras y se oigan gritos entre elementos invisibles. Para un escritor, y sobre todo un escritor de poesía, escribir es dar alcance a su propio límite, y también hablar el suyo, de manera que los dos sean el borde común que al separarse se ponen en relación. La poesía de Espina reproduce un pensamiento que procede de un afuera más lejano que todo mundo exterior, y por ende, acercándose a un todo interior.

3- En el poema “Momias”, Eduardo Espina traza la silueta espectral de un lenguaje que vacía al cuerpo y lo integra a una aparente perennidad. Con ello no hace más que proponer, otra vez, el contorno de una escritura (¿barroco, barrococó?): en ese cuerpo revisitado por la taxidermia del lenguaje (en Espina la escritura también es armazón y formol sobre un organismo muerto) habita una verdad que sólo confiesa su silencio. Sin embargo, estamos frente a un poeta que desmiente la verdad como categoría absoluta, y encuentra en la ausencia de fijeza una velocidad pormenorizada por los textos. Una poesía que se blinda anta la nada, ésa es su máxima resistencia, porque funciona en lo que Espina llama “el desconocimiento perfecto del mundo”. Toda la obra de este poeta oriental, incluida El cutis patrio, demuestra en términos estéticos (si es que la poesía debe equipararse con mecanismos de reflexión filosófica) el apresamiento del sujeto en eventos que sobrepasan su horizonte individual de sentido, de acuerdo a lo afirmado por el pensador Axel Honneth.

4- Estos poemas no son productos de un extravío poético, filosófico e ideológico. Como diría el poeta Reiner Kunze, en una entrevista a la radio alemana en 1977, “el subconciente estructurado poéticamente es más fuerte en ocasiones excepcionales, que la conciencia objetiva programada en contra de la poesía”. Con reservas, podría aplicarse esta definción a momentos de la escritura de Espina. ¿Quién conoce la prehistoria de la grafía de Espina? Sólo llamando a la idea de ese subconciente que determina toda su obra, es donde podemos convergir en una mínima respuesta. No obstante, es posible decirlo, Espina es poseedor de una escritura incorregible, es decir, que se fortalece en la diferencia y trastorna las semejanzas. En ese sentido, pocos escritores son tan reconocibles a simple golpe de vista, poniendo en funcionamiento un mecanismo de relojería lírica que se da en el diálogo deseante con su lengua geográfica: el uruguayo.
Por otra parte, su mecanismo de estructura compositiva puede verificarse en un excelente entrevista de Enrique Mallen publicada en el número 11 de la revista Tsé-Tsé (2002), y en donde Eduardo Espina define a su poesía como un intento de “observar al instinto como una estructura que puede ser desarmada y extendida, y no como un caos sucesivo y exasperado que esconde su origen y niega su sentido”, presentando a la vez una estructura “detenida y desarmada”. De este modo, el escritor uruguayo no formula una discurso poético convencional, ya que El cutis patrio se dificulta en la superficie; en su aparente organización monolítica, las palabras en este libro definen un área móvil, aérea, esponjosa, como de arena movediza. Cuanto más cómodo nos encontramos en sus poemas, más nos hundimos en ellos con mayor facilidad. Esa capacidad de falsificar los canales de conexión inmediatos con su poesía, es lo que hace de Espina un poeta y no una persona con extraordinaria habilidad para cortar la prosa y disponerla en vertical.

5-
Para el autor de El cutis patrio, la lengua encuentra su propagación fónica (cacofónica) en las ingles, que también es un pliegue en la entrepierna. Pero para que este matrimonio se consume hace falta un precio y un aprendizaje. Como es de esperar, Espina no revela ese secreto y sólo formula implicaciones donde el lenguaje se viste de acontecimiento. Apenas comprendemos que su escritura trabaja como un río sagrado y que tiene la velocidad del oro, en una especie de silabario peculiar por el que funciona parte de una generación de poetas uruguayos (Milán, Appratto, Sosa, Ojeda, Uriarte, Fressia, o bien, más atrás, Roberto Echavarren). Y repetimos, por las dudas: no todo lo que reluce es Lezama. Y esa incandescencia es otra en Espina, que observa en su alteración de palabras otro cisma para su lengua. Es el pulso del papiro a la memoria, o de la escritura primera a la propulsión temporal.
Para aquellos que aborden un texto como El cutis patrio cabría tener en cuenta las palabras de la autora germana Ingeborg Bachmann con relación a su propio trabajo, al señalar que un poeta debe “abstenerse de lo fácil. Cuando un escritor no diga sino las frases que también dicen los demás, habría llegado para él el momento de abdicar”. El cutis patrio, en ese sentido, amplifica el núcleo verbal de la obra de Espina y reelabora un discurso inédito en la poesía hispanoamericana.
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*Prólogo para una edición de Tsé-Tsé de El cutis patrio, que no pudo llevarse a cabo.
** Un deber: leer dos excelentes análisis sobre el libro de Espina: uno escrito por José Kozer, en Letras Libres, y otro por Susana Cella, para Radar.
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Tres poemas de El cutis patrio:


Culpa el tiempo a las catedrales
(Un factor vulnerable a los demás)

A la alta tarea del ruido detenido
(y por alto se supone una pleamar
o la zona nupcial de las galaxias)
va en la gárgola la tajada maldita
por lo de marmoleja guiando con
halagos de algodonada mansalva
la invisibilidad sin salvar al buho
habitual cuando no ni vacía va en
silencio más que al nómada olmo,
la curvatura torva que a la noción
se asoma y por aparecer amanece.

***

Escribe que vendrá
(Una gramática de salón)

Cambia el perfume el retrato de
la luna entrando por la ventana.
Se habla de una raza de verano.
Enamorada de la piedra querida
mucho, se habla de quien vence,
del codo veloz que podría durar.
Y lo demás, un ciclo acontecido:
la verdad sorbe pulcra del bucle,
reduce el pezón a la oportunidad.
¡Cuánta estatura atribuida a todo,
cuánto tejado para el inútil latín!
Eran días de poner en provincia,
la oíble quemadura de crisálidas
decidía, rebaso la lamosa mirada
y a su modo un montón de humo,
el humo que quiso ir al universo.
Vio razones, azoros, pestilencias.
Ojo similar y puros pormenores.
Tanto para decir solamente, una
palabra llega al lugar del mundo,
hace de la esperanza un prólogo.
(El idioma es la linterna real por
donde el sol anochece: azuzan a
su sigilo, las sílabas, el silencio)

***

La mitad es mucho menos
(Solo el 50 por ciento de la patria)

Recuerda el cuerpo cada detenido idilio.
La prisa de probar las posibles palabras,
la nuca encanecida de quien prolonga en
preguntas la nube penúltima con alguien.
Y aun bajo los strómbolis de intromisión
cualquiera para el oro iría a la superficie,
escucha a quien pudiera hablarle de todo.
Lo demás fue lirio similar para parecerse,
pues el empeorado del lar ponía una flor
donde antes nació el tesón de los sonetos.
Antes, porque a hora de reír igual ocurre.
Y músculos, cuánto músculo de cultura.
(La gran gimnasia de música entretenida
acabo en la escarcha por copiar la mitad)
Traía entonces algunos acontecimientos.
De orlas laterales, de una larga gratitud.
Todo estaba para que el hoy se presente.
Su azur aclara la celada de los asesinos,
el tordo tarda en llegar a la dificultad, a
la gota de tal cuando tan agriada quiere.
El mérito de los sentimientos a merced
de la décima y la seda, la rosa salida al
sol sopla un poco oculta para parecerlo,
todo eso que después de saberse lo será.
Es un lépero en paralelo para él y luego.
Podría decir ya sí, que la vida yacía en
el viento acanalado: una respuesta a la
existencia, una suavidad que ve valvas.
Aquí el cuerpo tiene frío para ser feliz,
la compasión de Dios no es una burla.
Salvo el cielo, nunca ha sido constante.
En otro momento, la suposición por el
sabor obraría usual, acostumbrada: un
equilibrio que a nada culpa de su paso.